Mateo Crossa Niell
24/04/2022 - 12:02 am
Inflación, guerra y ganancias corporativas
“La inflación en la economía global ya venía produciéndose durante la pandemia, pero el inusitado aumento responde indudablemente al incremento de precios de energéticos y granos básicos causados por la guerra…”
La inflación ha crecido a ritmos vertiginosos en los últimos dos meses, al grado de alcanzar cifras de casi 9 por ciento en algunas regiones del mundo (en el caso específico de alimentos, los aumentos son aún más escandalosos, alcanzando cifras del 25 por ciento). OXFAM ha alertado que este aumento exacerbado de precios amenaza con orillar a 260 millones de personas más a condiciones de pobreza extrema como resultado de los efectos de la pandemia de Covid-19 y la guerra en Ucrania. En diferentes rincones del planeta ya se viven climas de descontento popular por el aumento incontenible de precios en la canasta básica de consumo.
La inflación en la economía global ya venía produciéndose durante la pandemia, pero el inusitado aumento responde indudablemente al incremento de precios de energéticos y granos básicos causados por la guerra en la región del mundo estratégica para la proveeduría de gas, granos, fertilizantes y metales. Los precios han crecido por la devastación de medios de producción y la parálisis económica que, como resultado, producen recortes abruptos en la oferta y una presión al alza en los precios.
Frente a este escenario resultan hilarantes las recetas neoclásicas que insisten en diagnosticar la inflación como resultado de la ampliación en la demanda agregada y el gasto público, para lo cual responden aumentando tasas de interés para, supuestamente, limitar el consumo y frenar el crecimiento de precios. Estas miradas que hoy cunden en economistas como el exsecretario del Tesoro de EUA, Lawrence Summers, y en la política de la Reserva Federal, insisten en que la intervención del estado en la incentivación de la demanda son las causantes de la inflación, negando de la manera más descarada los efectos devastadores de una guerra que, como lo ha dicho Noam Chomisky, el mismo gobierno de EUA ha contribuido a perpetuar mediante envío de cascadas de financiamiento militar al gobierno de Ucrania.
Pero el aumento de precios es mucho más elevado que el recorte en la oferta. De hecho, la exportación de gas ruso no ha caído dramáticamente, ya que se mantiene como un importante abastecedor del mercado europeo, además de que reencamina sus exportaciones a otras regiones del mundo. Por lo tanto, la exorbitante inflación que hoy vive la economía global no responde, como quiere tratar de presentar la economía neoclásica, únicamente a un desajuste en la curva de oferta y demanda, sino que ha intervenido un elemento decisivo que la economista de la India, Jayati Ghosc, ha llamado “especulación frenética” para referirse al ferviente interés que han tenido las grandes corporaciones productoras de energéticos, minerales y granos básicos para aprovechar la situación de guerra y generar ganancias extraordinarias por medio de políticas especulativas que han derivado en el aumento estratosférico de precios.
Un análisis realizado por Global Witness, Greenpeace y Oil Change International revela que los altos precios del petróleo registrados desde el inicio de la ocupación rusa sobre Ucrania le garantizaran a las grandes corporaciones de la industria de exploración y producción de petróleo y gas de Estados Unidos un crecimiento en sus ganancias que pueden alcanzar los 124 mil millones de dólares en 2022. Estas ganancias radican principalmente en los divídenos que estas empresas concentrarán por los elevados precios. Entre las corporaciones más beneficiadas destacan ExxonMobil, Chevron, ConocoPhillips, junto con otras que por su condición oligopólica tienen el poder para manipular precios, enriqueciendo a sus inversores en lugar de reducir los precios para los consumidores.
Si EUA no ha mostrado ningún interés por involucrarse en una salida negociada a la devastadora ocupación de Rusia sobre el territorio ucraniano, y más bien continua en un ferviente ejercicio por perpetuar el conflicto armado, se debe entre otras cosas al interés por colocar a este país en el centro de la producción y abastecimiento de energética fosil al mercado global. Por eso resultan reveladoras las declaraciones Mike Sommers (presidente y CEO de la principal asociación de corporaciones petroleras y gaseras de EUA — American Petroleum Institute), cuando afirmó que “los productores estadounidenses de gas natural y petróleo tienen un papel fundamental que desempeñar para apoyar a nuestros aliados europeos con acceso a un suministro estable de energía confiable y asequible”. Es decir, las grandes corporaciones petroleras y gaseras estadounidenses buscan aprovechar el bloqueo comercial a Rusia para procurar tomar mayores posiciones en la proveeduría del mercado europeo y de esa manera aumentar réditos privados.
Las extraordinarias ganancias que han acumulado los oligopolios petroleros estadounidenses (Big Oil) en los dos últimos meses de elevada inflación no sólo exhiben el restringido y anquilosado esfuerzo de políticas aparentemente interesadas en transitar hacia el uso de energías renovables, sino también devela el estrecho vínculo entre el poder corporativo de los petroleros con la guerra. Esto se deja entrever claramente por medio del informe de BailoutWatch (organización de denuncia a la política fósil) donde se exhibe claramente la política especulativa (retiro y recompra de acciones que garantizar mayor utilidad en el mercado de valores) que las grandes corporaciones petroleras han puesto en marcha para garantizar inflar aún más sus ganancias privadas durante la ocupación militar rusa en Ucrania. Lo mismo sucede con las corporaciones de la agroindustria. La elevación exponencial en los pecios de los alimentos causado por la parálisis de la economía en Ucrania ha beneficiado fenomenalmente a enormes corporaciones como la estadounidense Cargill (la productora más grande de alimentos en el mundo)
Mientras la muerte y el dolor cunden en el territorio ucraniano por la devastación bélica, y las hambrunas se extienden por los diferentes rincones del planeta por el aumento descomunal de precios —especialmente en los países dependientes— las ganancias en un puñado de grandes capitales petroleros y gaseros, así como de grandes empresas productoras de alimentos, no cesa. Esto demuestra fehacientemente que en un mercado global tutelado por grandes corporaciones que tiene monopolizados los mercados, la inflación no responde únicamente a fenómenos de desequilibrios entre las curvas de demanda y oferta. Considerar un escenario de este tipo implicaría caer en la ilusión de pensar que la economía global se mueve bajo el impulso de la competencia perfecta. Pero esta no es la historia de hoy. Para comprender la inflación que hoy nos toca vivir, se hace imprescindible considerar el impulso frenético que tiene el poder corporativo para aprovechar la destrucción y parálisis causada por la guerra para manipular precios y transferir los ingresos de las capas pobres a sus arcas privadas como ganancias extraordinarias. En este escenario, la inflación ha funcionado como palanca para reencauzar la acumulación de capital hacía las grandes corporaciones.
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