En este país murieron 71,400 personas por causas relacionadas con la desnutrición en los últimos seis años: 11,900 cada año, en promedio. Una buena parte de estas muertes son de menores de edad, y especialmente de niños y niñas de menos de cinco años.
A pesar de ser una de las caras más trágicas del México actual, hasta hace muy poco era un problema prácticamente invisible para la gran mayoría de la sociedad. Solamente se hablaba de él en un reducido círculo de expertos y de funcionarios.
Además de la muerte de casi 12 mil mexicanos al año, uno de cada cuatro habitantes de este país –alrededor de 28 millones de personas– sufre pobreza alimentaria, según el Coneval. Entre los menores de edad, tres de cada diez (11.7 millones de niños y adolescentes) se encuentra en esa situación. Con todo, el peor escenario se vive entre la población indígena: 40.5 por ciento tiene dificultades para hacerse de suficientes alimentos.
Hay que admitir el mérito del nuevo gobierno para hacer visible este problema. Fue una de las medidas prioritarias que anunció el Presidente Peña Nieto, el primero de diciembre pasado. “México ha logrado avances en diversos sectores, pero es indignante, es inaceptable que millones de mexicanos padezcan aún de hambre” afirmó el mandatario.
En la presentación de la Cruzada Nacional contra el Hambre, el pasado 21 de enero, el gobierno estableció como meta atender a 7.4 millones de mexicanos, “aquellos que padecen una doble condición: de pobreza extrema y de carencia alimentaria severa (…) Los esfuerzos se concentrarán en las localidades más críticas de 400 municipios de alta incidencia de pobreza extrema y carencia alimentaria”, se dijo en ese momento.
Pero el problema dista mucho de tener una solución sencilla. No sólo es una cuestión de falta de recursos, también hay problemas de acceso físico a los alimentos. Según el propio Coneval, en el diez por ciento de las localidades del país definidas como rurales, es imposible comprar carne, pollo o lácteos; y en más de una de cada cinco de estas localidades (21.1%) no hay forma de conseguir fruta: simplemente no hay un lugar en donde poder adquirirlos.
Un dato que no deja de ser curioso, por llamarlo de alguna manera, es que mientras uno de cada diez mexicanos no tiene acceso a agua potable, absolutamente todas las localidades rurales tienen a su alcance la posibilidad de adquirir refrescos.
En efecto, a estas alturas, en pleno siglo XXI, que sigan muriendo mexicanos por falta de comida es algo que debe indignarnos. Es un asunto que como sociedad debemos resolver inmediatamente. Más allá del mérito de hacer visible el problema del hambre, hay que exigirle al gobierno que cumpla realmente con este compromiso.
No es una meta imposible. De hecho, en términos de política pública, hasta resulta relativamente “barata” de cumplir. Los recursos están ahí y no se me ocurre un mejor uso.
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