Malala Yousafzai rememoró en Podium cuando fue atacada de muerte por los talibanes en Pakistán por ser activista de los derechos educativos de las mujeres.
Ciudad de México, 24 de agosto (SinEmbargo).– "Hace dos semanas, cuando las tropas estadounidenses se retiraban de Afganistán y el Talibán tomaba el control, yo me encontraba en una cama de hospital en Boston durante mi sexta cirugía en la que los doctores continuaron a reparar el daño que el Talibán le hizo a mi cuerpo".
Así inicia una reflexión que la Premio Nobel Malala Yousafzai escribió en Podium, su espacio a través de las redes sociales, donde la activista suele escribir de diversos temas. Malala es activista del derecho a la educación e inició su lucha desde que tenía once años, cuando empezó a escribir un blog sobre cómo era su vida de estudiante bajo el régimen talibán en Pakistán.
Debido a su activismo, los líderes talibanes pakistaníes decidieron asesinarla al dispararle a la cabeza mientras Yousafzai regresaba a su casa de la escuela en octubre de 2012. La bala, recordó ella, laceró su nervio facial, rompió su tímpano y le fracturó partes de su quijada.
Ahora que el Talibán recuperó el poder en Afganistán luego de 20 años, la galardonada decidió escribir su experiencia tras el atentado que buscó terminar con su vida.
"Los cirujanos de emergencia en Peshawar, Pakistán, removieron el lado izquierdo del temporal de mi cráneo para darle espacio a mi cerebro de hincharse en respuesta a la herida. Su acción rápida me salvó la vida, pero pronto mis órganos empezaron a fallar y tuve que ser evacuada vía aérea a la ciudad capital, Islamabad. Una semana después, los doctores determinaron que yo necesitaría cuidados más intensivos y tenían que sacarme de mi país de origen para continuar con mi tratamiento", indicó.
Yousafzai señaló que durante ese tiempo, ella estuvo en un coma inducido, por lo que no recuerda nada del día que recibió el balazo hasta que despertó en el Queen Elizabeth Hospital en Birmingham, Reino Unido.
"Cuando abrí mis ojos, me sentí aliviada de darme cuenta de que yo estaba viva, pero no sabía dónde estaba o por qué estaba rodeada de desconocidos que hablaban inglés".
Tenía un grave dolor de cabeza, la visión borrosa, y no podía hablar debido a que estaba intubada. Con ayuda de una libreta empezó a comunicarse con las personas a su alrededor y preguntó dónde estaba su padre y quién iba a pagar por el tratamiento médico porque ella no tenía dinero. Pidió un espejo a las enfermeras.
"Me quería ver a mí misma. Sólo reconocí la mitad de mi cara. La otra mitad era desconocida –un ojo negro, trazos de pólvora de la pistola. Sin una sonrisa ni un fruncido de cejas, sin movimiento de ningún tipo. La mitad de mi cabello había sido rapado. Pensé que los talibanes me habían hecho eso, también, pero las enfermeras me dijeron que los doctores lo hicieron para la cirugía".
"Intenté calmarme a mí misma. Me dije, 'Cuando me den de alta, buscaré un trabajo, ganaré algo de dinero, compraré un celular, llamaré a mi familia y trabajaré hasta que pague todos los gastos hospitalarios'", prometió.Sin embargo, cuando intentó moverse, no podía. Los doctores le indicaron que podría ser algo temporal.
Se tocó el abdomen y se dio cuenta de que estaba rígido, así que le preguntó a las enfermeras si había algún problema con su estómago. Replicaron que cuando los cirujanos pakistaníes la operaron, le quitaron una parte de su cráneo y lo dejaron en su estómago para que algún día pudiera tener otra cirugía para regresarlo a su cabeza.
En su lugar, los doctores británicos decidieron colocar una placa de titanio para reducir el riesgo de infección. También le agregaron un implante coclear para mitigar los efectos del tímpano que había sido destrozado por la bala.
UN NUEVO COMIENZO
Cuando su familia llegó a Reino Unido para acompañarla, empezó a recibir terapia física y rehabilitación. Poco a poco, empezó a caminar y a hablar otra vez.
A seis semanas de haber llegado a Europa, los doctores volvieron a intervenir quirúrgicamente para coser su nervio facial con la esperanza de que volvería a crecer y facilitaría el movimiento.
"Evadía verme en un espejo o en video. En mi propia mente, pensaba que me veía bien. Acepté la realidad y estaba feliz conmigo misma. En cambio, mis papás querían una cura para todo lo que su hija había perdido. Así que nos reunimos con cirujanos de Mass Eye and Ear en Boston para hablar sobre un tratamiento complicado para la parálisis facial", explicó.
Para ello, necesitaría dos cirugías. La primera, en 2018, fue para quitar un nervio de su pantorrilla e insertarla en su rostro. En la segunda, un año después, tomaron tejido de su muslo y lo implantaron en el lado izquierdo de su cara.
"Funcionó: tenía más movimiento en la cara. Pero el segundo procedimiento también me dejó con más grasas y líquido linfático en mi cachete y en la quijada, así que los doctores me dijeron que necesitaba otra cirugía".
El 9 de agosto, Malala Yousafzai se despertó a las 05:00 horas para ir al hospital en Boston donde le realizarían la cirugía más reciente y vio en las noticias que el Talibán había tomado Kunduz, la primera de las grandes ciudades que cayeron en sus manos en Afganistán.
"Durante los siguientes días vi, con empaques de hielo y una venda alrededor de mi cabeza, cómo caía la provincia ante hombres con pistolas cargadas de balas como la que me había impactado", detalló.
Al sentirse mejor, empezó a comunicarse con jefes de Estado y con activistas de los derechos de mujeres en Afganistán para coordinarse y que las familias que estuvieran en riesgo llegaran a un lugar seguro. "Pero sé que no podemos salvar a todos", lamentó.
"Cuando el Talibán me disparó, periodistas de Pakistán y algunos medios de comunicación internacionales ya me conocían. Sabían que yo había estado alzando la voz en contra de la prohibición de los extremistas en la educación de las niñas. Ellos reportaron el ataque y la gente alrededor del mundo respondió. Pero pudo haber sido distinto. Mi historia pudo haber sido un artículo en un periódico local: 'Disparan a niña de 15 años en la cabeza'".
El apoyo de las personas que se manifestaron con oraciones, cartulinas y la cobertura mediática permitió que ella recibiera la atención médica que necesitaba, aseguró.
"Nueve años después, me sigo recuperando de solo una bala. La gente en Afganistán habrá recibido millones de balas durante las últimas cuatro décadas. Me rompe el corazón aquellos gritos de auxilio que nunca serán atendidos, los nombres que olvidaremos o no conocemos".
"Las heridas de mi más reciente cirugía siguen frescas. En mi espalda todavía tengo la cicatriz de donde los doctores quitaron la bala de mi cuerpo", añadió.
"Hace unos días le llamé a mi mejor amiga, quien estaba sentada a mi lado en el camión escolar cuando me atacaron. Le pedí que me dijera de nuevo lo que pasó ese día. Le pregunté si grité o intenté correr. Me contestó que no. Que me había quedado quieta y callada, viendo a la cara del talibán que llamó mi nombre. Que había agarrado su mano tan fuerte que ella sintió dolor durante varios días. Que el talibán empezó a disparar y yo intenté taparme la cara con mis manos y me intenté agachar, pero un segundo después estaba tirada sobre sus piernas", detalló Malala Yousafzai.
La muchacha de 24 años se ha convertido en un ícono de la defensa por los derechos humanos, en particular de las mujeres, desde aquella agresión en su contra. En 2014, en Oslo, Malala se convirtió en la más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz.
"Mi cuerpo tiene las cicatrices de una bala y de varias cirugías, pero yo no recuerdo nada de ese día. Y aún así, nueve años después, mi mejor amiga sigue teniendo pesadillas".