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Melvin Cantarell Gamboa

24/07/2024 - 12:05 am

¿Armas para la paz?

"La guerra, como técnica de poder, encuentra su máxima expresión de cinismo y falta de escrúpulos de los políticos".

¿Pueden ser las armas una fuerza de paz? Foto: Shutterstock.

“Quién se arma está en guerra”

Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica.

“Vi un gran pilar en forma de seta alzándose en el cielo. No se movía, pero creció y se extendió en su parte más alta…Ahora puedo contar a los jóvenes mi terrible historia y todo el mundo sabrá lo que vi y conocerá… la maldad incondicional de las bombas nucleares”.

Tsutomu Yamaguchi. Única persona que se sabe sobrevivió a los dos ataques de Estados Unidos, con bombas atómicas, a Hiroshima y Nagasaki en Japón y activista contra la producción de armas nucleares; falleció en 2010.

Hay más bestialidad en el hombre que en muchos animales depredadores; la cumbre de este comportamiento se alcanza en las guerras actuales debido a los enormes avances de la tecnología, al grado de rebasar todas las anteriores formas de agresión, violencia y defensa, en nombre, ahora, de la seguridad nacional de las grandes potencias.

En la búsqueda de una paz ilusoria, el mundo entero se arma y, “quien se arma, como escribe Peter Sloterdijk, está en guerra”. La civilización en los últimos cien años, se ha develado a sí misma como una nueva organización de la barbarie; la civilidad es un concepto que tradicionalmente se relaciona con la resolución de las disputas sin violencia y el fomento del bienestar humano, sin embargo, hoy se confunde con técnica, industria, finanzas y dominación mediante la fuerza, dando lugar a motivos destructivos, codicia, dominación y autoengaño, condición que nos obliga a  replantear la necesidad de reescribir las páginas de nuestra existencia con una contrahistoria comprometida y guiada por un proceso civilizatorio basado en el entendimiento mutuo, a fin de  eliminar a escala planetaria los crímenes de  fuerza y acabar con la polémica que se da en torno al derecho del agresor a hacer la guerra ante cualquier supuesta amenaza a su seguridad nacional.

Cómo es posible que las potencias hegemónicas   pongan en riesgo la supervivencia misma de la humanidad por motivos ideados o imaginados   para perjudicar o destruir a un competidor, al que previamente se acusa de “enemigo de la humanidad”, cuando en el fondo son sus intereses materiales y de dominio los que desea proteger o ampliar ¿No revela esto una degeneración del principio de realidad en el mundo moderno?

En el pasado las personas morían de hambres, pestes y guerras; hasta finales del siglo pasado y  lo que va del presente, mueren más seres humanos por obesidad, violencia criminal y suicidios que por guerras; este fenómeno, que empezó a perfilarse después de la guerra de Vietnam, hizo pensar a más de un optimista que  una vez superada la guerra fría, con la desaparición de la Unión Soviética, en pocas décadas desaparecerían los conflictos militares de grandes proporciones; sin embargo, los pesimistas del momento estamos en espera de que por cualquier excusa se desate lo que sería el último gran conflicto bélico entre supuestos seres “racionales”(que nos devolvería a la edad de las cavernas), debido al déficit ético que acompañan a los tratados de paz y no proliferación de armas de destrucción masiva.

Desde los albores de la humanidad hasta el siglo XVIII, las guerras causaban el 15 por ciento de las muertes en el mundo; durante el siglo XIX, este porcentaje se redujo al 5 por ciento y en los últimos 50 años apenas sumó el 1 por ciento de la mortalidad global. El año 2012, por ejemplo, marcó el punto más alto de esta esperanza de paz, murieron en el mundo 56 millones de personas y solo 620 mil por violencia criminal, terrorismo y guerras. Este año,  particularmente con la guerra en Ucrania y los crímenes de lesa humanidad de Israel en Gaza, se desató una nueva versión de la guerra fría con  la abierta carrera armamentista entre Estados Unidos, China y Rusia, que disparó, por un lado, los presupuestos militares en el mundo entero y,  por otro, “amplió las pretensiones hegemónicas de la OTAN que, conjuntamente con el Consejo Atlántico, que opera como grupo no gubernamental no-lucrativo que formula políticas para proteger la seguridad de la riqueza  concentrada (en el mundo Occidental), objetivo a menudo descrito como parte de los intereses vitales nacionales, pero en realidad identificado con las treinta y cinco figuras claves del capital global concentrado”(Ver Peter Phillips. Megacapitalistas. La élite que domina el dinero y el mundo.   Roca editorial. Página 14), que ubican a China y Rusia como sus enemigos principales y que están empujando a los 30 países pertenecientes a la OTAN, a elevar sus presupuestos militares hasta el 2 por ciento de su Producto Interno Bruto y al 3 por ciento en los próximos años.

La guerra, como técnica de poder, encuentra su máxima expresión de cinismo y falta de escrúpulos de los políticos. El poder, decía Carl von Clausewitz, es la guerra; la guerra, la continuación de la política por otros medios, en consecuencia, toda relación de poder entre potencias es, en el fondo, una guerra permanente de baja intensidad, es decir, silenciosa, velada, encubierta que se utiliza en tiempos de paz para   rearmarse para la siguiente confrontación. Cada guerra es siempre un paso atrás de la civilización, nunca el principio de una era de paz.

Históricamente los enfrentamientos bélicos dieron   lugar al surgimiento del Estado, sus instituciones, las leyes y el derecho, a las monarquías absolutistas y las democracias modernas. Cierto, antes del nacimiento del Estado también hubo enfrentamientos mortales, Hobbes las consideró acciones depredadoras del fuerte contra los débiles, de los violentos contra los tímidos, los valerosos contra los cobardes, los grandes contra los pequeños, los arrogantes contra los opacados pero no alcanzaron la letalidad de las que se sucedieron en los tiempos históricos; efectivamente, las “guerras” primitivas, fueron  formas de lucha de todos contra todos que expresaban  nuestra cercanía con la naturaleza (Leviatán).

La guerra moderna es otra cosa, hoy el dinero se ha convertido en el dios y en el centro de interés de todas las sociedades del planeta; principalmente del interés capitalista, lo que ha dado lugar a un proceso altamente competido que conduce a situaciones bélicas de alto riesgo, principalmente porque la potencia hegemónica del siglo XX, los Estados Unidos y con él las principales naciones Occidentales, han perdido la carrera tecnológica y cedido gran parte del mercado mundial a China; desafortunadamente, en su ambición de “hacer grande otra vez a América” han llevado el estado de cosas a su límite. Lo que representa un enorme y peligroso riesgo si consideramos que al capitalismo le es connatural ampliar sus zonas de poder.

Toda economía que tenga como motor principal la industria militar, como los Estados Unidos, se caracterizará por su belicismo; este país, por ejemplo, tiene 800 bases militares en más de 80 países, su presupuesto militar es el mayor del mundo 916 mil millones de dólares (3.5 por ciento de su PIB), el doble de la suma del gasto militar de China (296 mil millones y Rusia, 109 mil millones de dólares), que juntos asciende a 402 mil millones de dólares. Los niveles alcanzados por el armamentismo norteamericano en el contexto, no resuelve los actuales problemas bélicos, no son disuasivos ni obligarán a nadie a ir una mesa de negociaciones para una paz duradera y si afectará los derechos de los más pobres en muchos países. De elevarse el gasto militar global al 3.7 por ciento de los presupuestos nacionales, equivalente al 2.2 por ciento del gasto global, como la OTAN está pidiendo y presionando a sus miembros, destinar el 2 por ciento de su PIB al gasto militar y calificar esta meta como increíblemente importante es irracional. Matthew Miller (“hay que combatir a Rusia hasta el último ucraniano”), portavoz del Departamento de Estado de los Estados Unidos, declaró al respecto, que “estos objetivos de gasto en defensa deben cumplirse obligatoriamente; la OTAN es una alianza que beneficia enormemente a los Estados Unidos pues le brinda gran seguridad”. Por su parte, Donald Trump ha amenazado a los miembros europeos del Tratado del Pacífico Norte que, de no pagar sus cuotas, no tendrían la protección militar estadounidense, lo que animaría a Rusia a atacarlos.

Algunos miembros de la OTAN son reacios al aumento de su gasto militar porque lesionaría a sus pueblos; Canadá, por ejemplo, invierte el 2 por ciento de su PIB en programas sociales y solo gasta en armamento el 1.37 por ciento de ese PIB; de elevar al 2 por ciento su inversión en armamento se vería obligado a tomar este dinero del presupuesto de salud, educación y protección del ambiente. Entonces ¿Por qué esta aberración? Porque para las élites del dinero es más conveniente la guerra que la paz, es más productivo asesinar civiles, niños y mujeres principalmente (Gaza) que preservar la paz o detener el cambio climático. Es irónico que se hable de protección y seguridad nacional de un imperio en decadencia para que éste viva en paz,  a costa de permitir que se asesine con ataques directos a civiles, expulsiones forzadas y provocar  centenas de miles de refugiados, de violencia sexual contra mujeres y niños, tortura, trato inhumano y cruel, detenciones arbitrarias y ultrajes a la dignidad de las personas, apropiación por la fuerza de la propiedad privada del otro al que calificamos de nuestro enemigo, toma de rehenes, incluidos niños, todo esto sin control ni piedad sucede en Gaza; la guerra en Ucrania es otro caso, aquí los rusos están destruyendo la infraestructura de un país y nadie, ni el mismo presidente Volodimir Zelenski opta por la paz a pesar que al final del conflicto, los contratistas norteamericanos encargados de la reconstrucción,  duplicarían sus ganancias; hasta el momento se han gastado 250 mil millones de dólares en armamento militar, pero, renovar lo que se ha destruido costará cerca de 600 mil millones de dólares y dejará inmensas ganancias a los empresarios americanos ¿Puede haber algo más cínico y groseramente engañoso que un país, por poderoso que sea,  opte por defender su territorio y su población a costa de la existencia de otro y de la vida de sus habitantes y al mismo tiempo catapulte su economía? No perdamos de vista, pues, que la guerra es el mejor negocio del mundo y que “las armas son representantes del enemigo como arsenal propio. Quien forja un arma está indicando al enemigo que él será igualmente inmisericorde…el arma es ya el enemigo maltratado… (el colmo) el disparo capaz de pensar” (los misiles inteligentes) (Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica. Ensayo Siruela. 2014, páginas 517- 518). El telón de fondo de todo lo anterior: la ganancia y el beneficio del capital.

Llegado a este punto vale la pena preguntarnos ¿Pueden ser las armas una fuerza de paz? Lo creíble, porque lo estamos viviendo, es que solo alimentan las ambiciones de poder y riqueza de las grandes potencias ¿Estamos negados, pues, a imaginar otros medios de pacificación o estamos condenados a soportar el cinismo de los poderes imperiales de unos y su deseo de dominio? No nos equivoquemos, la política brutal de los imperios y su idea de que solo ellos deben gobernar el mundo proviene de la insolencia y la soberbia del bárbaro que ha dado la espalda a todo intento de entender y comprender al otro. Porque por más justa que sea la causa del poderoso siempre será más justa la causa de los débiles y condenados de la tierra, en realidad, los únicos vencidos. La causa de la paz no puede centrarse en la fuerza, ésta siempre pertenecerá a la inconsciencia del mal inevitable, mientras la causa del sometido será la convicción del bien irremediable.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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