María Rivera
25/04/2024 - 12:01 am
Cultura
“Pobre muy pobre visión de la cultura tuvo este gobierno y no parece que Sheinbaum tenga ningún punto de vista crítico al respecto”.
A mediados de la campaña, querido lector, poco se sabe de los proyectos específicos en materia cultural de los partidos. Las propuestas para el sector cultura de la candidata morenista son vagos y generales. Muy poco proyecto: lectura, educación, y continuación de la política de este sexenio, centrada en su programa de cultura comunitaria, no mucho más. En cuanto al proyecto de la prianista Gálvez, es un poco más extenso y más preciso: aumento de presupuesto, construcción de infraestructura, regresar programas y privilegios a un puñado de personas de las élites culturales. Es un proyecto que mira hacia atrás, que busca la restauración del viejo orden, pero al menos decidieron voltear a ver a la cultura por más un minuto, a diferencia de Morena.
Es una pena que la candidata de la izquierda tenga un proyecto tan pobre y es muy llamativo que no tengan la menor autocrítica con respecto a las cosas que tan mal se hicieron este sexenio y que fueron sistemáticamente denunciadas por la comunidad cultural, desde los proyectos centralistas como ha sido el de Chapultepec, tanto como la política austericida en la que sumieron al sector, así como la desaparición de los fideicomisos.
En la administración de Claudia Sheinbaum, en la Ciudad de México, hubo serios problemas por falta y retrasos en los pagos de quienes se dedican a la cultura, meses en los que no pudieron cobrar sus honorarios quienes participaron en sus programas. No solo eso, hubo denuncias de personas contratadas como maestros de sus centros culturales que fueron usadas como personal comodín para labores ajenas a sus funciones como la asistencia a los centros de vacunación, durante la pandemia. Digamos, no, no fue un buen sexenio para la cultura, ni en el país ni en la Ciudad de México. Y no parece que esto vaya a cambiar si gana Morena, como anuncian las encuestas. La destrucción de los fideicomisos culturales demostró ser un error: los retrasos en los pagos de los programas del antiguo Fonca que fueron incluidos en una pobre Dirección, ha sido una constante, así como el desdén del director y de la funcionaria encargada del sector. La propaganda, más que otra cosa, fue a lo que se destinaron los recursos de la Secretaría de Cultura. Asimismo, el uso demagógico de los programas y carteleras fue más que escandaloso: se utilizaron para asentar una línea ideológica exclusivamente.
Pobre muy pobre visión de la cultura tuvo este gobierno y no parece que Sheinbaum tenga ningún punto de vista crítico al respecto, tampoco ninguna imaginación, como no la tiene Gálvez centrada en repetir el pasado.
¿En serio solo hay de dos sopas? Me pregunto. Habiendo tantas cosas que podrían hacerse, novedosas y benéficas para la población mexicana en el aspecto cultural, las propuestas que se nos ofrecen son verdaderamente escuálidas. No es necesario regresar al status anterior, ni volver a privilegiar a un mismo grupo, ni mantener el pobre status quo actual, se puede proponer una visión política diferente. Para empezar, la democratización de la cultura, no la expoliación de la cultura. Porque la democratización no consiste en desaparecer el estado cultural, empobrecerlo, sino todo lo contrario. Significa que más mexicanos tengan acceso a la cultura (no solo los habitantes de la Ciudad de México o del sur de la Ciudad) como un derecho y para ello el presupuesto cultural tendría que aumentarse. El acceso a la cultura no consiste en garantizar que una comunidad pobre tenga acceso a sus propias manifestaciones culturales, sino que tenga acceso a las diversas manifestaciones artísticas: tanto de cultura popular como de la llamada alta cultura.
La propagación de casas de cultura por todo el país no es ni siquiera una creación morenista, sino priista. Es una infraestructura concebida y creada en el pasado y ya había sido superada por una infraestructura mucho mejor y más avanzada. Nada nuevo, pues, tienen los centros culturales que los gobiernos morenistas “crearon”: ni los Pilares en la Ciudad de México, ni los Semilleros en la Secretaría de Cultura y sus alcances han sido muy limitados, como es lógico. Es una locura plantear como política cultural del país la creación de casas de cultura que ya funcionan y que lo mismo dan clases de computación que de gimnasia. Naturalmente, sin presupuesto es muy difícil democratizar nada. Esto es lo que se hizo, por ejemplo, con el Sistema Nacional de Creadores de Arte que es totalmente insuficiente para cubrir las necesidades de los artistas mexicanos. Durante este sexenio congelaron el monto de la beca, eliminaron la homologación del monto con el salario mínimo y no se aumentó el número de becas. Obviamente, las injusticias se multiplicaron. Creadores y artistas mayores de sesenta años han sufrido la discriminación que han hecho de ellos y muchos están abandonados a su suerte, sin seguridad social y sin trabajo tras haber dedicado su vida a la creación del patrimonio artístico nacional. Una vergüenza y una injusticia, la verdad. Mientras, personas muy jóvenes, sin ninguna trayectoria, fueron sistemáticamente incorporados al Sistema, incluidos por jurados que a su vez carecían de cualquier mérito y habían sido incorporados por quienes a su vez no tenían méritos. Un círculo vicioso y perverso, en eso consistió la supuesta “democratización” de los estímulos. Ni qué decir de la línea ideológica que determinó todas las actividades.
Quizás, lo peor sea la posición de subordinación en que colocaron a la cultura: como una herramienta a ser utilizada en las diversas necesidades sociales: herramienta “pacificadora”, herramienta demagógica, herramienta propagandística. Como si las manifestaciones artísticas y culturales, libres y autónomas, no tuvieran, por sí mismas, suficiente valor y utilidad dentro de la sociedad. Una visión muy pobre, ciertamente, de la función social del arte. Es descorazonador y frustrante que la izquierda partidista haya sido incapaz de plantear un proyecto cultural plural, abarcador, democrático e incluso, que sea incapaz de ver a la cultura como parte central de su proyecto político. Naturalmente, esto no significa privilegiar a una mafia ni regresar a un orden corrupto.
Muchos creímos que la izquierda que creía en la cultura y que llegó primero a la Ciudad de México hace 27 años, con Cuauhtémoc Cárdenas y que mucho hizo por la cultura en la ciudad, continuaría con la llegada de López Obrador a la presidencia. No fue así.
Aunque hasta ahora Sheinbaum y su equipo parecen estar cometiendo el mismo error de subestimar y maltratar a una comunidad compleja, plural, y muy rica, la cultura debería ocupar un lugar central en un movimiento que se dice “humanista”. Aún están a tiempo para atender la crítica que el gobierno lopezobradorista sistemáticamente se negó a escuchar, querido lector; deberían de hacerlo. México tiene una riqueza artística y cultural digna de la mejor política de Estado, no de generalidades y vacíos.
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