Como consecuencia de la crisis económica, comienza a haber estrés en las familias confinadas, sin dinero, con dificultades para pagar la renta, con un incremento de la violencia en muchos casos, riesgo para los niños y mecanismos que pueden desembocar en prostitución, explotación sexual, matrimonios forzosos e incluso en tráfico ilegal
Por Javier Martín
Redacción Internacional, 24 de abril (EFE).- La Alta Comisionada Adjunta de Protección en ACNUR, Gillian Triggs, advirtió a EFE de que medidas como el confinamiento o el aislamiento, junto a la crisis económica que ya se percibe, han disparado el riesgo de sufrir abusos entre la población refugiada, solicitante de asilo y desplazada forzosa.
Y en particular entre las mujeres y las niñas, las más vulnerables, expuestas a un incremento de la violencia machista, la prostitución y los matrimonios forzosos, por lo que Triggs pide a los gobiernos políticas de inclusión y un liderazgo que evite la estigmatización de estos colectivos.
PREGUNTA: En términos generales, la pandemia ha golpeado con gran intensidad a las mujeres, que en muchos casos asumen un coste psicológico y emocional mayor. ¿también en el caso de las mujeres refugiadas, solicitantes de asilo y desplazadas forzosas?
RESPUESTA: Una de las grandes preocupaciones que surgen es su impacto económico y social y está claro que en muchos países el número de mujeres y niñas en riesgo está creciendo debido al confinamiento, a unas instalaciones precarias, y ese riesgo es significativamente alto. No tenemos estadísticas y es difícil trasladarlo a los campos de refugiados o de desplazados internos, pero creemos que debido a sus circunstancias particularmente difíciles es muy probable que la violencia sexual, la violencia doméstica en general o la explotación de los niños, o que el riesgo para los menores, sean mucho mayores. Probablemente tendremos datos más precisos en el futuro, pero de momento podemos decir que el impacto del coronavirus es especialmente dramático en los vulnerables y de forma muy particular en los refugiados, en los solicitantes de asilo y la gente que se ha visto forzada a abandonar sus hogares.
P: Los gobiernos han adoptado medidas muy restrictivas como el confinamiento, la limitación de movimiento o el cierre de servicios sociales. ¿Cree que han tenido en cuenta la situación peculiar de los refugiados?
R: Los gobiernos son conscientes, tengo que decir que en un número significativo, pero quizá haya alguna justificación para decir que en muchas situaciones se han preocupado por sus poblaciones mientras que para aquellos que están en la base de la pirámide, los más vulnerables, los servicios parecen más disminuidos. Por ejemplo, se han cerrado los refugios para las mujeres que huyen de la violencia doméstica. Incluso los servicios sociales para estas mujeres han dejado de estar disponibles a consecuencia directa de la pandemia. No estoy sugiriendo que sea una cuestión de mala fe, no estoy sugiriendo que una política deliberada, pero sí digo que estamos inquietos por las mujeres en estas circunstancias tan severas.
P: ¿Y cuáles son esos riesgos?
R: Los que mantienen el hogar, típicamente el hombre pero también la mujer, están perdiendo sus empleos. Los refugiados, demandantes de asilo y desplazados suelen trabajar en empleos informales y esos son los primeros en desvanecerse cuando hay problemas. Lo que estamos empezando a ver es un impacto muy grave en la calidad de vida y en la integración de esta personas en sus comunidades. Y como consecuencia, comienza a haber estrés en las familias confinadas, sin dinero, con dificultades para pagar la renta, con un incremento de la violencia en muchos casos, riesgo para los niños y mecanismos que pueden desembocar en prostitución, explotación sexual, matrimonios forzosos e incluso en tráfico ilegal.
P: Carecemos de estadísticas, pero parece que la violencia de género es uno de los problemas que más crece
R: Creemos, por lo que vemos a lo largo del mundo, que el número de casos de violencia doméstica, de violencia en el seno familiar, está creciendo. En Francia, en torno al 30 por ciento o en Ecuador, en torno al 70 por ciento, cifras muy elevadas. Si esto está ocurriendo en la población en general, es muy posible que también sea muy alto entre los refugiados y los desplazados internos. Pongamos este asunto en perspectiva: cerca de 41 millones de personas están desplazadas en África, Latinoamérica, Oriente Medio, Siria, y hay entre 20 y 22 millones de refugiados y solicitantes de asilo. Creemos que es posible que muchas mujeres y niñas ya estén sufriendo este tipo de abusos, violencia y explotación (…) y que eso se haya exacerbado con la COVID-19. En otras palabras, tenemos una crisis mundial de refugiados y desplazados forzosos y la emergencia de la pandemia se ha superpuesto a todas las crisis.
P: El brote ha blindado fronteras que antes ya eran poco permeables y ha limitado la libertad de movimiento también para las ONG. ¿Están los refugiados peor asistidos ahora?
R: Sabemos que 160 países han cerrado sus fronteras, casi la mitad de ellos totalmente, sin excepciones para quienes huyen de la violencia, la persecución y la discriminación. Uno de los ejemplos más obvios es la región de Idlib, en Siria, donde cerca de un millón de personas se agolpan (…) cerca de la frontera con Turquía. Es posible que en algunos países haya una falta de acceso a la ayuda humanitaria , a los servicios médicos (…)
P: ¿Cuál sería la solución?
R: Lo que le pedimos a los gobiernos es que se aseguren de incluir a los refugiados, a los solicitantes de asilo, a los desplazados forzosos y en algunos casos a los apátridas en sus programas nacionales, y muchos países ya lo están haciendo. (…) Pero les pedimos que vayan al siguiente nivel (…) Deben tener derecho al trabajo, estar protegidos por la ley en cuestiones como un retraso a la hora de pagar la renta, poder recibir ayudas, los niños deben ser escolarizados y disponer de otra serie de servicios sociales. La palabra que utilizamos es inclusión. Si esas personas son incluidas en los sistemas nacionales, no solo es una forma más segura de gestionar la pandemia, sino también una respuesta humanitaria hacia esas personas que de otra forma quedarían aisladas y excluidas de la sociedad. Pero también le pedimos a los gobiernos que lideren la lucha contra la estigmatización o cualquier tipo de discriminación. Es un riesgo real (…) que alguien en la sociedad comience a argumentar que los refugiados, demandantes de asilo y desplazados son vectores de la enfermedad, que portan el virus.
P: Ese discurso de criminalización de los migrantes está ya muy arraigado entre los movimientos más conservadores ¿Pueden llegar a usar la COVID-19 como una nueva excusa para forzar las políticas contrarias a la migración?
R: Es algo que nos preocupa mucho en ACNUR. (…) que se utilice esta pandemia como una oportunidad para mantener una normativa restrictiva que podría estar justificada en el pico de la crisis, pero que después sería desproporcionada e innecesaria. Y esa es ahora una de las principales preocupaciones, que el marco normativo que protege los derechos humanos y las leyes relativas a los refugiados quede dañado y sufra un retroceso de varios años en algunos países.
P: ¿Cómo se puede minimizar el debate entre la protección de los propios ciudadanos y el derecho de los extranjeros?
R: Si tenemos buenos líderes en los gobiernos que puedan -y se necesita- implicar a los ciudadanos, creemos que esa es la posición correcta. Puedes proteger los sistemas de salud pública y respetar al mismo tiempo los derechos fundamentales de las leyes de asilo y refugio. En otras palabras, no son excluyentes, se pueden cumplir al mismo tiempo. Seamos prácticos, la concentración de personas y los movimientos de personas hacia las fronteras para pedir asilo suponen un riesgo por COVID-19. Naturalmente, todos los países tienen el derecho de insistir quizás en la cuarentena, quizás en el aislamiento, incluso en hacer análisis especiales, todo esto es razonable en estas circunstancias. Pero lo que pedimos es que en lo que respecta a los derechos fundamentales como pedir asilo, huir de conflictos (..) se mantenga. (…) vamos a ver un mundo distinto una vez que la crisis termine, tenemos mucha, mucha esperanza en que los países con un buen liderazgo entiendan que hay que conservar esos principios fundamentales de los derechos humanos para todo el mundo, y en particular para los refugiados y solicitantes de asilo. Ese es el reto en este momento, un buen liderazgo en las comunidades, en la sociedad, en las ONG, pero de forma más importante entre los gobernantes.
P: Sin embargo, parece más difícil en un contexto de aguda crisis económica, como ya hemos visto en el pasado.
R: Esa es la gran batalla para los políticos. Y es por eso que estamos haciendo un llamamiento para (…) trabajar con los gobiernos para hacer frente a las consecuencias socioeconómicas de la COVID-19 tanto en el seno de sus propias sociedades como, utilizando de nuevo la palabra inclusión, incluyendo a los más vulnerables, a los migrantes y a las comunidades de refugiados. La otra iniciativa que afrontamos en el marco del largo largo plazo que van a tener las consecuencias socioeconómicas de a pandemia es trabajar con los bancos mundiales y con las instituciones de financiación internacional. Ya trabajamos intensamente desde las agencias de la ONU, como en el caso de ACNUR, para garantizar que los gobiernos reciban préstamos que les ayuden a fortalecer los sistemas sanitarios, la asistencia económica y social a sus propios ciudadanos pero también de forma particular a grupos vulnerables como los refugiados y solicitantes de asilo.
P: Dentro los vulnerables, la parte más frágil de la cadena son las mujeres y las niñas. ¿Seguirá siendo así?
R: Tenemos un gran número de personas extremadamente vulnerables en estos momentos: personas con alguna discapacidad, ancianos, niños. Se calcula que cerca de mil 500 millones no están escolarizados en la actualidad y las consecuencias son enormes. Pero temo que como hemos visto en muchos desafíos globales anteriores sean las mujeres y las niñas las que más sufran (…) un fracaso a nivel global a la hora de afrontar la desigualdad y de la incapacidad de protegerlas en la manera que deberíamos hacerlo. Confío en que cuando pase este coronavirus, que pasará, seamos capaces de centrarnos en las raíces de la desigualdad e intentar con más fuerza que nunca abordar estas cuestiones: fragilidad de los sistemas sanitarios, desigualdad y que las mujeres puedan tener un mayor espacio a nivel social y económico, un mayor control del que muchas tienen a lo largo de todo el planeta.