María Rivera
24/06/2020 - 12:03 am
Sacudidas
Es amarga la pregunta, pero, ¿qué hubiese ocurrido si en realidad hubiese llegado al poder el Gobierno de izquierda por el que votamos?
Como si no fuera suficiente con la pandemia, ahora tiembla. No paramos de susto en susto en el país, aunque con la fortuna de que el sismo, a pesar de haber sido fuerte, no causó daños. Al menos, esta vez sí tuvimos alerta sísmica que funcionó como debía. Eso todavía funciona, lo cual es de agradecerse, tal cual están las cosas en nuestro país. Me asomo a Twitter: gente desempleada comienza a aparecer en las redes solicitando trabajo, mucha; gente llorando a sus seres queridos, gente que se contagió recientemente, noticias de gente que es brutalmente asesinada en Sonora y en Oaxaca. Nuevamente, la escena del horror en una carretera: cuerpos de personas usados como mensaje ominoso. La imagen de un infierno que no, no nos abandona, sigue en su propia línea narrativa a pesar de lo que ocurra. La combinación de nuestras desgracias, como si no tuviéramos suficiente. Mientras, debates sobre la discriminación y una funcionaria renunciada, un organismo en vías de defenestración, uno más. En el medio del meollo, una primera dama ofendida y un comediante de humor racista. La libertad puesta en entredicho si molesta al poder, aunque sea de suyo muy molesta porque no todos pensamos igual ni compartimos los mismos valores, ni la moral, ni siquiera el mismo sentido del humor.
La pregunta es, ¿se pueden hacer chistes, críticas y hasta escarnio popular sobre los poderosos o ya regresamos a otros tiempos del siglo pasado, innegablemente autoritarios? La censura, obviamente, puede ser oblicua y pasa por castigar a una funcionaria que invitó a un comediante que anteriormente se había mofado del hijo del Presidente, a un foro público, mientras su esposa exige, públicamente, disculpas y se ofende de que el ofensor hubiese sido convocado, ¿pero… cómo, el Gobierno no está a nuestro servicio? parecería que se pregunta, anonadada, la primera dama que se rehusaba a ser la primera dama, esa figura anacrónica del poder. Poco después del desaguisado, la esposa del Presidente volará a Cancún, en primera, en lo que no parece una actividad esencial para los tiempos que corren, la verdad, con la tragedia que cotidianamente va cayendo sobre los mexicanos que se ven obligados a salir del confinamiento para trabajar. Ni pensar en el mar, pues. Quién sabe, tal vez era mejor el antiguo papel de la esposa del Presidente, ¿no cree? Tal vez ahorita estaría, no en la playa, sino tratando de ayudar a la gente, en alguna institución. No se puede todo, no cabe duda. Lo que sí es un hecho, es que, nuevamente, al Presidente el escándalo le vino como anillo al dedo para destruir instituciones que esencialmente no entiende y que ve como un dispendio en su cruzada para deshacer el Estado que con mucho trabajo se fue construyendo a lo largo de décadas del proceso democratizador, por considerarlas inútiles.
Y sí, entre sacudidas, también nos enteramos que la Secretaria de la Función Pública, la “incorruptible” Irma Eréndira Sandoval, bien puede auto-exonerarse e intimidar públicamente a un periodista que se atrevió a cuestionar la naturaleza de sus bienes, usando a la propia institución para la que trabaja, sus canales institucionales, para defender a su familia, faltaba más. También que el viejo ejercicio político, de raigambre priista “cerrar filas” está más vivo que nunca en la “4t”. Antes, los mismos personajes le decían “pacto de impunidad”, pero eran otros tiempos donde había mafias del poder.
Saltos y sobresaltos de la nueva mortalidad en la que nos hallamos donde las personas de a pie tratan de sobrevivir, unos con más suerte que otros o mejor dicho, unos con más medios que otros. Los que no tienen múltiples casas, ni múltiples pares de zapatos, no viajan a la playa en primera clase. Y es que, discúlpeme lector, pero yo no puedo deshacerme de la conciencia de que hay gente en la calle arriesgándose para que otros sobrevivan, por la sencilla razón de que no tienen otra opción: no es la suerte ni el destino, sino una forma de esclavitud, de vidas desechables, normalizada por un Estado incapaz de protegerlos, carente de políticas públicas que eviten que se expongan en la selva, cruel e injusta, donde su salud y sus vidas valen menos que las de los que tienen más recursos. En esa selva de inconciencias y sobresaltos, por si no fuera ya suficiente, el Subsecretario, encargado de la estrategia de salud, que debiera preocuparse por las consecuencias letales de su estrategia, esto es las decenas de miles de vidas que se están perdiendo, sale muy orondo a atacar y descalificar a quienes, desde la sociedad civil, le solicitan cambie la estrategia para evitar una catástrofe mayor realizando pruebas de detección, rastreo de casos y aislamiento de contactos. Lecciones muy bien aprendidas en la escuela intolerante del Presidente, pues. Como si la sociedad no estuviera atravesando por una tragedia, y estuviera animada por oscuros motivos políticos: todo con tal de no rectificar una estrategia a todas luces errada.
Pero vamos bien, dice López Obrador, más preocupado en convertirse en policía de las elecciones del año que entra, como si no existiese el INE, que en actuar como un Jefe de Estado capaz de atender su primera y urgente obligación: evitar que más gente, pobre y vulnerable, siga contagiándose y muriendo en la peor crisis sanitaria que México ha atravesado en más de un siglo. Es amarga la pregunta, pero, ¿qué hubiese ocurrido si en realidad hubiese llegado al poder el Gobierno de izquierda por el que votamos?
Qué oportunidad perdida: nunca lo sabremos.
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