MICHOACÁN: AUTODEFENSAS, UN AÑO DESPUÉS | SEGUNDA PARTE
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Morelia, Michoacán, 25 de febrero (SinEmbargo).– Cuando se le pregunta dice sin dudar: “Esta es la batalla más importante que he librado en mi vida y la que sé que me llevará a la tumba”.
Es Hipólito Mora Cervantes, líder de las autodefensas en Buenavista, Michoacán.
El comunitario se empeña en defender su título de fundador… y realmente lo es. Él dice que fue el primero de todos los hombres que se atrevió a enfrentar al enemigo, sabiendo que a partir de ese momento su vida tenía plazo.
No fue planeado tomar el 24 de febrero, Día de la Bandera, como una fecha especial para realizar el levantamiento. “La verdad es que ese día y en ese entonces, quién iba a andar pensando en fiestas patrias”, afirma.
Se ríe y enseña su dentadura pareja y amarillenta con una mueca que le suaviza el rostro.
* * *
El 24 de febrero del 2013, medios de comunicación del estado de Michoacán reportaron un “ enfrentamiento entre dos grupos armados en el municipio de Buenavista Tomatlán”, en un lugar conocido como “La Ruana”. El hecho apenas ocupó un espacio pequeño en los diarios locales, pero a partir de ese momento “los enfrentamientos” se suscitaron de manera cotidiana y en cascada, sobre todo en la franja de Tierra Caliente del estado que colinda con Jalisco y Colima.
Ese día, Hipólito Mora y un grupo de 30 personas, entre ellas mujeres y niños, comenzaron un movimiento. Con el rostro tapado con paliacates y escopetas de caza, algunos palos y mucho coraje atravesado por los agravios recibidos desde por lo menos tres años atrás.
Mora afirmó que no eran un grupo subversivo, que no pertenecían al crimen organizado y que estaba echado a andar levantamientos armados en otras comunidades y municipios. Su anuncio se minimizó, no así el el espíritu de las autodefensas que desde entonces no han frenado su expansión.
EL LÍDER COMUNITARIO
Parece sentirse orgulloso y cómodo en su papel de líder, porque le gusta que lo tomen en cuenta y le consulten decisiones.
Descarta, sin embargo, que le interese la política: “No, no quiero ser candidato de nada, ni diputado ni nada. La política no me gusta”.
Tampoco le gustan mucho los reporteros, que todo el tiempo lo persiguen cuando lo ven, no le quitan la cámara de encima y le hacen todo el tiempo las mismas preguntas.
“Ya les dije que las armas se las quitamos a los mismos narcos, que el dinero que tenemos es el que la misma gente nos da y que las casas de seguridad y las huertas que tomaron Los Caballeros Templarios se las vamos a dar sus dueños originales”, dice con hartazgo.
Nadie pensaría que ese hombre –a veces malhumorado– de unos 1.60 metros de altura, regordete, nacido un 26 de julio de 1955 y que habla con desdén de los capos que pusieron en jaque a los pobladores de Tierra Caliente: Nazario Moreno,”El Chayo”; de Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, y “Los Templarios”, sea capaz de contar también con lágrimas en los ojos el sufrir de las viudas e hijos de los limoneros.
“Parte el alma cómo esos niños no tienen para comer, que duermen en piso de tierra y están condenados a la nada”, comenta y hace una pausa para enjugarse una lágrima que se le mezclan con el sudor de las mejillas.
Admite que cuando comenzó esta tarea no pensó el alcance que tendría, la respuesta de la gente, las armas, las muertes, los reflectores, las incesantes llamadas de los reporteros y de funcionarios del gobierno.
Sus detractores le reprochan que desde que empezó el conflicto, si acaso un par de veces ha salido de La Ruana para enfrentarse a “Los Templarios” en los lugares que van avanzando.
Él responde encogiéndose de hombros: “hay suficientes compañeros que enfrentan a Los Templarios. No es necesario que vayamos todos. Yo me quedo aquí a cuidar a mi gente”.
La verdad, que dice a veces en confianza cuando está tranquilo y sin prisa, es que lo han amenazado de “Los Templarios”, quienes le han dicho que lo cazarán y lo matarán de la forma más horrible el día que esté fuera de La Ruana, el día que salga sin protección, un día que deje su círculo de seguridad.
A eso sí le teme, Hipólito, a morir en manos de “El Chayo” o de “La Tuta”.
Por su cabeza piden 5 millones de pesos. En un video, uno de los principales líderes de Los Caballeros Templarios, recientemente detenido, Dionisio Loya Plancarte, “El Tío”, lo retó a un duelo. Lo convocó a que se mataran a balazos.
“El primer tiro se lo pego en la mera cabeza”, respondió con burla Hipólito. Sin embargo desde ese día no va a ninguna parte solo.
UN HOMBRE ENAMORADO
“Pero hablemos de otra cosa mejor, y no me vuelva a preguntar porque me pongo chaleco antibalas a últimas fechas”, dice el líder de las autodefensas en La Ruana.
Le gusta hablar del día que decidieron levantarse. Al recordar el día, le bailan las pupilas al igual que cuando habla de su esposa, María Isabel, con la que procreó 11 hijos.
“El día que la conocí supe que nunca la dejaría ir. Iba con una amiga y le pregunté que quién era esa muchacha hermosa de ojos verdes, le dije que me la presentara”, cuenta, y de ahí para adelante no ha dejado de contemplarla, de estar enamorado.
Este abuelo de ocho niños dice sorprenderse de la actitud que tuvo la gente frente al movimiento y asegura que ni el mismo sabía a lo que iba cuando el 24 de febrero del año pasado se paró en medio de la plaza del pueblo con su rifle de caza acompañado de un puño de hombres para declararle la guerra al crimen organizado.
“Quién iba a pensar que iba a ir tan lejos esto. Se veía inacabable y además muy difícil. La gente tenía miedo, pero descubrí que también tenía rabia”, dice.
Agrega: “Chavela no quería que fuera, se enojaba, pero también le dije que era por ella, por nuestros hijos, pero ella vive preocupada por lo que ve en las noticias”.
Hipólito Mora en más de una ocasión se ha distanciado del movimiento porque dice no coincidir con algunas cosas que otros líderes dicen y hacen, “como aparecer diario en los medios”.
Hipólito Mora es un hombre “de edad”, que sin embargo no es viejo.
Su cara rosada, sus gafas –que de perfil denotan una alta graduación– empequeñecen aún más sus ojos claros y junto con su barba entrecana, lo hacen parecer viejo.
Carga en ese corpulento cuerpo de 75 kilos un corazón que lo empuja y que hace poco amenazó con dejarle de latir.
–Por eso le digo que soy hombre muerto, que no importa si es por esta causa, que si me muero me quiero morir luchando y con eso me quedo en paz.
Así que –dice– por ahora ese corazón, que hace menos de un mes lo trasladó a un hospital de la Ciudad de México, trabaja y trabaja bien, y trabajará aunque “sea a huevo”, porque a este movimiento ya nadie lo va a parar… hasta que todo esto termine.