El relevo final de la antorcha por parte de Sakai fue uno de los grande momentos de la ceremonia inaugural de aquellos Juegos Olímpicos, pues este evento deportivo simbolizó la milagrosa recuperación nipona después de la Segunda Guerra Mundial.
Por Demófilo Peláez
Tokio, 24 de febrero (EFE).- Yoshinori Sakai nació en las condiciones más penosas imaginables: en Hiroshima, el mismo día que cayó la bomba atómica. Solo 19 años después, Sakai simbolizó la milagrosa recuperación nipona tras la II Guerra Mundial al encender el pebetero olímpico de Tokio 1964.
El relevo final de la antorcha por parte de Sakai fue uno de los grandes momentos de la ceremonia inaugural de aquellos Juegos, en los que el país elevó su autoestima colectiva tras años de penurias y que sirven de referente para los de 2020, que se inaugurarán exactamente dentro de cinco meses.
"Si piensas en cómo estaba Japón en 1945 y en cómo se convirtió en 1964 en la primera nación asiática en organizar el ejercicio logístico más complicado en aquel momento, los Juegos Olímpicos, es un logro increíble", indica en una entrevista con Efe el autor del libro 1964: El mejor año de la historia de Japón, Roy Tomizawa.
Tomizawa explica que, tras la guerra, Occidente caricaturizaba a los nipones como soldados fanáticos y suicidas, pero en 1964 se encontraron un Tokio de rascacielos, abierto y moderno, que retransmitió globalmente por televisión los Juegos por primera vez en color e inauguró la primera línea ferroviaria de alta velocidad del mundo.
"Fue una enorme sensación de realización para los japoneses. Sintieron, quizás, que estaban siendo bienvenidos de vuelta a la comunidad global", señala Tomizawa, que afirma que el encendido del pebetero olímpico por parte de Sakai fue vivido como un momento "muy poderoso".
Hasta el actual emperador Naruhito, que en aquel momento tenía solo cuatro años, recordó en la rueda de prensa por su 60 cumpleaños aquellos Juegos que supusieron su "primer encuentro con el mundo" y en los que, al ver la cooperación y el buen ambiente entre deportistas de diferentes países, se sentaron las bases de su "sentimiento de paz global".
¿LOS MEJORES JUEGOS OLÍMPICOS DE LA HISTORIA?
El título de los mejores Juegos Olímpicos de la historia está en disputa: el antiguo presidente del Comité Olímpico Internacional Juan Antonio Samaranch se lo adjudicó a Barcelona 1992, pero luego hizo lo propio con Sídney 2000. Décadas antes, la revista estadounidense Life ya había colgado esa medalla a Tokio 1964.
"¿Cómo determinas cuáles son los mejores Juegos Olímpicos de la historia? Es injusto comparar Olimpiadas, pero no cabe duda de que las de 1964 fueron muy buenas", opina Tomizawa.
En el ámbito deportivo, en Tokio 1964 fueron protagonistas el etíope Abebe Bikila, que se proclamó por segunda vez campeón de maratón, y el estadounidense Bob Hayes, que logró el oro en la prueba masculina de los cien metros lisos al igualar el por entonces récord mundial de 10 segundos.
La gimnasta artística soviética Larisa Latýnina, que ya había triunfado en los dos Juegos anteriores, sumó en Tokio dos oros, dos platas y dos bronces a su colección y se convirtió en la deportista más laureada de la historia olímpica con dieciocho metales en total, solo superada 48 años después por el nadador Michael Phelps.
Japón logró un excepcional tercer puesto en el medallero global, por detrás de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Uno de sus momentos deportivos más destacados fue la presea dorada que logró el equipo femenino nipón de voleibol al imponerse en la final a las soviéticas, lo que llevó a la euforia general del país anfitrión.
UN LEGADO PARA TOKIO 2020
Algunas de las sedes erigidas para 1964, como el icónico Gimnasio Nacional Yoyogi diseñado por el arquitecto Kenzo Tange, serán reutilizadas en los Juegos de este verano dentro de la bautizada como "zona del patrimonio", diferenciada así de las construcciones más novedosas de la zona de la bahía de Tokio.
Por su parte, el nuevo Estadio Nacional está construido en la misma ubicación que el recinto original que en 1964 acogió las ceremonias de apertura y clausura de aquellos Juegos, cuyo legado se simboliza mediante una réplica del pebetero olímpico situado frente a la fachada y junto al Museo Olímpico de Japón.
Para Roy Tomizawa, Tokio 2020 no pueden imitar el contexto ni el ambiente de 1964 porque son Juegos "diferentes" que esta vez no tratan sobre recuperarse de tiempos difíciles, sino de "renovar la imagen de la nación" y "contar al mundo, si no lo sabía ya, que Japón es un país maravilloso".
Durante el proceso de selección en 2013 de la sede para 2020, Japón apostó por plantear estos Juegos como los de la recuperación tras el catastrófico terremoto y el tsunami de 2011.
La antorcha olímpica comenzará su recorrido en territorio nipón desde la prefectura de Fukushima, castigada además por el desastre nuclear de 2011, pero Tomizawa considera que el planteamiento de "los Juegos Olímpicos de la recuperación" ya no se enfatiza demasiado porque "no hay necesidad".
Otros estratos de la sociedad nipona consideran que Tokio 2020 puede ser un símbolo de la apertura de la homogénea sociedad japonesa a distintas razas o identidades sexuales.
"Son oportunidades fantásticas para mostrar a la gente japonesa que lo que ellos consideran normal es solo un ejemplo estrecho de lo que el resto del mundo considera normal", opina Tomizawa, que nació en la ciudad de Nueva York como inmigrante japonés-americano de tercera generación.
Independientemente de lo que supongan los juegos de Tokio 2020 para la sociedad japonesa, los de 1964 dejaron un legado de superación y de "deseo de ser incluidos en la comunidad global como amigos y aliados", según Tomizawa, que los sitúan como un ejemplo de Japón "en su momento más brillante".