Sandra Lorenzano
24/10/2021 - 12:00 am
Palabras mudas en fila
Rosselli publicó más de una docena de poemarios y participó activamente en la vida literaria y cultural de su tiempo; sin embargo, vivía en un permanente estado de desasosiego.
Palabras mudas en fila[1]
No te miraré a la cara de cerca, ni desde
aquel lejano pliegue en la colina lo llamas
tu experiencia quemada. Lleno de remordimiento
sigues vivo, yo me quemo en un ardor que no
puede sonreírse. Y las alegres terrazas de la invernal
pelea de viento, granizo y hálito de mezclada
primavera van a arar el suelo con su línea cruel.[2]
Desde historias de destierros y lenguas quebradas que me resultan dolorosamente familiares, desde la profunda sutileza de la lectura de Pier Paolo Pasolini —el primero que se deslumbró con su poesía—, me llega la voz de Amelia Rosselli. ¿Quién es esta poeta que me sacude con sus versos?
Amelia nació en París en 1930, hija de un conocido intelectual antifascista, Carlo Rosselli, y de Marion Cave, una inglesa cristiana de origen judío, vinculada al Partido Laborista y defensora de los derechos de las mujeres. Vivían exiliados en Francia por su oposición al régimen de Mussolini. Cuando la niña tenía apenas siete años, su padre y su tío fueron asesinados por el grupo ultraderechista La Cagoule, que seguía órdenes del Duce. Con su madre se trasladó entonces a Suiza y luego a Inglaterra.
Cuando hablaban de su cosmopolitismo ella precisaba que no eran cosmopolitas sino “prófugos de guerra”. Contemplo los pájaros que cantan pero mi alma está / triste como soldado en guerra, dice en otro verso.
De los tres idiomas en que se formó —inglés, francés e italiano— eligió habitar en este último. Se instaló en Italia, se afilió al Partido Comunista y continuó sus estudios de teoría musical, etnomusicología y composición; quizás por eso la página en blanco fue para ella, sobre todo, una partitura en la que plasmar la fractura de una lengua paterna marcada por la propia extranjería. Su primer libro, Variazioni belliche, llegó a manos de Pasolini, quien lo comentó con enorme entusiasmo, situándolo así en el panorama de la poesía italiana del momento. Fue él quien habló de los “lapsus” de las composiciones de esa joven que convertía los versos en una perpetua migración entre los tres mundos que la alimentaban, y el miedo a la persecución que se había instalado en ella tras el asesinato de su padre. “Lapsus” que eran encabalgamientos y rupturas, brillos y oscuridades, abismos de sentido y balbuceos. Experimentación y juego con las palabras. Una lengua rota, quizás hermana de la lengua desgarrada de Paul Celan, o —como la propia Rosselli lo comentó en alguna entrevista— de la ajenidad extrema de Kafka.
Sin embargo, como escribe Edgardo Dobry, “Se equivocará quien busque en ella un testimonio claro o un lamento de la tragedia colectiva sufrida en carne propia: su fraseo fluye en una espiral en la que el oído debe seguir la huella de lo no dicho o detectar el eco sucesivo de un grito que nunca se produjo”.[3]
Ya nunca sabré mirarte a la cara; lo que
deseaba decir se ha marchado por la ventana,
lo que tú eras era otro batallón contra el que
ya soy incapaz de enfrentarme; ¿entonces qué nueva
libertad
buscas entre las cansadas palabras? No la blanda
ternura
de quien está en casa bien protegido entre sus altas
paredes y piensa en sí mismo. No el cansado
descuido
del gigante que sabe que no puede rimar nada más
que dentro
del círculo cerrado de sus apesadumbrados conocidos;
la luz es un premio de Dios, y él prefirió venderla
antes que verla sucia entre las manos descuidadas.[4]
Rosselli publicó más de una docena de poemarios y participó activamente en la vida literaria y cultural de su tiempo; sin embargo, vivía en un permanente estado de desasosiego. Los diagnósticos médicos de esquizofrenia la llevaron a pasar largas temporadas en clínicas y hospitales. Su Serie ospedaliera da cuenta de esta experiencia.
Rompimos el aislamiento
fatigosamente pero
los carros que nos llevaban como fruta
al
mercado eran lúgubres autos
blancos
si nevaba, infernales en la lluvia[5]
Solía “justificar” la inclinación suicida de algunos poetas “diciendo que escribir es preguntarse cómo está hecho el mundo y una vez que el escritor sabe cómo está hecho y lo ha plasmado en su obra, no tiene ya sentido seguir escribiendo, ni viviendo”.[6]
Propongo un encuentro con el cráneo,
un desafío al cráneo
mantengo quieta y constante
cerrada en la fe imposible
el amor propio de las bestias.
Cada día de su inexplicable existencia
palabras mudas en fila.[7]
Un 11 de febrero, la escritora de sesenta y cinco años se arrojó por la ventana del departamento en el que vivía, en Roma. En la misma fecha, pero treinta y tres años antes, se había suicidado una de sus autoras más queridas, Sylvia Plath, sobre quien ella había escrito: “La búsqueda artística, al nivel de intensidad al que la llevó Plath, comporta un riesgo mortal”.[8]
Ese 11 de febrero de 1996 era domingo e invierno.
[1] Una versión de este artículo forma parte del libro Suicidio, coordinado por Arnoldo Kraus y publicado hace pocas semanas por el sello Debate de Penguin Random House.
[2] Amelia Rosselli, fragmento de Variazioni belliche, trad. de Ruth Miguel Franco,
https://www.fronterad.com/la-nube-habitada-poemas-de-amelia-roselli/.
[3] Edgardo Dobry, “Poesía como revés de las palabras”, en Babelia, 11 de noviembre de 2019.
https://elpais.com/cultura/2019/11/08/babelia/1573223912_156520.html?prm=copy_link
[4] Amelia Rosselli, Fragmento de La libélula, trad, de Esperanza Ortega Martínez (Sexto Piso, 2015), http://latribu.info/poesia/poemas-de-amelia-rosselli/.
[5] Amellia Rosselli, “Per una impossibile gagliarda esperienza”, en Serie Ospedaliera (1963-1965) (Milano: Garzanti, 2020).
[6] [6] Encarna Esteban Bernabé, “Amelia Rosselli, la complejidad de lo cotidiano”, Estudios Románicos 24, (2015): 17
[7] Amelia Rosselli, “Propongo un encuentro”, en Litoral, Antología de la poesía Italiana Contemporánea, trad. de Horacio Armani (Litoral: unesco, 1994): 201-202..
[8] Citado por Edgardo Dobry, cit.
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