La tragedia de Alberto y Roberto, quemados vivos en Puebla, ilustra el horror de los linchamientos en México y dimensiona la latente condición de vulnerabilidad en la que cualquier ciudadano queda expuesto frente a un contexto de crisis de seguridad y el vacío de Estado de derecho por el que atraviesa el país.
A la proliferación de mantas y lonas con advertencias a delincuentes se le llama “vigilantismo”. Su auge va en paralelo con el alza de linchamientos, detalla la antropóloga Elisa Godínez Pérez.
El linchamiento en México ha crecido un 300 por ciento en los últimos ochos años; tan sólo en la ciudad de México aumentó un 80 por ciento. En lo que va del 2018, se han registrado 184 linchamientos, consumados y en grado de tentativa, expone Raúl Rodríguez Guillén, del Departamento de Sociología de la UAM Azcapotzalco.
Se considera linchamiento sólo cuando la agresión se genera de manera espontánea. Los asesinatos cometidos por el “vigilantismo” [comunidades organizadas o lugares donde hay mantas de advertencia] no son linchamientos sino “ejecuciones”, aclaran especialistas. Es una ejecución porque al existir una organización previa, los participantes tienen una capacidad para detener a los delincuentes, y entregarlos a la policías; pero en lugar de eso, los someten y golpean hasta la muerte, explican.
Ciudad de México, 24 de septiembre (SinEmbargo).– Ricardo y Alberto sólo bebían cerveza dentro de su camioneta, estacionada afuera de una escuela esa mañana del 29 de agosto. A alguien, ni se sabe a quién, le parecieron “sospechosos” y ese rumor bastó para que minutos después fueran quemados vivos en la plaza pública de Acatlán de Osorio, Puebla.
Alberto Flores, de 43 años, era campesino; su sobrino Ricardo Flores, de 22 años, estudiaba la carrera de Derecho en Xalapa, Veracruz, pero se encontraba de vacaciones en Tianguistengo, una comunidad a media hora de Acatlán de Osorio.
El tío y el sobrino estaban de paso en la población: iban a comprar material para construir una barda. Una persona –a la que le parecieron sospechosos– llamó a la policía y dijo que temía que fueran “robachicos”.
Los dos hombres fueron detenidos por consumir alcohol en la vía pública, una falta menor. Pero la falsa alarma de que eran supuestos secuestradores se esparció como pólvora por el pueblo, y cientos se congregaron en la plaza con un sólo objeto: lincharlos.
–¡Quémenlos vivos! –gritaba la multitud.
Un falso rumor y una multitud enardecida acabó con la vida de dos inocentes en una de las formas más dolorosas y crueles: fueron quemados vivos, frente a la mirada atónita e impotente de sus familiares, que suplicaron por la vida de sus seres queridos pero nadie los escuchó. Nadie los ayudó. La turba sólo quería ver sangre.
La tragedia de Alberto y Roberto ilustra el horror de los linchamientos en México y dimensiona la latente condición de vulnerabilidad a la que cualquier ciudadano queda expuesto, en un contexto de crisis de seguridad y el vacío de Estado de derecho por el que atraviesa el país.
No es la primera vez que una tragedia así ocurre en Puebla ni tampoco en el resto de la República Mexicana.
Elisa Godínez Pérez, egresada del doctorado en Ciencias Antropológicas de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y autora de trabajo “Linchamientos en México: entre el toque de campana y el poder espontáneo”, destaca que los linchamientos no son un fenómeno nuevo en México.
“Es algo que ocurre desde hace varias décadas y de manera importante. Por lo menos en los últimos diez años ha habido una tendencia de mayor incidencia”, comenta la experta en entrevista con SinEmbargo.
La especialista detalla que el comportamiento de los linchamientos -que ha observado por varios años- va a la alza. Sin embargo, destaca que no es un crecimiento en serie sino que se presentan en “oleadas”.
CRECEN LINCHAMIENTOS 300%
Los casos relacionados con el linchamiento han crecido hasta 300 por ciento en los últimos ocho años, destaca el profesor Raúl Rodríguez Guillen, del Departamento de Sociología de la UAM Azcapotzalco y autor del estudio “Linchamientos en México: recuento de un periodo largo”.
El académico, quien por años ha investigado el fenómeno, plantea que en 30 años y ocho meses se han registrado al menos mil 180 casos –entre intentos y linchamientos consumados– en todo el país. Tan sólo en la Ciudad de México subió un 80 por ciento.
De enero a 19 de septiembre de 2018 suman a nivel nacional 184 linchamientos, entre consumados y tentativas, de acuerdo con el registro de la UAM.
El profesor enfatiza que es necesario y urgente que el Estado mexicano tome acciones, ante el alarmante aumento de este tipo de eventos de violencia o asesinatos colectivos.
“Considerando el crecimiento desmedido que hay, [en los linchamientos] debería de llamar la atención de las autoridades y generar alguna forma de acción rápida, con cuerpos especializadose endisuasión de colectivos numerosos y enardecidos, que muchas veces enfrentan a los mismos cuerpos policíacos o sustraen a los detenidos de las cárceles, aunque no sean culpables como sucedió en Puebla”, expuso el profesor de la UAM.
El especialista explica que el crecimiento del delito se debe a la impunidad; ésta provoca descontento, hartazgo o a lo que él llama “indignación moral o indginación colectiva”. Este tipo de descontento social genera el surgimiento de expresiones como el “vigilantismo” y los linchamientos, fenómenos que hablan de una crisis de autoridad y vacío de Estado de derecho.
La impunidad en delitos como robo menor, violación, tentativas de secuestro o abusos son los que, explica el especialista, detonan los linchamientos.
“Esos delitos no se castigan de manera suficiente: detienen a un ladrón y muchas veces no culmina en cárcel, y o lo liberan de manera rápida. El grado de impunidad que tienen estos delitos provoca que la gente –ya de por sí descontenta con las autoridades– detenga al presunto delincuente, lo someta a golpizas o, de acuerdo con su percepción o de la flagrancia, decida lincharlo”.
Rodríguez Guillén ha dicho, desde hace años, que los linchamientos tienen una raíz común: la inseguridad y la ausencia de la autoridad.
“La gente actúa con celeridad y violencia porque está cansada del crecimiento de los delitos y la impunidad”, dice el profesor, quién señala que “el crecimiento sustancial ha sido en los últimos cinco años”.
En ello coincide la doctora Elisa Godínez.
CENTRO-SUR , EL DE MAYOR INCIDENCIA
El Estado de México, Puebla y la Ciudad de México son las entidades donde se registra el mayor número de linchamientos. Tan sólo estos tres estados concentran el 60 por ciento de todos los casos registrados en las últimas tres décadas a nivel nacional.
“Los linchamientos son propios de la zona centro sur de México […] y se dan, más del 90 por ciento, en zonas urbanas. Hay quienes dicen que es propio de usos y costumbres de los pueblos originarios, lo cual es mentira”, dice con especial enfásis Rodríguez Guillén.
El Estado de México concentra al menos 300 linchamientos; seguido de Puebla con 270 casos y la Ciudad de México con 194 linchamientos [en un periodo de 30 años con ocho meses].
En Estado de México, los municipios en los que más se generan estos eventos son Ecatepec y Nezahualcóyolt. En Puebla, se concentran en tres municipios: San Martín Texmelucan, la ciudad de Puebla y Tehuacán.
En la Ciudad de México, las zonas con más lichamientos son: Tlahuac, Iztapalapa, Iztacalco y Cuauhtémoc, de acuerdo con la información del profesor Raúl Rodríguez.
Para la doctora Elisa Godínez donde más se registran los linchamientos en la Ciudad de México son los pueblos urbanos, especialmente los que se ubican hacía el sur oriente–poniente de la capital: en las delegaciones como Milpa Alta, Tlapan y Xochimilco.
Sin embargo, enfatiza la especialista, eso no quiere decir que los linchamientos sólo se registren en los pueblos urbanos.
La investigadora coincide con el académico Raúl Rodríguez al descartar tajantemente que los linchamientos sean un aspecto de usos y costumbres de pueblos originarios.
“Se tiende a creer que los linchamientos pasan ‘en el México profundo, en los pueblos, donde hay usos y costumbres’ y ¡no! Ocurren más en esos lugares, pero no significa que esas formas de violencia estén avaladas en sus formas normativas tradicionales. ¡Para nada!”, destaca.
VECINOS DE CDMX SE ORGANIZAN
“Atención, rateros de mierda: Sobre aviso no hay engaño. Aquí no robas, porque serás linchado. Persona que sea sorprendida robando se hará justicia por mano propia. Mejor piénsalo, te estamos vigilando”, se lee en una manta ubicada en la colonia San Felipe de Jesús.
Colonos de Cuautepec, Tlalpexco y San Felipe de la Ciudad de México, hartos por la inseguridad y la escasez de vigilancia policial, lo advierten claro: los delincuentes que sorprendan serán “linchados”. Al menos así lo afirman en varias mantas colocadas en sus colonias, ubicadas en la parte alta de la delegación Gustavo A. Madero, una zona que colinda con La Presa, en el Estado de México.
Una integrante del comité vecinal de Cuautepec, quien pidió reservar su identidad por seguridad y temor a represalias, cuenta que los vecinos se organizaron desde el pasado mes de julio ante la presencia de un presunto asaltante que solo atacaba a mujeres, el hartazgo de la violencia y por los pocos rondines que hacía la policía en las calles dentro de la colonia.
La ciudadana narra: “la gente empezó a comentar que había un señor que estaba en determinadas calles, no muy transitadas. Ahí se escondía y asaltaba a determinadas horas”. Sin embargo no hicieron nada, hasta que se corrió la versión que el delincuente asaltó a unas mujeres y les quitó el calzado.El criminal fue llamado “El ratero de zapatos”.
Los asaltos y el robo de tenis o zapatos no eran los únicos en la colonia: a una mujer adulto mayor la amagaron con una pistola para quitarle su monedero, según comenta la entrevistada.
Los vecinos convocaron a una junta, en julio pasado, y ahí surgió la idea de dar silbatos y hacer unas lonas. Cuatro días después ya se tenían listas varias de las mantas con advertencias, y se repartieron cerca de 100 silbatos.
“En todas las calles hay lonas.[…] Además, cuando los vecinos ven a gente o una situación sospechosa, suenan el silbato. Cuando lo escuchan, la gente sale de inmediato y pregunta: ‘¿dónde?’, y empieza a correr por todos lados”, explica la ciudadana.
La mujer destaca que a raíz de su organización y acciones de autodefensa “se han calmado las cosas”, y los asaltos o acontecimientos delincuenciales “han disminuido. Ya no son tan constantes como antes, que antes era diario, diario, diario y contra mujeres”, afirma.
La vecina explica que otro de los métodos de la vigilancia entre ellos son los mensajes vía celular.
“Si alguien ve a alguien sospechoso manda mensaje a un grupo en sus redes sociales, y la gente empieza a salir, a ver qué pasa, e incluso si saben que no es de la colonia se acercan a preguntar a quién busca o qué quiere”, dice.
Las juntas y la organización de los colonos logró que la policía realice rondines dentro del sector, debido a que antes no lo hacían, según comenta la residente.
“Ellos antes nada más venían a dar rondines por la carretera -la calle principal-. El día de la junta, se le invitó a la policía del sector. En esa ocasión el policía dijo que sí había vigilancia, pero nosotros le dijimos que no era cierto que no se adentraban a la zona”.
Hasta el momento no se ha presentado una situación en que los ciudadanos hayan sorprendido a algún presunto delincuente y que lo hayan detenido, mucho menos un intento de linchamiento.
El objetivo de los colonos, comenta la habitante, es que si alguien ve un delito o sabe de un robo en proceso avise. “La idea es agarrarlo prácticamente en el acto, por eso son los silbatos. Y agarrarlo y como ya va a ser detenido en el acto, y ahí llamar a la policía para que sea denunciado y procesado”.
VIGILANTISMO
El profesor Raúl Rodríguez explica que la organización vecinal, la colocación de mantas, la determinación de rondines propios entre colonos, y otros aspectos se le denomina “vigiliantismo”.
La doctora Elisa Godínez expone que el uso de mantas es un método de defensa disuasiva: “El advertir que van a linchar a alguien, aunque no ocurra en ese momento, pero anunciarlo como una posibilidad o como una manera de asustar o advertir, es parte del mismo fenómeno”.
El auge de estas formas de auto-organización, explica la especialista, es paralelo al crecimiento de los linchamientos, pues va la mano con el propio fenómeno del linchamiento.
El vigilantismo no sólo se presenta en las colonias populares o pueblos urbanos, también en zonas de clase media, según explica Godínez Pérez.
La doctora detalla que en el caso de Gustavo A. Madero, – una delegación compleja por su densidad de población y altos índices de violencia- aunque no tiene registrados altos indices de linchamiento si se presenta con mucha frecuencia la organización vecinal.
“La gente principalmente se organiza para estar alertas: se reparten silbatos, están pendientes. No es linchamiento, pero son formas en que la gente ya está dispuesta a hacer justicia por su propia mano” comenta.
LINCHAMIENTO VS EJECUCIÓN
Raúl Rodríguez Guillén del Departamento de Sociología de la UAM Azcapotzalco aclara que aunque el vigilantismo y el linchamiento tienen el mismo origen [el hartazgo de la violencia e impunidad] no son lo mismo, principalmente al momento en que una persona es privada de la vida por alguna de estas dos manifestaciones.
El experto explicó que se denomina linchamiento cuando el acto violento se da manera espontánea. Sin embargo, cuando una persona es asesinada tras un acto de vigilantismo –es decir, personas que ya se habían organizado para poner lonas o vigilar– este acto no es linchamiento sino una ejecución.
Es una ejecución, porque al existir una organización previa ya tienen una capacidad para detener a los presuntos delincuentes, y entregarlos a la policía; pero no lo hacen y en lugar de eso lo golpean o matan.
“Si los detienen y los golpean al grado tal que quedan casi muertos o muertos, estos casos no se contabilizan como linchamientos, sino son ejecuciones”, aclara el experto.
Y ejemplifica: “Muchas veces la policía encuentra muerta a una persona donde hay una lona o una pinta, ese sería un acto de ejecución”.
Se han presentado ejecuciones –a raíz del vigilantismo–, en Puebla, Estado de México y en la misma Ciudad de México. Sin embargo es muy difícil llevar un registro de carácter oficial, o incluso es difícil seguir la ruta, porque legalmente no está tipificado y porque cuando se encuentran a personas asesinadas, no se dan las suficientes características o se asocia a lugares donde hay mantas, o pintas de advertencia contra la delincuencia.
“Es difícil registrarlo porque cuando el Ministerio Público levanta el cadáver lo registra simplemente como un homicidio: registran un muerto más y ya. Y no pasa nada, y como para las autoridades no esta tipificado, ni el linchamient ni muerte por ejecución por mano de vigilantes, no existe un registro de carácter oficial.” detalla.
Rodríguez destaca que este tipo de muertes, por linchamiento o las ejecuciones, significan un doble grado de impunidad. “Una por los que delinquen y los sueltan con mucha frecuencia, y los que linchan y no son juzgados”.
Los académicos consultados coinciden es que es urgente la atención de las autoridades para abatir y erradicar estas prácticas.
“La autoridad tendría que tomarse esto muy en serio para -además de parar esta ola- prevenir que ya no ocurra tanto, porque ha habido lugares en donde ha ocurrido más de una vez”, señala la doctora Godínez.
La especialista expone que el problema de los linchamientos se tiene que ver de una forma más profunda.
“El linchamiento no debe de ser visto únicamente como una forma de mucha violencia. Para atajarlo y atenderlo, tenemos que entender cuál es el contexto en que está pasando. Si no somos capaces de ver que los lugares donde ocurren linchamientos son lugares donde se cruzan mucha violencia, muchas injusticias, que son comunidades que han sido golpeadas de muchas maneras y que han sido abandonadas de muchas maneras […] “lejos de decir, que `la gente esta loca, son bárbaros, o salvajes´ -que eso son opiniones – pero como sociedad, y como académicos, no podemos solamente etiquetar. Tenemos que entender porqué la gente recurre a una vía desesperada de violencia colectiva para hacerse escuchar”.