Sergio Saldaña Zorrilla
24/09/2017 - 12:00 am
Terremotos CDMX: ¿catalizadores del cambio político?
¿Pero qué pasó entonces con el despertar de la tan apologetizada sociedad civil organizada de 1985? Sucedió que se desorganizó. ¿Por qué se desorganizó? Porque comenzó a sentirse representada por los líderes de oposición. Ese fue su error.
Comúnmente se considera que el terremoto de la Ciudad de México de 1985 catalizó la historia reciente de México en tanto que dañó la imagen del gobierno federal como garante de la seguridad nacional debido tanto a la mala y lenta coordinación de la atención a la emergencia , así como por la enorme corrupción evidenciada en las construcciones aprobadas por la autoridad a pesar de no cumplir con los códigos de construcción requeridos para estas zonas. A partir de esta tragedia, la corrupción comenzó a ser percibida en este país como un fenómeno de alcances más allá de la carga económica y moral que ella implica; la corrupción comenzó a ser percibida además como un factor de riesgo para la vida de los ciudadanos. La insuficiente preparación y respuesta del gobierno ante esta emergencia llevó a la sociedad civil a emprender por sí misma las labores de rescate, limpieza y ayuda. Apoyándonos en la terminología popperiana: como una primavera ciudadana de la que florecen líderes de la Sociedad Civil Organizada.
La organización social espontánea del terremoto del 85 generó no sólo la desmitificación popular del estado mexicano post-revolucionario como ente omnipotente, sino que además creó una sensación colectiva de estado ausente, que llevó a transformaciones políticas posteriores. El costo político de dicha insuficiente respuesta ante la tragedia se pagó en las siguientes elecciones: las de 1988. Muy probablemente influenciado por estos eventos, el partido en el poder de entonces, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), se dividió. La Corriente Democrática, una organización al interior del PRI, se escindió de este partido y se unió al Partido Socialista Único de México (PSUM), obteniendo una gran victoria en ese año, que incluyó decenas de diputaciones y gobiernos municipales –y seguramente también la presidencia de la república. En todo caso, estos cambios políticos probaron haber contribuido al rápido fortalecimiento de la oposición durante los años siguientes, como se puede observar en el tripartidismo del congreso y los gobiernos estatales y municipales de seis años después, dejando atrás el régimen de un solo partido que de facto operó durante las seis décadas previas y dando paso a la preparación del terreno para transitar a la democracia; tránsito que en el año 2000 dio una vuelta en U para regresar a la dictadura. Si bien en 1996 los órganos electorales habían sido ciudadanizados, para 2003 estos ya habían sido partidizados. Pasamos así de una dictadura de partido único a una dictadura bipartidista entre 2003 y 2012 –y del 2012 al día de hoy a una dictadura de pacto multipartidista.
¿Pero qué pasó entonces con el despertar de la tan apologetizada sociedad civil organizada de 1985? Sucedió que se desorganizó. ¿Por qué se desorganizó? Porque comenzó a sentirse representada por los líderes de oposición. Ese fue su error. En vez de asumir ellos mismos el liderazgo político por medio de la asunción de cargos públicos, cedieron su liderazgo a los políticos profesionales; a los políticos que hablaban de la “reforma del Estado”, de la “transición a la democracia”, y de otros términos quizás demasiado especializados para los ciudadanos apartidistas. Tal vez por eso creyeron que podían dejar esto en sus manos. Por su parte, las burocracias de partido representan a los ciudadanos verdaderas aduanas para participar dentro de los partidos, aduanas que son otro factor explicativo del porqué la sociedad civil se desorganizó.
Así pues, la sociedad civil organizada se desorganizó y casi todos sus líderes se quedaron fuera de la ulterior toma de decisiones del país. La poca sociedad civil que se siguió organizando fuera de los partidos políticos ha terminado por someterse a las reglas tanto escritas como no escritas de los partidos políticos (por medio del reparto de apoyos a las Organizaciones de la Sociedad Civil). Por su parte, la sociedad civil que se ha ido uniendo a los partidos políticos se ha tenido que someter a las reglas de sus respectivos partidos, a su vez a las reglas del sistema de partidos y, en el fondo, a las reglas de la dictadura. Se trata de verdaderos laberintos, dentro de los cuales los líderes de la sociedad civil organizada terminan por agotarse, por secarse poco a poco; laberintos en los que sólo algún osado Ícaro de vez en cuando se eleva, aunque con alas de cera que se derriten al elevarse tan cerca del sol y cae de nuevo en esta prisión-laberinto. Mientras, el Minotauro ríe y un nuevo sexenio inicia.
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