Don Samuel Ruiz, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, falleció a los 86 años el 24 de enero de 2011, apenas un día antes de sumar otro aniversario más de haberse ordenado sacerdote. Fue conocido como “el Obispo de los pobres” y con esta envestidura fue despedido en sus exequias por indígenas tzotziles, tzeltales y tojolabales de Chiapas en la Catedral de San Cristóbal, la que fuera su casa durante medio siglo. En vida fue propuesto dos veces para recibir el Premio Nobel de la Paz, nombramiento que fue boicoteado desde el propio gobierno mexicano y desde la cúpula de la Iglesia Católica en el Vaticano. Sin embargo, recibió el doctorado Honoris Causa de varias universidades europeas por sus muchos aportes a la paz y a la concordia en México, un país de ciudadanos constantemente enfrentados a sí mismos. Pero sobre todo, recibió el único premio que parecía importarle al bien llamado “Tatic”: la confianza de los indígenas. Esta es una breve semblanza de don Samuel Ruiz, seguida de la última entrevista que ya retirado, concedió a la prensa.
Enviado por el Papa Juan XXIII, Samuel Ruiz llegó a Chiapas con la encomienda de “enseñar” a los indígenas. Él acabó aprendiendo de ellos. La práctica de la teología de la liberación y su peculiar manera de practicar su propia “teología indígena” que simpatizaba con los movimientos sociales y sus causas, llamaron la atención tanto del Gobierno mexicano como de la jerarquía más conservadora del Vaticano
“Después de 500 años de evangelización, no hay sacerdotes verdaderamente indígenas”, se lamentaba alguna vez el Obispo, que veía que la Iglesia “occidentalizaba” a quienes aceptaba en su seno.
Ya en 1993, Ruiz daba muestra de su transformación interna cuando publicó “En esta hora de gracia”, su carta pastoral en donde advertía sobre la gravedad de las injusticias sociales de México, particularmente en detrimento de los indígenas.
En Chiapas, una región casi hermana de Guatemala en el sentido social y geográfico, don Samuel fue uno de los primeros apoyos de Rigoberta Menchú, a quien le unían diversas causas. El Obispo colaboró con ella en 1993, en el histórico retorno de más de 2 mil 300 refugiados. En realidad, entre 1982 y 1995, él había encabezado la atención a quienes huyeron de la cruel guerra civil guatemalteca.
En el marco del levantamiento zapatista, fue mediador en el conflicto entre los rebeldes y el Gobierno mexicano, para cuyo efecto fundó la Comisión Nacional de Intermediación, la CONAI, un órgano que vivió de 1994 hasta su disolución en 1998. La labor de intermediación en este y otros conflictos continuaría con la entidad llamada Servicios y Asesoría para la Paz (SERAPAZ).
Samuel Ruiz participó en 1995 en la firma de los llamados “Acuerdos de San Andrés”, que luego inspirarían futuras transformaciones a la Constitución, aunque no del todo cabales con las peticiones indígenas. Por su apoyo a las comunidades de la zona, el obispo fue acusado por el gobierno mexicano (liderado entonces por Ernesto Zedillo Ponce de León) de “instigar una filosofía de la violencia”, debido a lo cual, el proceso entró en un impasse. Mientras, el conflicto vivía una tensa calma con elevada presencia de militares en Chiapas y los alrededores.
Las cosas a la fecha no han cambiado mucho aunque la guerrilla zapatista depuso oficialmente las armas en 2000, el mismo año en que don Samuel se retiró jubilado a la ciudad de Querétaro, donde siguió colaborando con las organizaciones que fundó, y con las organizaciones de diversos movimientos sociales mexicanos.
A pesar de los pesares gubernamentales, fue incluso llamado para mediar nuevamente y de manera breve entre el Gobierno de México y el Ejército Popular Revolucionario (EPR) (1), una organización armada que opera en Guerrero y Michoacán.
“Hoy se muere por optar por los pobres”, sentenció en su momento el “Tatic” (el padre). Este bien podría ser su epitafio, pues don Samuel Ruiz vivió y murió entre los pobres. Sus funerales fueron prácticamente ignorados por las autoridades, por los grandes medios informativos y por la jerarquía de la Iglesia Católica, no así por los indígenas y la parte más marginada de un México también olvidado, que es quien más reconoce y venera la enorme labor realizada por “el Obispo de los pobres”, el hombre que pudo haber sido el segundo premio Nobel de la Paz de origen mexicano, pero que igual que Gandhi, se quedó en el intento por ser “políticamente incorrecto”.
LA ÚLTIMA ENTREVISTA:
El 25 de enero de 2011, Samuel Ruiz se preparaba para cumplir 51 años de haberse ordenado sacerdote. Falleció un día antes de ese aniversario; y falleció prácticamente olvidado por su Iglesia y por las autoridades mexicanas. Los grandes medios de comunicación apenas hicieron breves alusiones a su fallecimiento y, sin embargo, una bella y emotiva ceremonia de despedida fue celebrada en el estado mexicano de Chiapas por quienes fueron siempre el motivo primero de todas sus acciones: los indígenas y los pobres de México, quienes le llamaban simple y cariñosamente “Tatic”.
Don Samuel Ruiz, una pieza fundamental en el conflicto zapatista –un estallido armado que cimbró a México en enero de 1994– y en la reconciliación del complejo entramado étnico y religioso del sureste mexicano, fue incluso perseguido por el gobierno, mientras que la Iglesia Católica reprobó su marcada inclinación a la llamada Teología de la Liberación y orilló al Obispo de San Cristóbal a una renuncia anticipada en marzo de 2000, precisamente el mismo año en que la UNESCO decidió otorgarle el Premio Simón Bolívar por “su compromiso con la paz y el respeto a la dignidad de las minorías”.
El “Tatic”, quien aprendió cuatro lenguas indígenas, y que en realidad, más que la Teología de la Liberación practicaba su propia “teología indígena”, obedeció a la jerarquía eclesiástica y se mudó a vivir al estado central mexicano de Querétaro, desde donde continuó sus labores a favor de la paz y la concordia. Jamás objetó las acusaciones gubernamentales que lo acusaban de promover “una ideología de la violencia” en Chiapas, pero jamás dejó tampoco de admirar abiertamente al zapatismo, que él consideraba justo y entendible.
En su casa de Querétaro, don Samuel Ruiz concedió la última entrevista a la prensa. Fue en 2009, cuando su enfermedad le impedía viajar a la Primera Cumbre Mundial de Paz, realizada en Colombia.
Allí me recibió “el padre”, rodeado de una peculiar amalgama de imágenes religiosas, iconos indígenas, galardones internacionales y símbolos zapatistas. Ahí, bajo un imponente mural, regalo de Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz argentino, Samuel Ruiz defendió con la misma vehemencia al Vaticano que a la figura del subcomandante Marcos, el artífice más visible del Movimiento Zapatista de Liberación Nacional. Conciliador: así era, así fue el Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas. Un hombre de paz que pudo haber sido Nobel; un hombre a quien unos pocos mexicanos preferirían olvidar y que es, sin embargo, recordado por muchos otros que, aún hoy, viven en y de su legado.
–A más de tres lustros del levantamiento zapatista, ¿cómo haría una recapitulación de ese momento?
–Bueno, en ese momento hubo una justa demanda de las comunidades que se expresó a través del movimiento… ellas habían recurrido a las autoridades que respondieron con represión, así que convocaron una manifestación, pero el fuego por parte de los zapatistas cesó a los tres días [sic] (2) , y se prometió un diálogo de paz; mantuvieron las armas, pero calladas. Se trabajó en los denominados Acuerdos de San Andrés (Larráinzar) (3), que fueron rechazadas por el gobierno. Yo creo que hubo una justa demanda y una justa defensa (…) Se dijo que detrás del movimiento había una “ideologización”, pero era más bien el hambre, el reclamo de sus tierras y la represión lo que condujo al “basta ya”. ¿Qué se puede hacer ahora? Pues se tienen que satisfacer esas necesidades, porque todavía quedan pendientes muchos de esos acuerdos, porque a día de hoy, esas demandas justas aún no se han cumplido.
–Usted fue siempre una voz de concordia en Chiapas. ¿Cuál sería el secreto para lograr la paz de la sociedad con sus indígenas?
–Desde luego que no hay secretos. Los indígenas nunca han querido la guerra, ellos siempre han buscado la paz aun en medio de su marginación, tendríamos que decir que hay que seguir apoyando sus demandas para que disminuya la marginación… si no es posible la transformación total, al menos que la marginación disminuya de manera gradual, para que podamos encaminarnos hacia una nueva sociedad.
–Hablando en términos globales, la situación de México y sus indígenas, es parecida a la de otros lugares de Latinoamérica o del mundo que conviven con sus pueblos nativos…
–Yo creo que, en general, se puede decir que los indígenas o los pueblos originarios del mundo están en una situación de marginación, son el piso bajo de la sociedad. Un verdadero cambio exige sin duda un cambio estructural. Ellos, sin embargo, tienen sus movimientos internos y han tenido que tomar su propio destino en sus manos […] si en algo ha mejorado su situación, es gracias a ellos mismos, no por el actual sistema. En algunas naciones se ha comenzado a buscar y a documentar las raíces de los pueblos y las lenguas autóctonas, de su identidad cultural […] En Chiapas, por ejemplo, existe una magnífica escuela de lenguas autóctonas y son ellos quienes han promovido estas cosas.
–Y, ¿es posible reducir la marginación y respetar la identidad de los pueblos originarios?
–Primero, tenemos que ver que, en el mundo actual, los indígenas no tienen cabida; eso hay que decirlo y hay que cambiarlo. Entre ellos, por ejemplo, existe una dimensión comunitaria que en nuestro mundo occidental no sabemos apreciar porque somos individualistas. Tenemos mucho que aprender. Las comunidades indígenas también tienen, sin duda, una buena convivencia con la naturaleza, y un respeto grande hacia ella […] aunque se ha provocado que pareciera que el indígena destroza la selva (4); en realidad, ellas son conscientes de que dependen de ella y solo obtiene lo que necesitan para sobrevivir Pero, al menos se han producido algunos avances… hay marginación, sí, pero ellos “ya dicen su voz” [sic]… aunque no se les escuche, están ahí, presentes y, al menos, ejercen el derecho a la palabra; han emergido para decir: “aquí estamos, y no somos objetos sino sujetos de la historia […] tenemos nuestras culturas, nuestros valores y queremos aportarlas a la transformación de la sociedad”.
–¿Y qué papel juega la Iglesia en los lugares donde hay tanta pobreza?
–Jesucristo no fundó a la Iglesia para vivir en la riqueza. Su mensaje era para los pobres […] los pobres no son una opción voluntaria, sino constitutiva de la Iglesia, y más aún deben serlo en los lugares donde la pobreza es estructural, donde dependen de una sociedad que los margina, y no de las voluntades de quienes ahí habitan. Claro que el camino es largo, por la propia incomprensión de la Iglesia
–Y, sin embargo, la propia Iglesia ha marginado y ha amonestado a quienes ejercen la Teología de la Liberación…
–Por supuesto que no. ¿Quién ha dicho eso? No hay ninguna declaración contraria… (silencio) bueno, sí, hay indicaciones para prevenir “ciertos riesgos”, por supuesto. Pero, otra cosa es decir que [la teología de la liberación] está condenada… no hay nada de eso. Lo que se dijo es que la Iglesia debía vigilar que hubiera un “cauce adecuado” de la teología de la liberación en el continente… y esa es la tarea que tenemos nosotros: vigilar el cauce de la doctrina. Aquí está conmigo de testigo esta bandera verde. Me la entregaron los indígenas un año antes de que me fuera de Chiapas y viniera a Querétaro y me dijeron: “señor Obispo, sabemos que te vas a ir de aquí porque por edad renuncias a tu trabajo, pero si piensas que ya no vas a trabajar para nosotros te equivocas, te vamos a dar más trabajo; te entregamos esta bandera como señal, y para que recuerdes que a donde quiera que vayas, tienes que trabajar por nuestra identidad”. Bueno, pues esto yo lo tengo como tarea.
–Según su visión ¿cuál sería el camino, el destino y las opciones que tienen hoy los pueblos indígenas?
–Tenemos que abrirles el paso. En nuestras sociedades se identifica, se confunde el hecho de ser ciudadano con ser occidental. Tenemos que comenzar por cambiar eso y aceptar que somos pluriculturales. Reconocer y reconocernos en nuestras diferencias. Saber que hay otras visiones que son totalmente válidas y merecedoras de respeto. A veces incluso quienes queremos ayudar vemos el mundo indígena de una forma romántica, como si fuera un “pasado valioso”, pero queriéndolo guardar en un escaparate. Y no, tenemos que entender que no son objetos de museo. Son comunidades vivas. Tienen aspiraciones y ¡claro! También tienen deficiencias, pero al menos hay una toma de valores, y ellos quieren ayudar a su manera a transformar la sociedad, aportando lo que ellos son, lo que ellos tienen.
–En este sentido, si como sociedad seguimos el mismo camino de ahora. ¿Corremos el riesgo de enfrentarnos a más movimientos armados por parte de los indígenas?
–No solamente de los indígenas, sino de otros movimientos. Porque el problema es la marginación. Ahí donde no haya la atención necesaria a las justas demandas, se está fraguando una tensión social, una tensión que puede llevar a desagradables situaciones de violencia. En México hay movimientos armados en lugares como Oaxaca, Guerrero… y ahí el problema no tiene que ver con los indígenas, o no necesariamente. Y este no es el camino. La violencia no es nunca el camino. Debe existir un respeto a la justicia y deben atenderse las demandas y cumplirse las promesas a las comunidades.
–Pero Chiapas es quizá un caso especial… muchas etnias, distintas religiones…
–Cuando existen distintas religiones hay que reflexionar en el plan de Dios, porque hay salvación a través de todas las creencias existentes, a través de la profesión de cualquier credo… sólo hay que ser congruentes en la conducta y en el respeto al otro. Por otro lado, en Chiapas ciertamente coexisten tensiones de varios tipos, pero hay una sola marginación… hay poco respeto por parte de nosotros los occidentales. De eso no cabe duda.
–¿Cómo vivió Samuel Ruiz la insurrección zapatista en enero de 1994 y cómo fue para usted, para un Obispo, el acompañamiento espiritual a un movimiento armado?
–Evidentemente que lo viví con miedo y con mucha angustia. Para mí era un movimiento justo que surgía como última salida a la represión… era un movimiento armado, sí, pero ese levantamiento no tenía como objetivo tomar posesión de la sociedad, ellos anunciaron que no querían gobernar, sino contribuir a la transformación social y a proteger su identidad. Por supuesto que hicimos un juicio ético y reprobamos la violencia, pero también intentamos explicar cuál era su origen y tratamos de encontrar una solución. Yo estuve participando en el diálogo entre el EZLN (5) y el gobierno y en ese entonces se llegaron a unas conclusiones que luego no fueron implementadas, a pesar de que las armas de un lado callaron, si hoy ellos (los zapatistas) no han querido quitarse las máscaras es quizá porque no ven las condiciones, porque la represión del Estado continúa. Las armas se depusieron en el año 2000, pero los movimientos sociales continúan, no con pistolas, pero sí con armas sociales que todavía presionan para lograr la transformación, pero lamentablemente, las armas de la represión no han callado jamàs, así es difícil que desaparezca la tensión.
–Muchos opinan hoy que la figura del subcomandante Marcos (6) se ha desvirtuado…
–¿Y por qué? No. No. Yo no opino lo mismo. Él sigue pidiendo lo mismo que antes: justicia. Además ese movimiento dio motivo para que surgieran otros. El EZLN ayudó a articular otros movimientos y otras organizaciones que reivindicaban lo mismo, que tomaron consciencia de que había que luchar juntos contra una sola marginación y contra la represión, que hoy sigue vigente. Hoy todavía no hay garantías de que no serán asesinados, pero los indígenas han tomado mucho de su destino en sus manos y los opresores han perdido terreno frente a eso…
–Pasados los años, ¿cuál es su visión actual sobre México, cuál es la tarea que hoy desempeña Samuel Ruiz ahora ya lejos de Chiapas?
–Bueno, hay ciertamente contradicción. Hay avances y hay retrocesos… el avance significa que hoy al menos sabemos que existen los indígenas y eso conlleva a cierta toma de consciencia, y quizá a un aumento del aprecio y el respeto. Pero por otro lado también ha aumentado la marginación, y que muchos indígenas piensen que la única salida para salir de ella es “hacerse occidentales”, eso no funciona porque tenemos que llegar paulatinamente a un reconocimiento de nuestra pluriculturalidad, esa es la vía que no se ha explorado todavía, no solamente aquí en México sino en los lugares donde hay etnias y pueblos primigenios… es el sistema actual quien los condena a la marginalidad, el que crea la tensión… Y sobre mi tarea de ahora, pues yo sigo oficiando misa aquí en Querétaro. También tengo dos oficinas en la Ciudad de México: SERAPAZ (7) y SICSAL (8), en donde damos asesoría y ayuda para lograr la paz, y lo hacemos desde diferentes caminos, mediante la transformación y la resolución pacífica de los conflictos. En una oficina nos centramos más en México y en la otra trabajamos a nivel internacional. En ambos lugares acudimos a llamadas explícitas para dar acompañamiento a movimientos sociales, y para que éstos encuentren salidas no violentas, para evitar que se llegue a las armas o a los enfrentamientos.
Hoy sigo en contacto con mi gente de Chiapas. Ellos saben que estoy con ellos, además, esa es mi tarea como Obispo Emérito de San Cristóbal, y voy a seguir con esa encomienda, hasta que me muera.
REFERENCIAS:
(1): El Ejército Popular Revolucionario hizo su primera aparición pública en el sureño estado de Guerrero el 28 de junio de 1996, durante el aniversario de la “Masacre de Aguas Blancas”, una matanza de campesinos e indígenas ordenada por el entonces gobernador de la entidad Rubén Figueroa. Las autoridades mexicanas sitúan, sin embargo, las raíces de este movimiento armado en uno más antiguo, denominado “el partido de los pobres”.
(2): El 1 de enero de 1994 un grupo armado de indígenas del estado de Chiapas ocupó varias cabeceras municipales. Ese mismo día entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá. El levantamiento, que logró desestabilizar política y económicamente al gobierno del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, se decantó pronto por el diálogo y detuvo los combates, que en realidad duraron 11 días. Las armas no serían oficialmente depuestas hasta 2000, con el primer gobierno de la oposición, encabezado por Vicente Fox Quesada.
(3): Los llamados Acuerdos de San Andrés son una serie de documentos que el gobierno de México firmó para la consecución de la paz con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en febrero de 1996, dos años después del levantamiento armado. Su contenido versa sobre los derechos y la cultura indígena de México, donde las autoridades se comprometen a modificar la Constitución para otorgar autonomía y dignidad a los pueblos originales, así como a atender a las demandas en materia de justicia, de tenencia de la tierra y de igualdad para los indígenas. La firma de estos acuerdos se logró con la intermediación del obispo Samuel Ruiz y se realizó en el poblado de San Andrés Larráinzar, en Chiapas.
(4): La Selva Lacandona es uno de los enclaves de biodiversidad más ricos de México y del mundo. Está situada en el estado de Chiapas y comprende 957 mil 240 hectáreas, lo que representa más de 12% del territorio del sureste mexicano. Ha sido calificada como “una selva herida de muerte”, por la indiscriminada tala de árboles de la que es víctima constante.
(5): EZLN: Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Movimiento armado que surgió en 1994. Dejó las armas en 2000, aunque su mando mantiene por nombre el Comité Clandestino Revolucionario Indígena.
(6): El subcomandante Marcos ha sido la cara más visible del EZLN, y su portavoz oficial. Escribió cientos de comunicados y ensayos en forma poética que dieron a conocer al movimiento a nivel internacional. Su estilo particular de comunicación le ha traído simpatizantes y detractores, pero los indígenas del sureste siempre aceptaron su interlocución ante autoridades y medios de comunicación. En 2004 publicó Muertos Incómodos, junto al autor mexicano Paco Ignacio Taibo II, un libro sobre la política mexicana y cuya primera idea incluía también la participación del español Manuel Vázquez Montalbán.
(7): Fundada por el obispo Samuel Ruiz, Servicios y Asesoría para la Paz (SERAPAZ) surgió como respaldo de la labor mediadora de la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI), que funcionó bajo el contexto del conflicto zapatista. Disuelta en 1998, la CONAI trasladó a SERAPAZ sus labores ampliadas. Actualmente es un organismo sin fines de lucro, dedicado a la transformación pacífica de conflictos, a la investigación y la producción editorial, así como a la capacitación, la asesoría y el seguimiento a los procesos que contribuyen a la paz social en México.
(8): El Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL) fue fundado en 1980. Es una red mundial cristiana ecuménica de solidaridad con los pueblos empobrecidos (sic), creada bajo la inspiración del sacerdore Óscar Arnulfo Romero y Galdámez –mejor conocido como Monseñor Romero–, arzobispo de El Salvador, célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos. Murió asesinado en el ejercicio de su ministerio en 1980.