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Melvin Cantarell Gamboa

24/01/2024 - 12:05 am

Elogio del trabajo

Las instituciones actuales, con sus limitaciones y errores, son formas históricas de creación social y pertenecen al orden del esfuerzo común de la humanidad por afirmarse, dar sentido, particularidad y finalidad a proyectos colectivos. 

Yo por las 40 horas.
“En México la clase trabajadora ha permanecido bajo el control de líderes charros durante más de sesenta años y todavía continúa, como puede deducirse de su inmovilidad para apoyar y acompañar las iniciativas del Presidente Andrés Manuel López Obrador para reducir la jornada semanal a 40 horas, menos días de trabajo, más vacaciones, descansos intermitentes y otras prestaciones, como si ninguna de estas propuestas fueran de su incumbencia, dejando los reclamos en manos del Estado benefactor; actitud totalmente incongruente con sus intereses de clase”. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro

El trabajo ha creado por sí al hombre 

Federico Engels. 

Dialéctica de la naturaleza

De Federico Engels, fabricante de textiles en Manchester, centro de la Revolución Industrial, procede el mayor elogio al trabajo; este teórico del comunismo fue también el mejor amigo de Carlos Marx, quien en su libro El capital o Crítica de la Economía Política describe el proceso de explotación capitalista de los trabajadores, pone al desnudo las relaciones de dominación de la clase burguesa y describe el proceso de acumulación de capital; ambos fundaron la Primera Internacional de los Trabajadores en Londres, en 1864, que unió a obreros ingleses, franceses e italianos de diferentes tendencias socialistas para luchar por un orden social más justo. 

Engels dice en El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, que “el trabajo es condición básica y fundamental de toda vida humana”; desde que el hombre recurrió al uso de herramientas y actuó sobre la naturaleza para resolver sus necesidades, comenzó un proceso mediante el cual llegó a expresarse a sí mismo, transformó su entorno, domesticó su animalidad, se autoprodujo y expresó a sí mismo; de esta manera consiguió paulatinamente la autonomía e independencia de su ser meramente naturalístico. El trabajo, pues, transformó al homínido que éramos en ser humano; modificó su biología (especialización de la mano y desarrollo del cerebro) y se hizo consciente, es decir, pensó y obró con conocimiento de sus actos, por eso afirma: “el hombre fue su propio creador”.

El desarrollo evolutivo de los primeros seres humanos fue posible porque los individuos de la especie sapiens, obligados por la naturaleza de sus necesidades, acordaron actuar comunitariamente, cooperar entre sí y ayudarse solidariamente unos a otros, lo que condicionó al cuerpo social a hacer causa común en favor de la colectividad, pues al desaparecer toda diferencia entre intereses personales y sociales abrieron paso a la creación social de la comunidad y sus significaciones, al mismo tiempo que permitieron la invención de instituciones, todas ellas producto del imaginario social (ver Cornelio Castoriadis. La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets. B. Aires). Las instituciones actuales, con sus limitaciones y errores, son formas históricas de creación social y pertenecen al orden del esfuerzo común de la humanidad por afirmarse, dar sentido, particularidad y finalidad a proyectos colectivos. 

Cualquier otra versión de estos hechos cae en el ámbito de los relatos imaginarios y mitos que han servido para construir ideales, cuentos y narraciones de los cuales no soy partidario, pues terminan siendo sólo palabras esperanzadoras, ilusiones, sueños, fantasías y otras sandeces que operan como “consuelos metafísicos” (Nietzsche). Los ideales, como las racionalizaciones, condicionan a los individuos a vivir de creencias alejadas de la verdad, pues los hechos normalmente transcurren trágicamente entre dolores y sufrimientos, en el torbellino de sucesos reales. El ideal es perfecto y, por tanto, inalcanzable; de ahí la necesidad de desacralizar el mundo, para enseñar el materialismo existencial, el inmanentismo y expulsar de la vida concreta todas las patrañas que impiden a los excluidos hacer realidad una historia distinta y coherente, que se corresponda con lo concreto histórico.

La alienación idealista y los absurdos morales de la civilización Occidental han subyugado la vida, sin embargo, he de aceptar que en mi deseo de ilustrar cómo la sociedad se dividió en clases eché mano del ejemplo más ilustrativo que pude encontrar en G. W. F. Hegel, quien en su libro Fenomenología del Espíritu, Capítulo I, Sección A, apartados 2 y 3. (Fondo de Cultura Económica, cuarta impresión, México 1981) describe la “dialéctica del amo y el esclavo”. Hegel, valiéndose de una excepcional alegoría, plantea una filosofía de la polaridad que permite entender con sencillez las relaciones vida-naturaleza y hombre-naturaleza-sociedad como impulsoras del cambio infatigable que se produce con el choque y la disputa entre contrarios; el proceso detalla como la comunidad original tuvo como detonante la división social del trabajo; hecho histórico que hizo a unos seres humanos amos y a otros esclavos. 

Afirma Hegel que la conciencia humana se forma en el despliegue, primero, de la relación del hombre con el mundo exterior que da lugar al conocimiento y a un proceso dialéctico-histórico que es también el primer estadio de la generación de la autoconciencia; en el segundo peldaño, esa autoconciencia se concibe libre y en sí; alcanza su límite cuando la conciencia es en sí y para sí en tanto es reconocida por otra autoconciencia; esta oposición es descrita como la lucha entre dos consciencias que buscan reconocimiento de su propia autoconsciencia. Esta oposición enfrenta a dos sujetos en una lucha a muerte en que el vencido, a cambio de conservar la vida, reconoce la superioridad humana del otro por encima de la suya, lo que da lugar a la relación amo-esclavo. El amo es el conquistador que valiéndose de la violencia somete al otro y lo obliga a trabajar para él como esclavo. En este contexto el que trabaja no es una persona, no es sujeto de deberes y derechos, sino una herramienta, un instrumento que, en el capitalismo, se convierte en apéndice de la máquina. El desarrollo histórico de esta dialéctica (amo-esclavo, señor-siervo, capitalista-proletario) dio lugar a las civilizaciones, las culturas y las relaciones humanas actuales.

El esclavo, sin embargo, por su íntima relación con los productos de su trabajo, se humaniza, siempre y cuando sea capaz de verse realizado y reconocerse en los objetos producto del poder creador y transformador de su individualidad. En los objetos creados durante su labor el esclavo, el siervo y el obrero descubren, pues, los elementos que harán posible su propia emancipación, siempre y cuando sean capaces de desarrollar una autoconsciencia capaz de romper la relación asimétrica y defectuosa que hasta entonces ha determinado su dependencia con el amo, el señor y el burgués.

Mientras el dueño de los medios de producción concentre su interés en la acumulación de riqueza, mayor poderío y agote su humanidad en placeres, goces y se regodee en su avidez de beneficio, sin considerar la condición humana del otro, “el viejo topo que sabe cavar la tierra con rapidez, ese digno zapador al que se le llama Revolución”, escribió Carlos Marx, marcará en su momento la emancipación histórica de las clases trabajadoras, tan universales como la dominación capitalista. 

Desde un punto de vista histórico, los ideales de la clase capitalista nunca han tenido nada que ver con aquello que corresponde a la autoconsciencia proletaria, por lo contrario, el realismo proletario se ha visto frustrado y mermado en sus fuerzas para rebelarse, porque la ideología burguesa lo ha corroído y arrastrado hasta posiciones que entran en conflicto con su autoconsciencia, fenómeno que los ha incapacitado para decir YO. Sólo en los inicios del liberalismo el movimiento de los trabajadores utilizó un lenguaje político liberador: libertad, justicia social, igualdad, solidaridad, consciencia de clase que lo elevó, momentáneamente, por encima de sus opresores, para finalmente ceder y someterse a la cultura, la ideología y la política burguesa, ya que hizo suyo su lenguaje, su moral, sus comportamientos y hasta sus formas existenciales de sentir y pensar perdiendo, de esta manera, su identidad al grado de mostrarse hoy incapaz de encontrar solución a sus necesidades más allá de la obtención de aumentos salariales y pequeñas concesiones sociales. 

Fenómeno que podemos ver en nuestro país, en México la clase trabajadora ha permanecido bajo el control de líderes charros durante más de sesenta años y todavía continúa, como puede deducirse de su inmovilidad para apoyar y acompañar las iniciativas del Presidente Andrés Manuel López Obrador para reducir la jornada semanal a 40 horas, menos días de trabajo, más vacaciones, descansos intermitentes y otras prestaciones, como si ninguna de estas propuestas fueran de su incumbencia, dejando los reclamos en manos del Estado benefactor; actitud totalmente incongruente con sus intereses de clase. 

Hasta el siglo pasado, el desgaste del cuerpo trabajador era físico, desde comienzos del siglo XXI, los trastornos patológicos de la jornada laboral han invadido el campo neuronal; la hiperactividad a que empujan al trabajador las nuevas tecnologías generan estrés, depresión, déficit de atención y síndrome de desgaste ocupacional; el cuerpo y la mente son obligados a seguir el ritmo de las máquinas; existen software, por ejemplo, que miden las pulsaciones de las teclas que oprimen los empleados con el fin de medir los tiempos de actividad perdidos, calculan los descansos y se toman medidas para evitarlos, pese a que los patrones saben que esas labores, por su exceso, destruyen prematuramente la capacidad productiva del trabajador. Desde 1975 las horas de trabajo de los asalariados, por su intensidad, han aumentado un trece por ciento la productividad, lo que equivale a cinco semanas laborables adicionales al año, principalmente entre los trabajadores de más bajos salarios. Sin embargo, ¿qué han recibido a cambio? Elogios, es decir, palabras, sólo palabras. En China por trabajar hasta las tres de la mañana durante meses en una empresa automotriz, recibieron palabras lisonjeras y encomiásticas de Elon Musk, CEO de Tesla, sin ninguna recompensa material. La técnica actual ha convertido al trabajador en el apéndice moderno de las máquinas y víctima de la infamia de los hombres que explotan su fuerza de trabajo y que, sumado a la intensidad a que lo obliga a laborar la tecnología y la industria ultramoderna han producido y generalizado su miseria material y su decadencia física y psicológica en el 80 por ciento de la población mundial. 

La reducción de la carga horario semanal de los trabajadores sería, por el momento, una de las formas efectivas de reducir la crueldad laboral vivida pero no entendida por los trabajadores, pues el único camino posible para aumentar la productividad que tanto preocupa a los patrones es reducir las horas de trabajo, los días laborables, y aumentar los salarios y los días de descanso; son muchos los estudios que demuestran que una semana laboral de más de 40 horas no es productiva; John Pencavel, investigador de la  Universidad de Oxford, demostró que una semana laboral de 48 horas o más hace que la productividad caiga drásticamente; luego de exhaustivas investigaciones llegó a la conclusión de que el tope máximo de trabajo improductivo se alcanza después de las 55 horas (estudio de la Universidad de Oxford. Escuela de negocios), por el contrario, en términos de productividad, los mejores resultados se han obtenido con una semana laboral de cuatro días.

Otros estudios consultados han demostrado que seis horas y 43 minutos es el número de horas en que las personas dan su mayor rendimiento, por lo tanto, no rebasar ese tiempo es la mejor manera de hacer rendir más la jornada laboral de un trabajador; en consecuencia, la semana laboral debiera ser de 38 horas máximo. Microsoft en Japón probó durante un mes, con dos mil 600 empleados (Proyecto de Reforma de Trabajo), sin disminución de sueldos, reducir la semana laboral a cuatro días; según los datos recogidos por Sara News, la productividad se elevó durante el experimento un 39.9 por ciento, la empresa ahorró un 23.1 por ciento en energía eléctrica, un 58.7 por ciento en tinta de impresora y un 25.4 por ciento en días libres solicitados por los empleados (El Cronista. “Cuantas horas recomiendan los expertos top para ser más productivos”. El estudio puede consultarse en Internet).

Para desencanto de la clase trabajadora, ni el trabajo ni el modo de trabajar dependen de su voluntad; sin embargo, nadie puede negar que la explotación del hombre por el hombre constituye una bestialidad, un peligro para la sostenibilidad del planeta, un robo en detrimento del porvenir de la humanidad y un fracaso en la búsqueda histórica de la justicia social. Lo repudiable en todos los casos es que la técnica neoliberal continúa manteniendo al trabajo como un medio de subsistencia de miles de millones de seres humanos y lejos de expresar su función esencial: una actividad vital que pudiera convertir a los humanos en un ser universal, libre de la escasez y de necesidades que requiere no de elogios, sino de reconocimiento.

Melvin Cantarell Gamboa
Nació en Campeche, Campeche, en 1940. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es excatedrático universitario (Universidad Iberoamericana y Universidad Autónoma de Sinaloa). También es autor de dos textos sobre Ética. Es exdirector de Programas de Radio y TV. Actualmente radica en Mazatlán, Sinaloa.

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