Al pequeño, de 12 años, lo mataron y abandonaron en un basurero de Veracruz. Violeta Santiago lo conocía. Es uno de los casos que la marcaron. A pesar del miedo y la ansiedad que provocan esas imágenes, la joven periodista continuó escribiendo.
Ciudad de México, 24 de agosto (SinEmbargo).– Violeta Santiago se paró en la orilla de una fosa clandestina. Desde entonces sus fosas nasales no les responden igual. Olió a la muerte violenta en un Veracruz que se bañó de guerra y sangre.
Ese Veracruz, en el que reporteó Santiago, debe ser ejemplo para lugares como la Ciudad de México, dice la periodista. Y es que en la entidad que gobernaron Fidel Herrera Beltrán, Javier Duarte de Ochoa y Miguel Ángel Yunes Linares inició el horror con casos como los que ahora tiñen a la capital, de acuerdo con la autora de Guerracruz: Rinconcito donde hacen su nido las hordas del mal.
“El libro es un testimonio de lo que pasó con Veracruz; de cómo se convirtió a lo que ahora vemos. Es un ejemplo para otros estados de cómo la violencia entra y se expande. Lo vemos en Ciudad de México. Hay casos que antes no se veían. Así ocurrió en Veracruz. El libro es un ejemplo de lo que puede pasar con la violencia”, cuenta Violeta Santiago en entrevista para Puntos y Comas.
Violeta estudió en la Universidad Veracruzana y en la Universidad de Paderborn, en Alemania. Forma parte de Reporteras en Guardia. A su corta edad ya fue merecedora del Premio Regina Martínez 2018. Sus textos se han publicado en Presencia Mx, la agencia de noticias AVC, Blog Expediente y SinEmbargo.
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Antes de comenzar con la entrevista, Violeta explica brevemente la estructura de Guerracruz: Rinconcito donde hacen su nido las hordas del mal:
“El libro está dividido en tres partes: la primera trata sobre cómo se ejerce el periodismo en Veracruz [las historias de los periodistas asesinados y también las historias de los que sobrevivieron a agresiones]; en la segunda, se describen las desapariciones forzadas, las fosas clandestinas; en la tercera está la parte política [la transición entre Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte de Ochoa, la transición entre Duarte y Yunes, y la llegada de Cuitláhuac García Jiménez]. En el libro se hace el análisis de los hechos violentos que han pasado y la participación del Estado en esa misma violencia. El discurso hegemónico es que los policías son los buenos, pero en muchos casos eran desapariciones forzadas de la policía estatal. Hay casos documentados de eso. Policías decidían quién era Zeta o no. Los levantaban. Todas esas historias están en el libro. Hay casos que nunca debieron haber sido escritos, como los niños que eran asesinados. Hay un caso que me marcó muchísimo. Es el caso de un menor de edad. Tenía 12 años, yo lo conocí. Él vendía tamales. Lo dejaron en un basurero. Le cortaron parte de la cabeza. Ese nivel de saña contra un menor fue algo que me marcó muchísimo. Muchos menores fueron asesinados en Veracruz”.
–Hace un par de semanas Duarte tuiteó que apoyaba a las víctimas de la Narvarte.
–En el episodio sobre Rubén Espinosa logro platicar con sus compañeros. Busqué a compañeros de trabajo para conocerlos, para saber las condiciones en las que trabajaron junto a él. En el caso de Rubén hablé con sus amigos. Rubén sufrió mucho. Llegó a un nivel de paranoia terrible. Se sentía observado. Lo peor del caso es que había periodista que eran orejas del Gobierno. Periodistas participaron en la violencia contra periodistas. Es cínico que Duarte hable de apoyo. No se ha podido comprobar… pero sí se sabe que Rubén fue muy incómodo para el Gobierno del Estado. Más allá de la foto, al Estado le molestaba el activismo de Rubén. Rubén se identificaba con luchas de estudiantes. Las autoridades no han hecho su trabajo. Duarte no ha sido juzgado por desapariciones y el caso Narvarte. Es terrible. Debería ser juzgado por crímenes de lesa humanidad.
–¿Cómo hacer periodismo en un Estado que se encuentra en guerra?
–Empecé a trabajar como periodista de tiempo completo cuando salí de la Universidad. Eso fue en 2014, hace cinco años. Regresé al sur de Veracruz, a una ciudad que conocía de toda la vida. Al mes de estar trabajando tuve que cubrir mi primera desaparición forzada. Fui y hablé con la familia. Descubrí la historia del muchacho, la cual viene en el libro. Hubo muchos levantones en esa ciudad. También retomamos los casos de periodistas asesinados. Es complicado. Está el que te lee y te sigue… Eso llegaba a manos arriba y no sabía quién podías molestar. Yo sufría más amenazas del Gobierno local, que era priista. Vivía con el temor. Autoridades decían que eran mentiras las fosas; nosotros estábamos al pie de las fosas, impregnándonos del olor de la muerte. Tenías que trabajar con cuidado. Sufrí ansiedad. Denunciaba y me quedaba pensando si estaba bien firmar las notas. A veces piensas en la autocensura. Fácilmente te pueden hacer algo. Se volvió muy complicado. Traté de mantener el perfil bajo. En mis redes no quería publicar nada personal. No subía fotos de mi perro porque no quería que identificaran que lo quería y le hicieran algo. El Gobierno municipal hacía imágenes donde me apuntaban a la cabeza. No me querían. Fue difícil. Platiqué con muchos periodistas y vi que no es algo que vives solo. Muchos viven esas situaciones. Subsisten a esas presiones con drogas y alcohol. Mucho se ha hablado de los periodistas que mataron, pero no se ha hablado de los periodistas que sobrevivieron. Están los que fueron tableados, levantados. Hay casos de paranoia. Quedaron afectados por hacer periodismo en un estado como Veracruz.
–¿Cómo te impusiste a eso?
–Alguien tiene que hacerlo. Ver tantas cosas… no soy periodista de nota roja, pero por estar en un lugar pequeño te haces reportero de todo. Muchos compañeros que no cubren nota roja, han tenido que tocar el tema porque tiene una dimensión social muy grande. No te puedes poner a llorar o tener miedo. Tienes que aprender a sobreponerte. Te cobra factura en la salud. El carácter te cambia un poco. Te vuelves ansioso. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hace? Es sobreponerte. Tienes una meta. Se siente bien cuando le das voz a personas que en otros lugares no encuentran. Te impacta, pero es satisfactorio.
–¿Cómo es estar en el borde de una fosa?
–En 2014, cuando empecé a trabajar, comencé a cubrir fosas. En agosto de 2014, en una carretera que va hacia Tonalá, la última playa de Veracruz, en un rancho hallaron cuerpos. Fui atrás de las patrullas. Era un camino entre dos ranchos. Eran las cinco de la tarde. A un costado del cordón, estaba la fosa. Olimos. Desde ese día no puedo oler igual. Me tapó las fosas nasales. Vimos cuando sacaron los cuerpos. Sacaron dos cuerpos y una osamenta. Esa misma noche el Fiscal dijo que eran mentiras. Supimos hasta las identidades de las víctimas. Desde 2016, hacen el cordón a 50 metros, ya no nos podemos acercar, tampoco saber cuántas personas son exhumadas. Pero lo vivimos al pie. Vimos los cuerpos y los huecos. Todavía te encuentras las cintas. Es una experiencia que te marca muchísimo. Lo vives, lo ves.
–¿Cuál es el panorama?
–La violencia no es algo que explota de pronto. Tiene muchos factores atrás. Hoy, con Cuitláhuac, la violencia no ha bajado. Llegó López Obrador después de la masacre de Minatitlán y dijo que bajaría la violencia. Pero no bajará. Siguen descubriendo fosas. Es un fenómeno que no se va a corto plazo. Un oficial de la marina me dijo que esto no se acaba en una década. Va para largo. El libro es un testimonio de qué pasó con Veracruz; de cómo se convirtió a lo que ahora vemos. Es un ejemplo para otros estados de cómo la violencia entra y se expande. Lo vemos en Ciudad de México. Hay casos que antes no se veían. Así ocurrió en Veracruz. El libro es un ejemplo de lo que puede pasar con la violencia. Podemos desembocar en esto. El panorama de Veracruz es difícil. Hay problemas para ejercer el periodismo. Hay censura y presión. Hay fosas. Cuitláhuac es un buen tipo, pero es un mal gobernante. Hay una guerra entre el Gobierno y la Fiscalía. Quedan indefensos los ciudadanos.
–Si no se hace algo en la Ciudad de México, puede desembocar en una guerra…
–Es una hipótesis. Hace una década se creía que esa violencia era propia de los estados del norte. Pero vemos a Veracruz, Tabasco, Quintana Roo… Es una hipótesis pero no se debería descartar. La violencia comienza en un nivel bajo y alcanza su máximo punto. Veo que en Ciudad de México hay situaciones que hace diez años vivimos en Veracruz. No creo que alcance la magnitud, pero sí llama la atención que se habla de asesinatos en la calle, no ligados a asaltos, sino al crimen organizado. Hace dos meses en Polanco, hace unas semanas en la Plaza Artz. En Ciudad de México he visto algo que me llamó la atención: por un problema de tránsito, una persona sacó un arma y le apuntó a otra. Este tipo de cosas eran características de los estados. Esto puede llegar a expandirse.