Melvin Cantarell Gamboa
25/04/2023 - 12:05 am
Vida filosófica
Fueron los teólogos cristianos del medievo quienes desviaron este camino convirtiendo a la filosofía en criada de la teología.
Ser parte del género humano incluye la intención de vivir la vida con sabiduría; ésta consistiría en vivir la propia existencia disfrutando las posibilidades que se nos ofrecen para alcanzar una vida buena, digna de ser vivida; para eso es menester comprender que se necesita de herramientas que propicien que esto suceda; pues bien, el instrumento idóneo capaz de facilitar este trabajo sobre sí mismo es la filosofía, entendida como amor a la sabiduría (la palabra filosofía está compuesta del griego sophia, sabiduría, y philein amar, que se traduce por amor a la sabiduría).
En la antigua Grecia, la filosofía surge de la pregunta sobre los elementos de que está hecho el mundo, que dio lugar a una visión del cosmos única que, poco después, llevó a los filósofos a interesarse por la propia experiencia de vida, cómo vivirla de una manera más plena, más humanan y más feliz; concepción que se resume en la preocupación por nuestra propia puesta en el mundo. El interés de esos primeros filósofos, hay que subrayarlo, se centró en la existencia vital del ser humano, de los hombres y mujeres de carne y hueso, es decir, el cuerpo y sus vicisitudes para subsistir; esto les permitió descubrir una serie de técnicas y ejercicios que perseguían fines educativos concretos formadores de un espíritu dirigido al arte de saber vivir.
Fueron los teólogos cristianos del medievo quienes desviaron este camino convirtiendo a la filosofía en criada de la teología; en la Ilustración, Hegel la identificó con el saber absoluto y la verdad última que, según él, encarnaba en el Estado alemán; en la modernidad, Gilles Deleuze y Félix Guatari la redujeron al arte de formar, inventar y fabricar conceptos; para ellos, el filósofo es un especialista en conceptos; estos desvíos alejaron a la filosofía de la reflexión estrictamente vital y del contacto directo con el mundo real, si de lo que se trata es de amar la sabiduría.
Es hora de volver a acercarse a esa sabiduría que nació de la vida misma y de la conciencia social comunitaria, único saber auténtico que surge de la colectividad, de la práctica y de lo que hace el pueblo, pues prioriza en todo momento la realidad sobre las ideas y lo vital sobre los conceptos; con mayor razón cuando la vida, como en la sociedad actual, se nos va en trabajar y sin tiempo para disfrutar la inactividad.
No se trata de formar filósofos ni pensadores, simplemente de aprender a mirar las cosas de otra manera, a ser uno con el mundo, aprender a estar consigo mismo y decir: “Quisiera que este momento durara para siempre”; una sensación de eternidad y completitud que los griegos llamaron sentimiento oceánico y, Juan Jacobo Rousseau, más cercano a la modernidad, describe en su libro Ensoñaciones de un paseante solitario (Alianza Editorial), cuando a bordo de un bote en el lago Bieler, en Suiza, entregado a la tranquilidad y hundido en ensoñaciones, sintió aumentar su felicidad cien veces y la alegría de vivir y alcanzar la plena libertad interior. El episodio tiene hoy una enorme importancia en la historia de la subjetividad y en las tendencias modernas de libertad.
Devolver a la filosofía su preocupación original no significa una vuelta al pasado, los problemas de la antigüedad no son nuestros problemas, pero sí podríamos aprender mucho de esas historias e incorporar sus enseñanzas a la sencillísima vida del hombre común de nuestros días y que, al mismo tiempo, signifique una ruptura y superación con la ley de la insatisfacción que predomina en todos aquellos hombres que tengan lo que tengan, hagan lo que hagan no estarán contentos. Cierto, no basta con examinar las sabidurías antiguas y comprenderlas para construirnos un traje a la medida; tampoco se trata de eso, pero a nuestras vidas le hace falta una huida ante el acoso de lo real: estrés, la tiranía del consumo, vulgaridad en la existencia, autoimposición de retos inalcanzables, hambre de reconocimiento, de poder y carencia de sentimientos; esta vida sería más soportable si la viviéramos filosóficamente o, lo que es lo mismo en calma y ocio, para no condenarla a la monotonía propia de una conciencia infeliz.
Las sociedades actuales son generadoras de grandes preocupaciones productoras de aflicciones e insatisfacciones; la gente carece de goces y placeres auténticos, en consecuencia, ante esta realidad: ¿Qué hacer? ¿Cómo superar la ley de la insatisfacción? ¿Cómo conquistar una subjetividad liberada? ¿Cómo huir del acoso de la realidad y escapar de su reprobable tiranía? ¿Por qué no renunciar a los valores del neoliberalismo? En principio, hemos de considerar que los seres humanos llevamos en sí el potencial de la libertad interior, del comportamiento generoso y soberano, así como del repudio a la vileza; en consecuencia, es posible optar por la despreocupación, si lo que decidimos es vivir bien.
Para elegir un estado de libertad interior, de autarquía, de estar consigo mismo y construirnos una conciencia feliz hay que empezar por buscar aquellas cosas que están en el uso de la vida común y no perderse en los grandes temas tan abundantes en la filosofía académica, en la que triunfan las fábulas.
Reconozcamos en principio que la sociedad nos ha impuesto una manera de comportarnos que difícilmente soportará un paseo por la vida filosófica; esta requiere de una actitud especial frente al mundo, disposición difícil de alcanzar cuando se asume sin rebeldía, una vida sometida a un régimen laboral en el que no hay lugar para el reposo, condición inalienable para una existencia tranquila y placentera.
Hoy, muy pocos se interesan en producirse una bella individualidad, convertirse en seres humanos magníficos o en una figura ética acabada; la inmensa mayoría ambiciona riqueza y reconocimiento, sinónimos de éxito y evidencia de ser un triunfador.
Ante esto, si la sabiduría tiene por principio las experiencias de vida y, por objeto, aprender a reflexionar sobre ellas para que, a partir de ese conocimiento, planear una mejor manera de vivir, entonces es necesario construirse una sensibilidad, un temperamento, un carácter y una individualidad que sólo la filosofía, vista como el arte de la transfiguración, puede producir; desde esta perspectiva, la filosofía no busca la verdad, sino algo muy diferente: que los individuos fabriquen su propia historia para que, de esta manera, atenúen su déficit existencial, erradiquen las pasiones propias de los cuerpos modelados a la medida del capitalismo neoliberal, que ha vaciado a la humanidad de su substancia para transformarlo en cadáver antes de tiempo.
La filosofía está al alcance de todos, no existe edad para iniciar en ella, desafortunadamente, en la escuela no aprendimos nada para la vida, se nos educó para ser útil al sistema y en muchas otras cosas que no sirven para nada.
En filosofía, todo saber que no refleje la vida será inútil pues no desentraña lo más íntimo y profundo de la existencia; por esta razón, cuando los padres y el maestro anulan la voluntad de preguntar del niño y de los adolescentes obstaculizan su inquietud de saber, lo que los vuelve ciegos ante lo que acontece en su entorno. Aunque ustedes no lo crean, nacemos filósofos, pero en la infancia nos cortan las alas; los padres, el cura y la escuela hacen lo necesario para bloquear esa inclinación natural de interrogar al que se supone que sabe. Los adultos por su incapacidad para dar respuestas a las interrogantes infantiles y por la inclinación por imponer su personal manera de ver la realidad, terminan por anular la disposición infantil de saber de la vida y aprender a comprender su mundo; a las preguntas fustigantes del pequeño los mayores normalmente responden con prohibiciones e impedimentos. Los padres no saben qué contestar por apatía, ignorancia, incapacidad o porque están interesados en actividades muchas veces superficiales; en la escuela, los profesores se limitan a transmitir contenidos e información apegados a programas oficiales totalmente ajenos a la curiosidad propia de los seres humanos.
Llamo filosofía a esa forma de pensar que se interesa por la antropología existencial, la construcción de sí mismo y una manera de vivir que dé consistencia al propio ser.
En consecuencia, si la filosofía es amor a la sabiduría y estamos privados de esta última, entonces hay que aprender a procurárnosla con la finalidad de hacer emerger en mujeres y hombres una subjetividad inclinada a la dulzura, el imperio sobre sí mismo, la abstención de buscar el poder sobre los otros, a liberarnos de lo banal, lo trivial, lo ordinario, lo fútil, lo rutinario y lo mediocre.
La filosofía, desde esta perspectiva, centra la mirada en la vida interior sin romper con la vida cotidiana y sin desvincularse de las cosas sensibles; genera interés por la condición humana de la época, en lo que ha de pensarse acerca de ella y en aquellas cosas que por su gravedad generan situaciones peligrosas que el sistema ha creado y que es necesario eliminar de nuestra existencia: destrucción de la naturaleza, decadencia civilizatoria, aniquilamiento del mundo y otras muchas devastaciones. (Continuará)
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