Ernesto Hernández Norzagaray
24/12/2022 - 12:02 am
Ciro, atentado y deber
Ahora, imaginemos, por un momento, el impacto psicológico de un atentado como el que recibió Ciro Gómez Leyva.
A la memoria de Andrés y Jorge Tirado
El atentado contra el Ciro Gómez Leyva me indignó como a muchos cuando se ataca a un periodista por su desempeño profesional. Y el ataque, me trae a la memoria, un día de la primavera de 2004 cuando recibí una amenaza contra mí y mi familia que vino muy probablemente desde una oficina de Gobierno estatal por mi trabajo en el diario Noroeste.
Inmediatamente después lo comenté con Manuel Clouthier, quien fungía como director general del diario y me dijo, después de leer el texto recibido: “Mira, Ernesto, tienes dos opciones: Una, que dejes de escribir y con ello quienes te amenazaron habrán cumplido su propósito y, la otra, que los mandes a chingar a su madre”. Para agregar: “Yo también he recibido amenazas y cuando sucede, voy por mi familia y nos vamos a caminar por el malecón para demostrar que no les tememos”.
Salí confundido y preocupado de su oficina en Culiacán y regresé a Mazatlán. Deje de escribir una o dos semanas. Y no deje de darle vuelta al dilema que Clouthier me había planteado.
A la tercera semana decidí tres cosas: Una, temeraria, como la amenaza había llegado desde una cuenta de Hotmail creada exprofeso y venía un nombre, que luego supe tenía cuerpo en una oficina del Gobierno estatal en Mazatlán y fui a encarar a quien supuestamente había escrito la comunicación amenazadora.
Era un joven funcionario al que le di a leer el texto y eso lo puso lívido, y me juró, que no tenía nada que ver, le creí porque no tenía pies, ni cabeza, amenazar y su nombre. Me ofreció que juntos interpusiéramos una denuncia ante la Procuraduría del estado. Le respondí que no y sólo supiera, que, si me pasaba algo o a un miembro de mi familia, iban a proceder contra él, como primer sospechoso;
Dos, tome la decisión de seguir escribiendo porque consideré que esa podría ser mi mayor protección junto con mi trabajo académico y participación ciudadana en la Universidad Autónoma de Sinaloa, el Consejo Local del IFE y el Consejo Estatal Electoral y,
Tres, evité ciertos temas, los que he retomado con el paso del tiempo. Han transcurrido casi veinte años y no he vuelto a recibir a amenazas, aunque, sí agresiones anónimas, incluso hay un expediente mío en Artículo 19.
Comento esta situación porque una amenaza escrita como la que recibí pone a cualquiera en una encrucijada. Ahora, imaginemos, por un momento, el impacto psicológico de un atentado como el que recibió Ciro Gómez Leyva. La sola mención me provoca un ramalazo que trae la imagen de nuestro colega y amigo Javier Valdez, quien, se ha dicho, fue hincado para recibir la bala asesina.
La mañana siguiente vi el rostro de Ciro Gómez Leyva en el set de Radio Fórmula y estaba silencioso y desencajado por la preocupación. Y admiré su valentía de no tomarse unos días para hacer la reflexión sobre lo ocurrido y de inmediato, volvió a los micrófonos, para narrar con todo detalle lo que vivió y todavía tuvo ánimo para enfrentar, breve, contundente, la campaña sucia que lo revictimizaban.
Mejor, todavía, para defenderse sutilmente de las declaraciones del propio Presidente López Obrador cuando kafkianamente puso a su Gobierno como si fuera la víctima. Nada de empatía con la víctima. La solidaridad expresada rápidamente la disipó con sus propias declaraciones injuriosas.
Dijo que el atentado pudo ser perpetrado por grupos contrarios a la Cuarta Transformación para afectarlo a él. Y no paró ahí, le ganó la imprudencia y falta de empatía, cuando mencionó a varios comunicadores, entre ellos Ciro Gómez Leyva, y los calificó sin más de “voceros del conservadurismo por proteger intereses de elite y contribuir al fraude electoral de 2006”.
Incluso, cuestionó los sueldos y en estas palabras dejó ver tristemente que lo que modula su narrativa que es el resentimiento por los resultados de aquellas elecciones y su impotencia que pauta su relación con estas elites intelectuales y mediáticas.
Aquello llevó a Ciro a preguntarse impotente unas horas después: ¿Por qué hoy? Y más tarde, ir más allá y preguntarse, ¿con las declaraciones del Presidente, las fiscalías podrían garantizar una investigación seria y profesional? La respuesta está en el aire.
El Presidente trata siempre de convertir la tragedia colectiva en una victoria personal. Me pregunto ¿por qué no da un paso atrás, por elemental empatía con las víctimas? Sólo podrían explicarlo especialistas en la complejidad de la mente.
Vamos, lamentablemente ese delirio alcanza también a muchos de sus seguidores y algunos analistas políticos que compran no desinteresadamente ese relato cuestionando, con mayor o menor rigor, a los “enemigos del Presidente” y llegan hasta solidarizarse con la víctima, pero siguen la “escuelita”, de inmediatamente cuestionarla para que no haya dudas entre la feligresía.
Entre ellos, no hay respiro, para apoyar los dichos infundados del Presidente y me atrevo a pensar que en el fondo de esa narrativa defensiva podría haber frustración por el fallo de los motorizados.
Y si esto, ocurre entre un segmento no menor de la población, estamos en una sociedad cada día más enferma por la polarización y la debilidad de las instituciones.
La polarización lamentablemente hoy más que nunca en América Latina es un ingrediente del ejercicio de este poder y sin él, sería otro más light, que visibilizaría lo que oculta la distracción como insumo de comunicación política.
Hay quien afirma, correctamente, que si el Presidente López Obrador usara esta metralla mediática contra los señores del crimen organizado, otro gallo nos cantara. Sin embargo, lo suyo es la narrativa binaria irreductible: progresistas-conservadores; nacionalistas-neoliberales; pobres-ricos; honestos-corruptos.
Y con ese dualismo, se podría justificar cualquier cosa aun cuando se adorne con expresiones de solidaridad de los dientes para afuera. La crítica estorba, y ese es el verdadero problema de AMLO y sus acólitos. El problema es que la violencia tiende constantemente a ampliar su radio de acción y no es con esa solidaridad como habrá de disminuir.
En definitiva, lo sucedido a Ciro Gómez Leyva, y antes fatalmente, a las decenas de periodistas de provincia, no es un ataque al Presidente y a su Gobierno, es un ataque a las libertades públicas empezando por el derecho a estar bien informado.
PD. El asesinato de los mazatlecos Jorge y Enrique Tirado no está resuelto y lo expresado hasta el jueves por las autoridades judiciales de la Ciudad de México deja más dudas, que certezas, sobre el crimen y el móvil. Mi abrazo solidario a la familia Tirado.
Aun, con este entorno letal, o mejor por ello, deseo una ¡Feliz Navidad! a los directivos, colaboradores y lectores de este gran medio de comunicación.
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