Susan Crowley
24/02/2024 - 12:04 am
Goran Petrović, el escritor de milagros
“La literatura y en especial la de Petrović, es un arte que sirve para conocer otros mundos, otros tiempos, a otros personajes y sentimientos”.
La literatura de Goran Petrović nació en el caos de una nación devastada por la guerra. A inicios de los años noventa, en medio de la crisis que generó un embargo internacional a la agónica Yugoslavia durante sus últimos estertores. Vivir en Belgrado era considerado de alto riesgo. La literatura permitió a Petrović crear ámbitos imaginarios en los que, al menos los personajes y si el lector lograba entrar en sus relatos, eran puestos en resguardo de la violencia en la que pasó una buena parte de su vida. Eso se notaba en su forma de ver, de actuar, de hablar. Un hombre que con trabajos llegó a los sesenta, con la carga de los años de dolor a cuestas y cuya sonrisa apenas expresaba alegría, esa que es auténtica y que no puede fingirse, que sale del corazón al saber que alguien más se había dejado cautivar con sus historias.
La literatura de Petrović es de esas que solo en el alma se acunan. En la liberación del lenguaje por una suerte de poder poético que no se aprende en ningún otro lado más que en los intersticios de un ser cuya capacidad de soñar, de volar, de meterse entre las páginas de un libro para narrar situaciones extraordinarias, dentro de una cotidianeidad que nos toca profundamente. Goran, el hombre de mirada entrañable con un dejo de misterio y melancolía, que parecía saber dónde colocar la verdad en medio de la frivolidad del mundo literario; que no se dejaba atrapar por los adjetivos y los falsos halagos de ese mundillo y sus “me leés, te leo”, que delante de la hoguera de las vanidades de tantos escritores que aseguran merecer el Nóbel, él sí lo merecía. Y es que ¿qué premiamos de su literatura o de cualquier que esté a la altura de consagrase con un premio tan distinguido?
Justamente la capacidad de trascender y conquistar espacios en los que solo nuestra mente puede establecerse; más allá de los lugares comunes y los clichés tan amados por los escritores de moda que se creen originales, sin transgresiones gratuitas, dejando atrás la soberbia de un lenguaje pretensioso. Petrović sabía llamar a las cosas por su nombre y al mismo tiempo, sabía nombrarlas por primera vez. Sus descripciones minuciosas de costura fina pueden cansar a los que prefieren una literatura rápida y eficaz; esa no era la labor del serbio.
En sus libros, en silencio, podíamos escuchar el canto de pájaros que jamás supimos que existían, conocimos los nombres de miles de flores, plantas hierbas curativas, acompañamos los rezos milagrosos de los monjes cuyo fervor y fe lograron elevar una iglesia por encima de las nubes. Nos volvimos testigos mudos del amor prohibido de aquellos amantes que solo podían encontrarse en medio de sus lecturas, dentro de los libros. Logramos cambiar de épocas de un párrafo a otro, desde el pasado remoto hasta la dolorosa Serbia en medio de las bombas y la crueldad.
En una época en la que domina la auto ficción y el género de novela que irrumpe en la realidad para “deconstruir los valores nocivos de occidente”, en la que esperamos de los Houellebecq, los Carrère una explicación de lo que pasa en el mundo, con narraciones cuyo valor es incidir con dureza en la mierda sin remedio que somos; es casi milagroso que un escritor hubiera optado por el “realismo mágico” para solventar los horrores que se acumulan, uno detrás del otro. La ambición desmedida, la inconsciencia, la devastación ecológica, la decepción delante de los políticos, la vorágine de las redes sociales no tiene cabida en la obra de Petrović o al menos no como una denuncia obvia. Los grandes temas son tratados siempre como pivote para acceder a una realidad más profunda, más elevada si se quiere. Y por eso es una especie de sanador del mundo, necesario para equilibrar la dosis de pesimismo y de angustia existencial en la que nos hemos dejado atrapar.
La obra del serbio parte de sus raíces, del enaltecimiento local, una cultura ancestral con sus tradiciones y costumbres, que gracias al lenguaje de poesía y belleza se convierte en universal. A mí me recuerda a Oaxaca, esa casa de mis tías, en la que algo absolutamente surrealista podía ocurrir cualquier día en el momento menos pensado. Y es que cada uno de los personajes del serbio puede estar cerca de nosotros, nos recuerda a alguien conocido y a veces a nosotros mismos, o por lo menos lo que quisiéramos ser. ¿Qué más se puede pedir a un escritor, sino que nos permita abandonar la realidad para traspasar los muros en los que todo puede ocurrir?
Por eso es urgente leer a Petrović. En su Atlas descrito por el cielo, nos deja entrar al mundo de un grupo de soñadores que habitan en una especie de realismo mágico, asociable con el latinoamericano de García Márquez o con la complejidad de Borges, que tumban el techo de la casa para poder admirar el cielo. Una buena cantidad de acontecimientos milagrosos se desatan. El autor se convierte en una especie de cartógrafo. El escape a otros mundos a través de espejos, rescatados de tantos cuentos, que permiten acceder a la verdad, al pasado, presente y futuro de quien se mire en ellos. Dentro de la casa, resguardan La Enciclopedia Serpentiana que contiene todo lo que queramos saber según el momento en el que la leamos. Una detrás de otra, encontramos viñetas increíbles de obras pictóricas que pueden existir o no, no importa, y que forman una especie de museo imaginario que todos quisiéramos visitar.
La mano de la buena fortuna es la historia de los amantes que solo se pueden reunir entre las páginas de un libro. Un relato exclusivo para los enamorados de la literatura y del romance y ese es su doble triunfo. Un intérprete deberá desentrañar una historia de amor atrapada en el críptico texto Mi legado, y rescatar el amor y la esperanza. La belleza de la literatura es que nos convierte en testigos de lo imposible.
Situada en plena Edad Media, El Cerco de la Iglesia de la Santa Salvación, quizá su más lograda obra, considerada la última gran novela del siglo XX, transcurre durante ocho siglos como si fuera un laberinto, llena de acertijos, de enigmas, encuentros y búsquedas a través del tiempo, entre Constantinopla, Venecia y Belgrado. Para evitar ser destruida, una iglesia se eleva gracias a los rezos de sus desesperados miembros; un dogo veneciano invade Constantinopla obsesionado por hacerse de la pluma de un ángel; una emperatriz bizantina se embaraza entre las páginas de un libro y viaja al siglo XX para dar a luz. Todos acontecimientos milagrosos, literarios, un arte del lenguaje de Petrović bordando en la imaginación y la historia a partir de las imágenes que encontró dentro de una iglesia. En ciertos pasajes nos lleva a otro de los más grandes autores serbios, este sí premio Nóbel, Ivo Andrić, de quien hay que leer El puente sobre el río Drina.
El año pasado Petrović presentó la primera parte de su trilogía Novela delta, Papel con sello del agua. No me parece la más lograda de sus novelas y, sin embargo, sigue siendo un deleite. Este 26 de enero falleció a los 62 años. No sé qué pasará con las otras dos, si las terminó o quedará inconcluso este intento por seguir apostando por una narrativa tan valiosa para cada uno de los que seguimos con pasión su obra.
Leer nos permite dejar el mundo de aquí afuera para ser parte de los sueños, angustias, obstáculos para encontrar una verdad más profunda. Una buena novela es capaz de hacernos sentir la vida, los olores, las emociones, la luz y la oscuridad e incluso la muerte; atisbar en esa posibilidad, pero llevarla mucho más lejos y siempre sorprendernos. La literatura y en especial la de Petrović, es un arte que sirve para conocer otros mundos, otros tiempos, a otros personajes y sentimientos, sirve también para explorar las pulsiones que nos habitan y verlas reflejadas en un espejo honesto, redentor. Si dejamos de leer y nos dedicamos a acumular información, debilitamos nuestra capacidad de reflexionar, discernir, soñar y desear. Al permitir que otras realidades formen parte de nosotros, a través del arte, las atesoramos. Quien lee tiene muchas vidas, a mí me gustan las que me ha regalado Petrović.
@Suscrowley
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