Estrés postraumático, ansiedad, depresión… luego de un año de pandemia, el personal de salud, tanto en España como en el mundo, comienza a mostrar signos de afectaciones en su salud mental.
Por Renata Brito
BARCELONA, 24 de enero (AP) — La escalada continuada de casos de COVID-19 tras las navidades en España ha vuelto a poner contra las cuerdas a los hospitales del país, amenazando la salud mental de médicos y enfermeras que llevan casi un año en primera línea de la lucha contra la pandemia.
En el Hospital del Mar de Barcelona, la capacidad de cuidados intensivos es ahora de más del doble y está casi llena, con un 80 por ciento de camas de UCI ocupadas por pacientes de coronavirus.
“Hay gente joven de veintipocos años y gente mayor de 80 años, con todas las franjas de edades”, explicó el doctor Joan Ramón Masclans, que dirige la UCI. “Esto es muy duro y es un paciente detrás de otro”.
Aunque las autoridades autorizaron reuniones de hasta 10 personas para las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, Masclans decidió no reunirse con su familia y pasó las fiestas en casa con su pareja.
Mental health impact of the first wave of COVID-19 pandemic on Spanish healthcare workers: A large cross-sectional survey https://t.co/Bb32pCyU7R pic.twitter.com/UyqnobDcxS
— revPsiquiatria (@revPsiquiatria) December 19, 2020
“Lo hacemos porque nos intentamos preservar de salud y preservar a los demás. Y cuando ves que esto no se cumple, nos provoca una reacción de enfado importante que se nos suma al cansancio”, señaló.
Al menos el 28 por ciento de los trabajadores sanitarios sufrieron episodios graves de depresión, según un estudio sobre 9 mil trabajadores publicado este mes por el Hospital del Mar sobre el impacto de la primera oleada de la COVID-19 en primavera. La cifra es seis veces mayor a la tasa en la población general antes de la pandemia, indicó el doctor Jordi Alonso, uno de los directores del estudio.
La investigación también reveló que casi la mitad de los participantes tenía una alta tasa de ansiedad, estrés postraumático, ataques de pánico o problemas de abuso de alcohol u otras sustancias.
Los trabajadores sanitarios españoles están lejos de ser los únicos que han sufrido un daño psicológico por la pandemia. En China, las tasas de problemas mentales entre médicos y enfermeras eran aún mayores: un 50 por ciento reportó depresión, un 45 por ceinto ansiedad y el 34 por ciento insomnio, según la Organización Mundial de la Salud.
Otro estudio publicado la semana pasada en Gran Bretaña por el Colegio de Médicos indicó que el 64 por ciento de los médicos decían sentirse cansados o agotados. Uno de cada cuatro buscó ayuda de salud mental.
“Este momento es bastante espantoso en el ámbito médico”, dijo el doctor Andrew Goddard, presidente del Colegio de Médicos, en un comunicado que acompañaba al estudio. “Los ingresos hospitalarios están en su momento más alto, el personal está agotado y aunque hay luz al final del túnel, esa luz parece muy lejana”.
Aleix Carmona, anestesista en su tercer año de residencia en la región nororiental española de Cataluña, no tenía mucha experiencia de UCI antes de la pandemia. Pero cuando se cancelaron las cirugías, Carmona fue convocado a la UCI del hospital Moisès Broggi, a las afueras de Barcelona, para combatir a un virus del que sabía muy poco.
“Al principio teníamos mucha adrenalina. Estábamos muy asustados pero teníamos mucha energía”, recordó Carmona. Pasó las primeras semanas de la pandemia sin apenas tiempo para procesar la batalla sin precedentes que se desarrollaba a su alrededor.
No fue hasta el segundo mes cuando empezó a acusar el costo de ver de primera mano cómo moría la gente poco a poco mientras se quedaba sin respiración. Se preguntaba qué decir a los pacientes antes de entubarlos. Su primera reacción siempre había sido tranquilizarles, decirles que todo iría bien. Pero en algunos casos, sabía que eso no era cierto.
“Empecé a tener dificultades para dormir y una sensación de ansiedad antes de cada turno”, dijo Carmona, añadiendo que volvía a casa después de 12 horas y sintiéndose como si le hubieran dado una golpiza.
Durante un tiempo sólo pudo dormir con medicación. Algunos compañeros empezaron a tomar antidepresivos y fármacos para la ansiedad. Lo que de verdad ayudó a Carmona, sin embargo, fue un grupo de apoyo en su hospital, donde sus compañeros se desahogaban de las experiencias que se habían ido guardando.
Pero no todo el mundo se sumó al grupo. Para muchos, pedir ayuda les habría hecho sentir poco aptos para el puesto.
“En nuestra profesión aguantamos mucho”, dijo David Oliver, vocero de la rama catalana del sindicato de enfermería SATSE. “No queremos tomar la baja porque sabemos que esto sobrecargaría a nuestros compañeros”.
El grupo más afectado de trabajadores sanitarios, según el estudio, fueron las auxiliares de enfermería y enfermeras, en su inmensa mayoría mujeres y a menudo inmigrantes. Pasan más tiempo con pacientes de COVID-19 que agonizan, sus salarios y condiciones laborales son peores, y temían infectar a sus familiares.
Desirée Ruiz es la enfermera supervisora de la unidad de cuidados intensivos del Hospital del Mar. Algunas enfermeras de su equipo han pedido una baja laboral, superadas por las muchas muertes y el estrés constante.
Para impedir contagios, apenas se permite que los pacientes reciban visitas, lo que aumenta su dependencia de las enfermeras. Transmitir las últimas palabras o voluntades de un paciente a la familia por teléfono resulta especialmente difícil, dijo Ruiz.
“Esto es muy difícil (para) gente que sostiene la mano de estos pacientes”, explicó, “sabiendo que realmente acabarán muriendo”.
Ruiz, que organiza los turnos de las enfermeras y se asegura de que la UCI siempre tiene el personal necesario, está teniendo cada vez más problemas para hacerlo.
A diferencia del verano, cuando bajaron los contagios y se instó al personal sanitario a tomarse vacaciones, ahora los trabajadores llevan sin tomarse un descanso desde otoño, cuando empezaron a repuntar los casos.
El nuevo auge de contagios casi ha multiplicado por dos el número de casos diarios reportados en noviembre, y España tiene ahora la tercera tasa europea de infección más alta de COVID-19 y la cuarta tasa de muertes más altas del continente, con más de 55 mil 400 fallecidos confirmados en total.
Pero a diferencia de muchos países europeos como la vecina Portugal, en España el Ministro de Salud ha descartado por ahora otro confinamiento y en su lugar ha apostado por restricciones menos drásticas que resultan menos dañinas para la economía pero son más lentas a la hora de frenar los contagios.
Alonso teme que la nueva oleada de pacientes pueda ser tan dañina para la salud mental del personal médico como la conmoción de los primeros meses de la pandemia.
“Si queremos ser cuidados adecuadamente, tenemos que cuidar a los profesionales sanitarios que han sufrido y también están sufriendo”, dijo.