Me llamo Rodrigo Suárez, vivo en la ciudad de Querétaro y en unas semanas tendré el derecho constitucional y la oportunidad de ejercer el voto. Cuando asumí la responsabilidad de escribir una bitácora personal que fuera documentando mi vida en el ambiente electoral y mis percepciones sobre el mismo, siento que me comprometí a estar al tanto de lo que sucede, saber qué es esto de las elecciones, quiénes son los candidatos y actores más relevantes, y por encima de todo; me comprometí a opinar. Además de cruzar una boleta el 1 de julio, este será mi voto. Para ser sincero, si no fuera por esta misión que me ha sido encomendada, estoy casi seguro que prestaría apenas la mínima atención a los aconteceres políticos y al furor electoral. No sé si por ello soy un buen o un mal ciudadano.
Cuando uno es un poco más menor, le ilusiona ser grande para salir solo manejar, tener una novia, salir solos, tal vez fumar, tomar y no tener horario de llegada. Ése es el tipo de cosas que están oficialmente vedadas. “Prohibido menores de 18 años”; es una sentencia casi omnipresente, pero escasamente respetada. Por alguna razón este asunto de votar sí va estrictamente aparejado con la edad. Conozco de gente que falsificó identificaciones o licencias para hacer cosas que no correspondían a su edad. Sin embargo jamás supe de un niño o niña que falsificara una credencial del IFE para votar. ¿Acaso votar es la menos morbosa e intrigante de las prohibiciones?
Tengo entendido que hubo partidos, candidatos y mafias que falsificaron alguna vez credenciales del IFE, boletas, padrones y similares para poder votar una y muchas veces por el mismo candidato; tanta ilusión les hacía votar y ser grandes. Algo me dice que independientemente de la edad, esos eran los verdaderos niños de la democracia, celebro su ánimo infantil. Eran los niños políticos que veían el país como un enorme patio de juegos y ansiaban acceder a ese mundo, revolver todo el arenero y encontrarse luego al volver a casa con arena en las bolsas y hasta dentro de las orejas, patear el balón en todas direcciones sin mayor consideración sobre si golpeaba o no a alguien. Al final en medio del furor tal vez se aventaban por la resbaladilla de cabeza. Había otro grupo que se sentaba a observar y tímidamente abría su lonchera y se comía su desayuno a pellizcos por temor a que les fuera arrebatado por los “bullies” políticos; éstos eran los niños ciudadanos. No sé qué tanto hayan cambiado las cosas. Yo saqué mi IFE hace un par de años, al principio me sirvió para entrar a lugares, comprar cervezas y luego creo que el IFE puede ser sustituido por la barba y un talante varonil y decidido; lo archivé.
Ahora llega el momento de desenfundarlo y dejar una marca apócrifa del zorro en una boleta. Soy de los que votar no les hace ninguna ilusión particular; yo no quería ser grande. Aún así soy terreno fértil, veré si al menos uno de los candidatos logra convencerme de que votar por él es algo importante, necesario, adulto y ciudadano.