Ciudad de México, 25 julio (SinEmbargo).- Enmarcándose en la tradición de José Revueltas (1914-1976), en lo que se refiere al retrato de los pobres y desprotegidos en México, quienes como se sabe son mayoría, el escritor mexicano Eusebio Ruvalcaba presenta la estremecedora Todos tenemos pensamientos asesinos (Plaza & Janés).
Se trata de la historia de un hombre bueno y simple, Salvador, al que la vida lo maltrata irremediablemente y con consecuencias trágicas. Un tipo como cualquiera de los muchos que pueblan nuestras ciudades, las que recorren de punta a punta en busca de sustento.
Personajes “jodidos” que, sin embargo, no suelen ser objeto literario, atrapadas como a menudo se muestran nuestras letras en la trampa del narcotráfico por un lado o en la de los “ninis” de La Condesa y La Roma, por el otro, esta última una categoría a la que Ruvalcaba llama “literatura-espuma y abyecta”.
“La literatura mexicana está amordazada por los propios escritores, que sólo piensan en ellos”, dice el también autor de Un hilito de sangre, en entrevista con sin embargo, al tiempo que reflexiona sobre el mal, encarnado en su reciente trabajo por “El Chupes”, un violento criminal y psicópata.
Precisamente, por parecer haber nacido por generación espontánea, malo por naturaleza, como suele decirse, sin pertenecer a ningún cártel o alguna otra organización delictiva, “El Chupes” se erige como dedo que apuntara al plexo del lector, quien no parará de hacerse preguntas en torno al por qué de sus actos vejatorios en la historia.
Como contrapartida, Salvador, el hombre que trabaja en la panadería La Ideal engrasando charolas y que fracasó en todo, como esposo, padre, como posible pintor de cuadros, es el reflejo de una mala vida que termina en una tragedia casi imposible de narrar.
Precisamente, fue la crudeza de Todos tenemos pensamientos asesinos, ese túnel sin salida hacia el más grande de los sufrimientos, lo que le restó energía a Eusebio Ruvalcaba, quien no sólo bajó de peso mientras la escribía, sino también al menos por ahora lo dejó sin ganas de volver a intentar la escritura de otra novela.
Eusebio Ruvalcaba nació en Guadalajara, Jalisco, en 1951. Es narrador, poeta y ensayista. Ha publicado también Desde la tersa noche, Jueves Santo, Una cerveza de nombre derrota y recientemente El silencio me despertó (Almaqui Editores, 2011). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores del Conaculta y coordina talleres de creación literaria, apreciación musical y periodismo cultural.
– Traer a “los jodidos” a la literatura mexicana contemporánea está bastante en desuso, ¿verdad?
– Bueno, cuando es obligado hablar sobre esto, pues se habla. Mi referencia es José Revueltas. Sus personajes siempre son jirones, son personajes desgarrados, maltrechos, que vienen de la ignominia. Hay que escribir sobre eso, es inevitable. Escribir sólo sobre lo que transcurre en La Condesa y La Roma es una postura abyecta…la literatura-espuma, como le digo. Nuestra literatura está amordazada por los mismos escritores, están pensando tanto en ellos que no se atreven a empaparse del dolor que significa vivir.
– Con este personaje Salvador, de tu novela, uno piensa que si eres demasiado bueno te va para la chingada…
– Y sí, es un poco eso…Dentro de su sencillez y su humildad se mantiene impertérrito, hasta que El Chupes lo provoca y se desencadena la tragedia. Quería que Salvador actuara más, pero a lo largo de la historia se mantiene como alejando de los hechos de su vida. Él va postergando las cosas.
– Hay quienes dicen que aunque el mal esté diseminado en todas partes, en México cobra un matiz casi identitario. ¿Coincides con esa apreciación?
– En parte sí. Hay desparramada una especie de sed por el mal y en la actualidad vivimos una época de pesadilla. Sin embargo, el mal que aparece en Todos tenemos pensamientos asesinos corresponde a otras coordenadas; es un mal que naturalmente está encarnado en el personaje de “El Chupes”, un mal patológico de un tipo que no pertenece a ninguna organización criminal. Es perverso per se, no persigue ningún afán de lucro. Doy clases en la cárcel y uno ve ese submundo donde las situaciones son extremas. Tanto la maldad como la bondad se expresan con toda su fuerza y todas las acciones humanas, en dicho contexto, tienen una explicación.
– El personaje central de tu libro, Salvador, es un hombre profundamente solitario con el que muchos podrán sentirse identificado…
– Bueno, es el personaje central porque lleva la historia, pero el que desencadena todo es El Chupes. Eso lo aprende uno desde la tragedia griega, los personajes que encarnan la maldad son los que empujan la acción y los que hacen más mella en el lector. Salvador es el tipo que veo en el Metro, en la calle y al que me lo quedo mirando porque se trata de alguien que arrastra una desolación terrible. Este tipo de personas golpeadas por la vida cotidiana son un volcán de emociones que quieren salir. Personas irrelevantes para el resto de la gente y cuyas historias deben ser contadas.
– Un debate que propone también tu novela es el valor del trabajo como dignificador del hombre. Hoy todos quieren ser deportistas o estrellas de Hollywood. A nadie se le ocurriría soñar con ser panadero…
– Sí, esos oficios que se transmitían de generación en generación. Sin embargo, el de panadero es uno de los oficios más nobles que uno pueda imaginar.
– La historia no tiene ni un poquito de aire…
– Yo la vi venir, esa historia era eso. Me costaba mucho trabajo escribirla, adelgacé mucho durante el proceso. Interiormente, dejé mucho esa novela. Ojalá que sea la última.
– Tendría que venir con una leyenda que advirtiera que no termina bien…
– (risas) Yo había pensado, pero al final en la editorial no lo hicieron, en poner un cartelito al lado del título que dijera “Y tú también”.
– ¿Tuviste deseos de matar a alguien alguna vez?
– Sí. Incluso el arma me temblaba en las manos. Sólo terminé disparando contra el espejo que reflejaba mi imagen.