Culiacán, Sinaloa, 24 de octubre (SinEmbargo).– Este barrio se halla sobre uno de los montes que rodean el valle de Culiacán.
Acá aún no llega la pavimentación, por eso sus calles son terregosas y de ellas emergen incómodas piedras bola que a esta hora del día, la una de la tarde, parecen carbones hirientes.
Es un domingo de mayo y es la segunda vez que el rodillo de Dante recorre el muro de esta caseta de policía maloliente, derruida, abandonada.
La primera ocasión que lo hizo fue en marzo pasado, cuando el colectivo Recuperarte decidió intervenir la construcción para convertirla, de un centro de vicio a un centro cultural.
Pero esa primera visita no fue suficiente, Dante junto con buena parte del colectivo Recuperarte tuvo que volver a hacer el trabajo porque en su ausencia “alguien” lo destruyó con taches certeros de pintura negra.
¿A quién le puede disgustar que limpien este sitio sin que le cobren un peso?
La respuesta no fue procurada por estos jóvenes, se conformaron con saber que fue ese al que identifican como “alguien”.
A esa persona le incomodó el trabajo realizado por estos batos. No le gustó que rescataran un lugar que por más de una década ha servido para ingerir alcohol y drogas y ha sido utilizado como baño público en la conflictiva colonia Buenos Aires.
Es claro que tampoco le interesa que un grupo de jóvenes llegue a su barrio, toque en una grabadora música de los Beatles y Lila Downs, de Beethoven y Mozart.
En su lógica puede ser que se justifique, estas piezas desentonan con los corridos y narcocorridos que retumban en las camionetas y estéreos caseros; también con las canciones pop que se transmiten en la radio. Pero de eso se trata, de ser un contrapeso de la narcocultura que está arraigada en el tejido social sinaloense.
A pesar de esto, los compas de Recuperarte piensan que es parte del trabajo. Saben que no en todos lados serán bien recibidos, por eso no se desaniman y este día soleado de inmenso cielo azul y nubes escasas continúan con su tarea: ora friegan los pisos y retiran el excremento de la caseta, ora dibujan árboles en sus paredes, ora bailan salsa frente a los niños descalzos de la colonia.
La caseta se encuentra en un pedazo de terreno reservado para ser el parque de la Buenos Aires. En la parte trasera existe una plancha de concreto adaptada como cancha de fútbol y basquetbol, aunque los círculos de caucho quemado marcados en el concreto muestran que en realidad se utiliza para derretir las llantas de las camionetas por medio de suertes motoras, aquí llamadas “aguilitas”.
Esta cancha de usos múltiples –y es literal eso de los usos múltiples– está semicercada con una malla metalizada que no termina de rodear el perímetro y permite que los vecinos la atraviesen cargados de bolsas de basura y escombro que avientan e incineran a su costado. Pero no todo el tiempo fue así, alguna vez laboraron policías municipales y sirvió de dormitorio de delincuentes de bajo calado.
Así es la vida en la Buenos Aires, así pasan las horas en esta tarde calurosa cuando el sol decide ceder un poco y permitir que estos morros puedan presentarle a los niños el espectáculo principal de la tarde.
Entonces, en una bocina vieja, se escucha un llamado que despierta el oído de algunos chiquillos del lugar y provoca que salgan de sus casas como lo hacen las ardillas de sus madrigueras cuando buscan alimento. Abren los ojos. Dirigen los oídos.
“Estamos invitando a todos los niños de aquí, del sector de la Buenos Aires a que se acerquen y vayan preparándose para el espectáculo de los títeres que está a punto de iniciar. Esta es la primera llamada, primera”, anuncia Alejandro López, un actor de teatro oriundo de Navojoa, Sonora y que al terminar la preparatoria migró a Sinaloa en busca del legado de Óscar Liera, uno de los más importantes creadores escénicos mexicanos.
Para no-culichis esta colonia podría parecer de alto riesgo, sin embargo, los de Recuperarte saben que aún siendo peligrosa no es muy distinta a buena parte de los barrios de esta ciudad, donde la violencia, las drogas y las telenovelas son temas asiduos de conversación. Y donde la cultura y el arte son visitas extrañas y algunas veces incómodas.
Por eso, en estas condiciones, una función de teatro guiñol es, en verdad, un evento extraordinario.
“¡Esta es la segunda llamada niños, segunda!”.
VIENTOS DE RIESGO
MANÁ MANÁ
“¡Esta es la tercera llamada niños y niñas, tercera! ¡Comeeenzamos!”.
Hay que ver el rostro de los niños cuando Junny Salcedo y Cristina Montoya, dos integrantes del colectivo que realizan talleres en el ámbito psicológico y que hoy realizan su primera función de guiñol, representan la canción ranchera “Flor de Capomo”.
Los plebillos mantienen una mirada cándida, embelesada, parecida a la de los morritos de hace más de medio siglo, cuando escuchaban frente a su radio las canciones de Gabilondo Soler, Cri-Cri, y que el cine mexicano filmó para la inmortalidad.
Estas canciones rancheras no hablan de cortar cabezas, como sucede con el Movimiento Alterado, sino del gran tema universal: el amor.
Trigueñita hermosa linda vas creciendo
como los capomos que se encuentran en la flor.
Tú mi chiquitita, te ando vacilando,
te ando enamorando con grande fervor.
Las voces vibran en los conos de las bocinas, algunas veces combinando la lírica con sonidos que no se conforman en palabras.
Mientras se escucha este chunta-chunta-chunta los chiquillos se divierten pasándose un sombrero ranchero entre sus manos para después colocárselo en la cabeza por algunos segundos.
Al terminar este acto, aparecen dos ranas y un mono raro que cantan esa canción que se hizo popular en Plaza Sésamo a la que llaman “maná maná”. La voz principal juega con la tonada como si fuera una trompeta mientras las ranas secundan en la armonía.
Los niños, sentados en el piso recién lavado, ríen y se miran entre ellos sin encontrar una justificación clara a su felicidad. Es el efecto del arte.
CON EL NARCO EN LAS VENAS
Hablar de narcocultura en Sinaloa es un asunto delicado; tanto, que la palabra está prácticamente desterrada del discurso oficial.
Los políticos saben que criticar el fenómeno delincuencial no les ayudará a ganar elecciones, como sí sucede con las promesas de llevar pavimentación, drenaje, agua potable, despensas, playeras, gorras y láminas para los techos de las casas de cartón.
Y es que mientras en buena parte de México la narcoviolencia es un tema que explotó hace menos de 10 años, en Sinaloa se asentó hace más de cinco décadas. Acá las narcoejecuciones son un problema crónico.
Un dato que ayuda a entender lo que aquí sucede es lo dicho en 2005 por el entonces Gobernador de Sinaloa, Jesús Aguilar Padilla, cuando afirmó que más de 30 homicidios al mes era algo “normal” en el estado.
La declaración fue políticamente incorrecta y generó una ola de críticas que lo acompañaron en su gestión, pero recogió el pensamiento de una parte del sinaloense acostumbrado –a la fuerza y a la mala– a vivir bajo el pánico de levantones públicos y de balaceras intempestivas.
En otra ocasión, este mismo político, actual subsecretario federal de Agricultura, dijo que cualquiera en Sinaloa puede tener un vecino narco, otra declaración que define la forma de vida de la gente de esta parte del Pacífico.
Pero la relación con el narcotráfico en Sinaloa no es sólo vecinal, en muchas familias existe al menos un integrante relacionado, de alguna u otra manera, con la actividad narcótica.
Y es que “el negocio”, como se le conoce al narcotráfico en algunos sectores sociales, se arraigó en el estado desde el surgimiento de los primeros capos de la droga, como el recién liberado Rafael Caro Quintero.
De estas tierras de vocación agrícola surgió el Cartel de Sinaloa, dirigido por Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada; de acá también es la familia Carrillo Fuentes, entre otras organizaciones de la droga.
Como si esto fuera poco, este lugar no ha dejado de producir grupos criminales, ahora avanza una especie de tercera generación integrada por “Los Mazatlecos” y el cártel del “Chapo Isidro”, ambos asociados a los Beltrán Leyva.
La presencia de estas organizaciones va desde la ciudad hasta las rancherías, desde la sierra hasta la costa, pero es la capital el lugar donde se concentra el mayor poderío económico y financiero, al menos eso indican las investigaciones realizadas por los Estados Unidos, cuando resolvió que el Cártel de Sinaloa lavó mil 100 millones de dólares en sucursales del banco HSBC instaladas en Culiacán.
En esta ciudad también se halla la capilla de Malverde, el llamado “santo de los narcos”, y de su serranía es “Chalino” Sánchez, pionero del narcocorrido, ahora relevado por el Movimiento Alterado y sus canciones de extrema violencia.
Culiacán es un lugar donde el narcotráfico se ha incrustado en el tejido social de todas las clases sociales y económicas, una ciudad donde la narcocultura se oye en sus calles y restaurantes, un sitio narcotizado donde es mejor no ver ni saber de más, como lo retrata un narcocorrido que dice “la gente se asusta y nunca se pregunta si ven los comandos cuando van pasando, todos enfierrados, bien encapuchados”.
Por eso el colectivo RecuperArte tiene una labor titánica y hasta utópica: contrarrestar por medio del arte más de 50 años de narcocultura y millones de dólares invertidos en una sociedad sinaloense que no está acostumbrada a los cambios.
CERO BUCHONADA
El logotipo de RecuperArte es un árbol frondoso donde se posa un rodillo, el mismo que utilizan para humectar de blanco las paredes de los inmuebles abandonados por la autoridad gubernamental.
El colectivo empezó a hacer la tarea que el gobierno ha abandonado y para esto ha decidido valerse por sus propios medios: no acepta ni un peso de los políticos, piden pintura y utensilios a empresas sin colocar sus logotipos y hacen conciertos para recaudar fondos.
–Nos mantenemos al margen del gobierno porque a nosotros sí nos interesa el bien común. Casi todo lo que hacemos es prácticamente desde el anonimato–, menciona Alejandro.
–Es una chambota porque no es fácil conseguir la pintura sin que salgan los logos de las empresas–, secunda Angie Leyva, una mujer morena, oriunda de la Ciudad de México y radicada en Culiacán tras enamorarse de un sinaloense.
En esta ciudad se desconfía del origen lícito de los políticos y su relación con el narcotráfico, por eso resulta entendible que sean rechazados por quienes desean cambiar la narcocultura por el arte.
–Todo lo que estamos haciendo va enfocado a hacer contraste con ese desmadre que está pasando del narcotráfico, la narcocultura, la violencia, la buchonada–, dice Dante, uno de los integrantes más visibles del colectivo, un artista que igual pinta sobre un lienzo que sobre una pared roñosa y descuidada de las calles de la ciudad.
–Que los niños sepan que pueden hacer otras cosas diferentes de lo que a diario ven–, añade Angie durante una entrevista con el colectivo.
–Ahora ellos deciden entre hacer un narcocorrido o hacer una canción de rock. Antes no tenían opciones–, explica Alejandro y recuerda que, con los talleres, los niños han ido cambiando sus códigos y conceptos, algunos de ellos pintaban camionetas y metralletas pero las han ido olvidando para retratar animales, campos verdes o cualquier otra cosa. Lo mismo pasa con las canciones.
Este ha sido el objetivo de RecuperArte desde el 23 diciembre pasado, cuando intervinieron su primera caseta en la colonia 10 de Mayo: que la comunidad y en especial los niños entiendan que hay opciones de vida fuera del narcotráfico.
En la actualidad los muchachos acumulan cinco casetas recuperadas. Durante los meses calurosos de julio, agosto y septiembre dejaron de intervenir espacios a la intemperie y se concentraron en lugares cerrados: hicieron un festival en las instalaciones de trabajadores del relleno sanitario del municipio y, por primera vez, trabajaron en un espacio que se relaciona con el gobierno.
La excepción se trata de una casa-hogar para menores que son hijos de personas en prisión. Ahí realizaron un gran mural que evoca la esperanza y representaron obras de teatro.
–Vimos mucho riesgo en esos niños, por eso entramos a trabajar ahí–, dice Alejandro durante una entrevista telefónica.
El último trabajo fue apenas unas semanas atrás y fue una megaempresa: rehabilitar el Teatro Griego, ubicado en el parque Culiacán 87, con el tiempo renombrado como “Ernesto Millán Escalante”.
El reto era tan grande que hicieron una intensa convocatoria que resultó en la participación de más de 200 personas.
–Hasta el Alcalde (Aarón Rivas) se vio obligado a ir personalmente y a mandar personal del Ayuntamiento a ayudarnos–, comenta Alejandro.
En todos estos lugares los de RecuperArte imparten talleres de música, manualidades, teatro, lectura y cualquier otro curso que sea ofrecido por algún voluntario, como sucedió en su primera intervención, cuando un hombre desconocido por el colectivo se acercó y propuso realizar un taller de flautas.
Los de RecuperArte han decidido que el criterio para intervenir una caseta abandonada es uno solo: que haya suficientes vecinos alrededor para que se pueda formar un círculo virtuoso donde se involucre la comunidad y ella misma cuide su espacio.
Sitios a mejorar hay muchos, y es que desde hace 13 años en Culiacán se abandonaron la mayoría de las 48 casetas existentes porque cambió la estrategia de prevención: los policías dejaron las colonias para incorporarse a rondines en patrullas ante la insuficiencia de elementos y la entrada del teléfono de emergencia 080.
Hoy en día hay casetas abandonadas que se utilizan para apoyar proyectos productivos, mientras que otras han sido absorbidas por empresas y, al menos una de ellas, se transformó en un depósito de venta de cerveza.
–El movimiento parte de este nuevo modelo de colectividad, de ciudadanos, de estar disponibles siempre y cuando haya esta receptividad. Se trata de generar conciencia de lo que se puede hacer como ciudadano, como individuo–, dice Miguel Alapizco, un actor que es parte fundamental de un grupo teatral llamado “La Catrina”.
La tecnología y las redes sociales han sido fundamentales para el surgimiento y mantenimiento del colectivo. Se comunican por medio de un grupo creado en Facebook y los que tienen teléfonos inteligentes utilizan sistemas de mensajería por Internet.
–El whatsapp inicia a las 6 de la mañana y termina a las 3 del otro día–, comenta Alejandro con una sonrisa mientras recuerda las madrugadas ojerosas.
Tras nueve meses de conocerse, los compas del colectivo se han vuelto grandes amigos, sin embargo, no todos lo eran cuando esto inició.
Apenas el año pasado varios de ellos pertenecían a otros grupos sociales como el #Yosoy132, los Indignados y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
Con el paso del tiempo también se han agregado ciudadanos comprometidos con el cambio de paradigma culichi, por eso en cada intervención una nueva cara se asoma.
LA SEMILLA SE CONVIRTIÓ EN ÁRBOL
En uno de los cuartos de esta caseta de policía hay dos pequeñas literas de concreto, de esas donde el cuerpo no puede estar cómodo por más de cinco minutos.
Estas camas fueron diseñadas para que algunos ladrones, borrachos o golpeadores pasaran unas horas mientras eran llevados a la penitenciaría, al menos así era hace 15 años, antes de que fueran abandonadas por la autoridad e intervenidas por el colectivo Recuperarte.
Las paredes de esta prisión siguen rayadas, pero a diferencia de la época en que sirvió como guarida policiaca, los mensajes tienen otro significado.
“Haz de tu vida el viaje más placentero”, se lee en una pared. “Vuelve y nunca regreses”, se observa en otra.
En un muro de más allá se consigna: “Los libros me enseñaron a pensar y el pensamiento me hizo libre”. En otro más se invita a la rebeldía: “El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que escuche, el que quiera paz que luche”.
Los mensajes están acompañados por dibujos de manos infantiles, por collares llamados “atrapasueños” y por elefantes violetas que arrojan agua de su trompa como lo hiciera una regadera de baño.
Esta caseta, la de la colonia popular 5 de Mayo, es una de las más exitosas de las cinco recuperadas. Ésta y la de la 10 de Mayo son la concreción más acabada del objetivo de Recuperarte.
–Lo chilo fue que en la 10 de Mayo fueron los niños los que la tomaron, no es de sus papás, es de los niños. Y siempre nos preguntan por Facebook de qué va a haber taller. Los morrillos nos traen correteados–, dice Dante.
Desde que se intervino por primera vez, la comunidad y en particular los menores, se apropiaron del espacio como si fuera su casa en el árbol donde las niñas y los niños participan en igualdad. En la 5 de Mayo sucedió algo parecido pero con mayor intervención familiar.
A diferencia de lo que sucede en la Buenos Aires, acá la participación social se nota: la caseta está limpia a pesar de que se puede entrar a cualquier hora, los niños abundan, corren, se divierten, se entusiasman y hasta han ido a botear casa por casa para juntar dinero y mejorar las instalaciones de la caseta. Apenas hace unos días la remozaron de nuevo.
–Una vez, en un taller de títeres, una niña agarró una hoja, hizo un dibujo con cera y les gustó la manera en que quedó. Luego la niña dio el taller–, dice Alejandro orgulloso, como lo hace un padre cuando su hijo es reconocido por ser el mejor de la clase.