Alberto H. Tizcareño habló con SinEmbargo sobre Casas Vacías un relato que recurre al misterio, el pensamiento mágico y hasta el humor negro.
Ciudad de México, 23 de febrero (SinEmbargo).– En Casas Vacías, un pueblo de la provincia mexicana, se reúne “la bolita del poste”, un grupo de niños de entre nueve y 12 años que se deciden a desentrañar los misterios que empiezan a ocurrir en el pueblo a partir de la llegada de “Martillos”: robos, pero sobre todo un asesinato que marca un antes y un después.
La razón de estos crímenes, en apariencia atribuibles a la llegada de este extraño, esconden de fondo un elemento fantástico que irán descubriendo este grupito como los mismos pobladores.
La historia es parte de la trama de Casas Caídas (Fondo de Cultura Económica) el primer libro de Alberto H. Tizcareño, un relato que recurre al misterio, el pensamiento mágico y hasta el humor negro.
“Era importante hablar en la novela del pensamiento mágico. Al final en México el pensamiento mágico nos sirve como una suerte de mitología para explicarnos muchas cuestiones que de otra manera no podemos explicarnos”, expuso el escritor en entrevista con SinEmbargo. “El factor fantástico aquí creo que termina siendo un psicoanálisis disfrazado que hacen los narradores de la idiosincrasia de su comunidad. ¿Qué significa la llegada de un fuereño poco amistoso? el miedo a ser conquistados, invadidos, en el caso de los mexicanos, el miedo del fuereño que bien puede llegar a hacernos daño y que en la novela, efectivamente, ocurre”.
Alberto H. Tizcareño platicó cómo esta novela es “una fantasía concebida en la niñez pero escrita en la madurez”. Compartió que él inició a imaginar la historia desde que tenía 6-7 años, cuando escuché por primera vez el nombre Casas Caídas que es el nombre del pueblo del que procede su abuelo, en Jalisco. “En la madurez, cuando tuve tiempo, empecé a escribirla y creo que ese tiempo de maduración en lo que resultó fue en un producto, quisiera llamarle refinado, destilado, eso pasa cuando traes una idea, rumiandola a través de los años, que, cuando te sientas escribirla, pareciera como si se hubiera creado a sí misma”.
Casas Caídas es narrada, por un lado, por este grupo de “la bolita del poste” y por el otro por los mismos pobladores que son cuestionados sobre la llegada de “Martillos” y del crimen que sacude a la comunidad. “Quise explotar la voz comunitaria, tener por un lado a la polifonía del grupo pero que al mismo tiempo como grupo se permitiera en la narración la entrada de más de un género”.
“Además de este narrador colectivo, también se despliega una multiplicidad de voces, todo el pueblo de Casas Caídas participa de la historia, tenemos el testimonio de un velador, de una empleada del hogar, de una bruja o curandera, un albañil, de un artista, por llamarlo así, creo que en la novela ese es un factor de riesgo, o sea, darle voz a tantos personajes, pero al mismo tiempo es lo que le da un factor de ritmo y de elocuencia creo yo, de variedad, de entretenimiento”.