Bitácora de un debutante. Día 39…

22/05/2012 - 12:00 am

Hace unos días Enrique Peña Nieto visitó la Universidad Iberoamericana, y no sé qué expectativas tendría pero el episodio fue catalogado como el mayor tropiezo en lo que va de su campaña; el llamado “Viernes Negro” de Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. Aún resuenan los ecos de las sonoras voces de rechazo y desprecio, las cartulinas y pancartas se equiparan ya para algunos con los estandartes de ejércitos triunfales y caudillos victoriosos; se celebra la valentía de los estudiantes.

Hace no tantos años, cuando estudiaba la preparatoria, tenía por maestra a una canadiense que no sé si por frustración, amargura o qué otra razón, solía continuamente hacer críticas mordaces y manifestar su desagrado constante hacia México como país. Yo en aquél entonces no era de ningún modo nacionalista, o un patriota, sin embargo me acuerdo que un día cansado de sus constantes molestias públicas, tomé la palabra y ahí frente a todos mis compañeros de clase alcé la voz y le dije a la susodicha que si no le gustaba México, que por qué no mejor se iba. Si bien fui aclamado como héroe, recibí condecoraciones y acumulé felicitaciones y partidarios; esto no sucedió hasta después de que un silencio sepulcral fue seguido de un “salte del salón y ve a ver al director”. Los gritos de “Fuera”, “la Ibero no te quiere”, etcétera. me trajeron a la memoria aquella historia mía con la maestra canadiense; ¿era que yo no quería a esa maestra, o era un clamor que todos la repudiábamos?

Ya lo dije, yo no era un patriota; me era absolutamente indiferente si a la maestra le gustaba o no México, si lo criticaba atinadamente o no. Creí representar a la voz popular al alzar la voz propia y manifestarme; sentí que era una obligación moral hacerlo y poner fin a tan grave amenaza la autoestima nacional. Así lo sentí entonces, y cuando volví de la oficina del director, me imaginaba entrando victorioso por la puerta del aula que se habría convertido ya en un Arco del Triunfo y con la cabeza coronada por un adorno de laurel. Como Peña Nieto en la Ibero, la maestra palideció y enmudeció ante mis palabras, y al terminar el semestre salió por la puerta de atrás. Aunque es una buena anécdota que de vez en cuando surge en las reuniones de aquellos compañeros de clase, hoy creo que lo que hice no fue otra cosa que una vana bravuconería. Puedo decir que ése fue quizá mi primer y último acto de militancia, responsabilidad y valentía ciudadana, y lo fue no porque las represalias sobre mí hubiera sido atroces o disuasivas; lo fue porque en aquel momento me pareció fácil, en medio de una multitud de camaradas, encarar a la maestra y expresarme.

Terminado este episodio di por concluido mi “activismo” y seguí haciendo mi vida de estudiante ordinario. La maestra se fue terminando el semestre, pero no se me ocurre pensar que haya sido por aquel episodio. Quisiera no tener que plantear esta pregunta: ¿lo visto en la Ibero es un genuino acto de un despertar ciudadano, de una juventud activa que alza la voz, o es únicamente una bravuconería aislada propia de camaradas envalentonados?

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