El truco por excelencia de los grandes arqueros, desde Robin Hood hasta Guillermo Tell, ha sido siempre disparar una flecha desde una distancia considerable y conseguir atravesar una manzana o algún otro fruto similar que ha sido colocado sobre la cabeza de un individuo crédulo o temerario.
En su ensayo Teoría Psicoanalítica de la Caricatura, Isabel Paraíso dice lo siguiente: “El artista busca, en primer lugar, su liberación personal, y la logra comunicando su obra a los demás, que sufren también de la insatisfacción de esos deseos. En la obra de arte, el creador realiza sus fantasías no directamente, sino a través de la forma artística. La forma artística, además, ofrece al espectador ‘primas de placer’, que a su vez le permiten la liberación de sus propios instintos”.
Creo yo que si obedecemos los cánones estéticos que nos rigen más o menos desde tiempos de la antigua Grecia, debiéramos decir que Enrique Peña Nieto es un hombre guapo, incluso hermoso. Si revisan sus facciones desaprensivamente, entenderán a qué me refiero. A algunas y algunos –¿por qué no?– les resultará atractivo físicamente y aunque parezca increíble, también atractivo políticamente. Por esta razón, hemos llegado, a pensar que lo eligieron como candidato del PRI: ¡los mexicanos y mexicanas lo íbamos votar por guapo! Pero también pudieron haber postulado a William Levy, o a Saúl Lizaso, y no lo hicieron. El copete de Peña Nieto en lo personal, me parece ridículo en su disposición a modo de henchida ola creciente, pero la realidad es que para un hombre de su edad, tal abundancia de materia prima resulta envidiable.
Creo que como país, y como raza, lo envidiamos genuinamente y nos burlamos de él fingidamente. Lo representamos y lo caricaturizamos como un maniquí, o como Ken, el novio de Barbie. “El arte es así, fundamentalmente, una compensación de deseos humanos”. Es más, nos llegamos a creer tan tontos y tan vanos, que seríamos capaces de elegir a nuestro presidente por su mera apariencia física.
El extinto Germán Dehesa tenía una subsección que intitulaba: “¿Qué tal durmió?”, y le iba sumando cada día el número de días que había hecho la pregunta. Él creía que Arturo Montiel, tras todas sus corruptelas en el Estado de México debía ser incapaz de dormir tranquilo. Peña Nieto cuando asumió la gubernatura de dicho estado, protegió a Montiel, y sobra decir sus nexos con la vieja escuela priísta, además de que podríamos escribir un tratado sobre todos los actos cuestionables y oscuros a los que está vinculado y las lacras políticas que representa. O sea, lo importante no es que sea o parezca un muñeco de acción o producto de marketing, sino las acciones que está dispuesto a hacer el muñeco y quienes le dan cuerda.
Por esa razón creo que no debiéramos caricaturizar su copete y su belleza, que de todo lo que es él son lo menos importante. Si así lo hacemos, no sólo pareceremos envidiosos y vanos, sino que dispararemos nuestras mortales flechas y éstas atravesarán el alzado copete como si se tratara de una manzana de keratina, dejando indemne al individuo. Si somos capaces de discernir e identificar qué es lo verdaderamente importante, entonces tensaremos la cuerda únicamente cuando la flecha apunte al corazón de éste y otros tantos males de las más diversas morfologías.