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Antonio Salgado Borge

24/04/2020 - 12:05 am

AMLO, la caricatura

La caricatura sigue siendo efectiva en algún grado. ¿Críticas por el manejo de la pandemia? Mejor hablar de que en México el periodismo es decadente y dependiente -así, en general- sin reconocer que quienes integran medios como SinEmbargo, Proceso, Aristegui o Animal Político que se parten el lomo haciendo periodismo.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador llega a su conferencia de prensa diaria en el Palacio Nacional de la Ciudad de México, el martes 24 de marzo de 2020.
“La caricatura consiste en ese personaje con el que el AMLO se ha autoidentificado; un personaje que le ha permitido construir una conexión extraordinaria -aquí de amor, allí de odio- con millones personas”. Foto: Marco Ugarte, AP

No hay persona en México que no conozca a la caricatura. Para el Gobierno de AMLO fue, durante algún tiempo, una herramienta invaluable. Pero recientemente se ha convertido en una de las piedras más pesadas atadas al Presidente.

La caricatura consiste en ese personaje con el que el AMLO se ha autoidentificado; un personaje que le ha permitido construir una conexión extraordinaria -aquí de amor, allí de odio- con millones personas. No es necesario romperse mucho la cabeza para identificar su naturaleza. La caricatura incluye secuencias bien conocidas, como la repetición esperable de una colección de dichos, la constante simplificación de asuntos complejos, una peculiar cadencia, y un gran acervo de “punchlines” tan polémicas como ingeniosas.

En alguna medida, todos estamos familiarizados con la caricatura. Sin embargo, no todos reaccionamos igual ante ella. Hay al menos tres formas distintas de procesarla que vale la pena poner sobre la mesa.

(1) La primera es ver a la caricatura como una realdad y adorarla. Esto es, creer que no hay diferencia real entre el AMLO-persona y el AMLO-personaje y celebrar que este sea el caso. Quienes piensan de esta forma suelen apoyar incondicionalmente al Presidente. Y cómo no hacerlo, si la caricatura presenta las cosas como son y se mira auténtica y humana. Es más, ni siquiera se ve, suena o actúa como la mayoría de los políticos de los que este país está tan hastiado -incluidos, desde luego, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto-.

Una aclaración es importante. Quienes integran al grupo descrito arriba no pertenecen automáticamente al grupo denominado “chairos”: adorar a la caricatura es condición suficiente, pero no necesaria para ser parte de lo que desde la derecha se conoce como la “chaireada”.

(2) La segunda forma de reaccionar ante la caricatura también pasa por aceptar que no hay separación entre AMLOpersona y AMLO-personaje; pero, a diferencia la anterior, implica responder ante esta identificación con repulsión o con pánico. En este grupo se incluye a quienes miran las mañaneras con obsesión cuasimasoquista esperando y rabiando el performance que los otros celebran y adoran. “¿Cómo es posible que ese sea nuestro Presidente?”, “míralo, es un ignorante”, “ese hombre es una vergüenza”, “por lo menos los anteriores actuaban como presidentes”.

Al igual que en el caso anterior, odiar a la caricatura suele ser suficiente para pertenecer a lo que se conoce como “derechairos”, pero no es necesario creer en la caricatura para pertenecer a este grupo.

(3) Complementa a los dos grupos anteriores el conformado por personas que ven y que reconocen a la caricatura como la caricatura que es. Es decir, quienes notan que la caricatura no es compatible con la trayectoria de AMLO y con su desempeño en los cargos que ha ocupado;  quienes aprecian que el Presidente es un hombre inteligente, culto -al menos en lo que a la historia de México se refiere- y políticamente habilidoso. Esto no implica necesariamente aceptar que el Presidente sea buen gobernante, estar de acuerdo con sus decisiones – incluido su uso de la caricatura– o compartir su proyecto de nación. Lo que único que implica es reconocer que el AMLO-persona es distinto al AMLO-personaje.

Nuestra división en tres grupos ayuda a notar por qué la caricatura ha sido funcional para el Presidente. Quienes compran la caricatura terminan con un entendimiento de la realidad caricaturizado. Da lo mismo si es para amarla o para odiarla. En la medida en que la caricatura sea todo lo que hay, uno puede olvidarse de la posibilidad de obtener respuestas complejas a asuntos delicados. Además, para la 4T la aceptación de la caricatura por parte de los dos primeros grupos mencionados arriba ha sido útil para desviar la atención de temas complejos y para caricaturizar los debates.

La caricatura sigue siendo efectiva en algún grado. ¿Críticas por el manejo de la pandemia? Mejor hablar de que en México el periodismo es decadente y dependiente -así, en general- sin reconocer que quienes integran medios como SinEmbargo, Proceso, Aristegui o Animal Político que se parten el lomo haciendo periodismo. Ciertamente hay una cantidad impresionante de medios y periodistas que se venden al mejor postor, pero el Presidente, lector como es, sabe perfectamente que en México hay independientes haciendo periodismo de calidad. Prueba de ello es que en el mismo discurso reconoció tácitamente la labor de SinEmbargo mencionando a Jorge Zepeda Patterson, fundador de este medio, y a la columnista Dolia Estévez. Pero en el mundo de la caricatura no hay espacio para complejidades.

El problema para el Presidente es que en este momento los costos de la caricatura han comenzado a ser mayores que sus beneficios. En la medida en que se han acumulado asuntos cruciales como la violencia, los feminicidios o el estancamiento económico, la caricatura se ha vuelto insoportable para las personas que nunca creyeron en la identificación persona-personaje, pero que la consideraron inocua o la aceptaron con resignación. Cuando la seriedad se impone, la caricatura indigna y resulta simple y llanamente inaceptable.

Esta situación ha sido entendida perfectamente por Boris Johnson, otro mandatario que ha sabido vender su propia versión de la caricatura -para distinguir, llamémosle the cartoon-. Johnson, como AMLO y a diferencia de Donald Trump, ha construido intencionalmente a un exitoso personaje cómico, chambón, olvidadizo e improvisado; el brexiter número uno de Gran Bretaña. Sin embargo, hechos como sus repeticiones intencionales de gazapos, “olvidos”, su obsesión por despeinarse intencionalmente antes de aparecer en televisión o su ausencia de ideología están perfectamente documentados.

Incluso antes de enfermar, Boris Johnson, inteligente como es, reconoció que la pandemia exigía mandar a la banca a the cartoon para dar confianza y proyectar la imagen de jefe de Estado. Para ser claro, esto no ha evitado en lo más mínimo que el manejo de la crisis de su Gobierno haya sido un desastre; pero la aparición the cartoon en estos momentos hubiera encendido todas las hogueras.

Al igual que Johnson, en alguna medida AMLO ha notado las limitaciones de su personaje. El protagonismo cedido al doctor López-Gatell es prueba de ello. Sin embargo, a diferencia de Johnson en términos generales AMLO sigue apostando de lleno por la caricatura. Y esta apuesta claramente no está funcionando. El contexto ha cambiado radicalmente y lo que funcionó en el pasado no necesariamente lo hará en el presente. La caricatura se ha convertido en un talón de Aquiles para la 4T porque, en medio de una emergencia que afectará a una generación, su persistencia no sólo ha inflamado a quienes la compraron para odiarla, sino que ha resultado indignante para parte del grupo de personas que la consideraban inocua o intrascendente.

En este contexto, para el Gobierno de AMLO disociarse de la caricatura se ha vuelto un asunto de elemental supervivencia. Y es que todo parece indicar que si el Presiente no jubila pronto a la caricatura, la caricatura terminará jubilando al proyecto del Presidente.

Facebook: Antonio Salgado Borge

Twitter: @asalgadoborge

Email: [email protected]

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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