Son 329 y están repartidos en las 16 delegaciones de la Ciudad de México, donde ya son Patrimonio cultural intangible. En el resto del país también los hay municipales, de comida, de plantas y hasta de trueque. Son lugares de intercambio de ingredientes, sí, pero también de historias. Los mercados son el reflejo de la cultura mexicana.
Por Cri Rodríguez y Daniela Medina
Ciudad de México, 24 de marzo (SinEmbargo).– La señora Lourdes López se levanta todos los días muy temprano desde hace más de seis años para abrir su puesto de plantas y flores a las 7 de la mañana, “a mí me gusta llegar temprano, porque hay veces que en las escuelas u oficinas requieren de alguna plantita y luego se les olvida, por eso procuro llegar antes de que los niños se vayan a la escuela o de que entren a trabajar por si se les ofrece algo, yo aquí estoy. Y me voy hasta las 6 de la tarde que cierran”. Ella trabaja en el Mercado de Medellín, en la colonia Roma de la Ciudad de México, uno de los 329 que la capital del país tiene.
“Yo llegué aquí porque mis papás fueron los que empezaron a vender en este mercado, pero ellos se dedicaban a la fruta, posteriormente fallecieron y entre los hermanos nos dimos los puestos que les íbamos a trabajar. Yo me interesé mucho en las plantas porque me gusta, llevo casi seis o siete años en este comercio”, dice Lourdes a Mundano.
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“Yo creo que esto lo traemos ya de raíz de mis papás, a mí me gusta mucho el mercado, en sí el negocio, tratar a la gente, me gusta lo que hago. Me gusta estarles explicando, que la gente venga y me haga algunas preguntas, no necesariamente tiene que comprarme para que yo le pueda dar alguna sugerencia”, continúa.
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“El mercado es bueno porque aquí la gente viene y anda preguntando precios, compra donde le es más económico. Si fuera una tienda departamental ya son precios fijos y compra porque compra, en cambio aquí se dan el lujo tanto de escoger como de preguntar y ver en dónde lo tratan bien”, nos dice la señora López.
“Sí me va bien pero la venta no es del diario, es los fines de semana o días festivos. Mucha gente vivimos de esto, hay mucha familia mexicana que vive del comercio, que es por generación, los papás, los hijos, los nietos”, finaliza.
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Angélica Dávila, por su parte, está al frente del puesto de fruta en ese mismo mercado, al que llegó a través de la familia de su marido, “este negocio tiene más de 40 años, pero estando yo son entre dos a tres años. Llegué por medio de mi esposo, como él trabajaba con su padre, pero al fallecer mi suegro, él se hizo cargo del negocio”, dice en entrevista con Mundano.
“Yo llego desde las 8 de la mañana, a barrer, limpiar, porque tratamos de que esté muy limpio aquí y empezamos a acomodar, a sacar fruta de canastos y estamos hasta las 6 de la tarde”, continúa.
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Ante la pregunta de qué es lo que más le gusta y qué no de trabajar en un mercado, la señora Angélica menciona que este trabajo le ha ayudado a mejorar el trato con la gente, pero al mismo tiempo, acepta que es complicado convivir con el resto de los locatarios.
“Estar aquí me ha ayudado a desenvolverme un poco más con la gente porque cuando yo empecé me daba mucha pena ofrecer a los clientes, al principio me ponía roja y ahora no, vas conociendo gente, tratando, incluso cada quien se hace de esos clientes, porque luego está mi esposo y no quieren que los atienda él.
Yo aquí a lo que vengo es al negocio, con la única persona con la que convivo es con mi cuñada y lo que no me gusta es el tipo de gente que labora aquí porque no es de la Roma, vienen de las orillas, por lo regular todos vienen del Estado [de México]”, dice.
Por otro lado, llama a la gente a valorar la importancia de estos centros de comercio y su importancia: “Yo siento que se está perdiendo mucho, porque ya toda la gente va mucho a los centros comerciales, porque aquí mismo nos lo dicen ‘¿cómo es posible que en el súper esté más barato?’ Sí nos remarcan mucho eso de que damos caro y se les explica que es porque las cosas se traen diario por cajas chiquitas, no como en los supermercados que son por tonelada. Me gustaría que no se abandonara tanto a los mercados porque están solos, no hay gente”, finaliza.
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Nicolás Lorenzo Antonio llegó hace 15 años al Mercado de Medellín a vender fruta y verdura, pero se dio cuenta que por su ubicación, estaba llegando otro tipo de consumidores: “la clientela fue cambiando y llega mucho extranjero a la colonia Roma, empezaron a pedir cosas de Colombia como abarrotes, jugos, refrescos, malta, plátano verde, yuca”, dice en entrevista.
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Sabe que pese a ser lugares de gran peso cultural y económico para la ciudad, algunos están descuidados, “deberíamos de ponerles más empeño y meter más variedad de productos, surtirlos más”, continúa.
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Para él, los peores días son los que no puede ir a trabajar, “porque significa que estoy enfermo” –dice entre risas– “me gusta mucho relacionarme con la gente, conoces la cultura de otros países, sin querer preguntas cómo cocinan algunas cosas, cuántas formas hay de prepararlo y te vas involucrando y si te gusta, se te hace más ligero el día”.
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