LA MUERTE DE CARLOS FUENTES

16/05/2012 - 12:02 am


/No vale la vida: la vida no vale nada/ 
Canción popular mexicana. Epígrafe de La muerte de Artemio Cruz (FCE, 1962), novela de Carlos Fuentes

Aquél no fue uno de nuestros noviembres medio fríos, medios lluviosos. Era un domingo de agradable temperatura tropical en un país donde el clima varía muy poco; en ese domingo once de 1928 en la República de Panamá, entonces bajo el protectorado de Estados Unidos, la sinaloense Berta Macías Rivas dio a luz a un varoncito que llevaría el nombre del tío paterno Carlos.

Doña Berta era esposa del embajador de México en Panamá, Rafael Fuentes Boettiger, cuya familia se había asentado en Veracruz. El bisabuelo paterno, Philip Boettiger Keller, era un lasallista alemán opositor de Bismarck, que fundó una hacienda cafetalera en el lago de Catemaco. La bisabuela paterna, Clotilde Vélez de Fuentes era una bella y valiente mujer que se dejó cortar por bandidos, un dedo con un machete en el recorrido de la diligencia entre México y Veracruz, antes que entregar voluntariamente sus anillos de bodas.

Al menos así lo contaba el escritor en que se convirtió el niño del noviembre soleado panameño, Carlos Fuentes Macías.

Con dieciséis años Fuentes aterrizó en México en 1944 proveniente de Buenos Aires, donde había descubierto los tangos, el sexo y a Jorge Luis Borges. Si en la Argentina encontró a Borges, en México halló el Quijote. Desde entonces cada año procuró su relectura; un gesto que al recibir en Madrid el Premio Cervantes a su obra en 1987, significaba también el cariño de un amigo con el que recorrió, nunca mejor dicho, medio  mundo y media vida.

LOS DÍAS ENMASCARADOS

La obra de Fuentes inició con los polémicos cuentos de literatura fantástica Los días enmascarados (Era, 1954). Sus detractores lo acusaron de autor primerizo y pretensioso al mirar al extranjero. A partir de este libro de seis relatos la literatura mexicana comienza a abrirse a otros horizontes ajenos al México posrevolucionario. Fuentes traspasó la barrera que Julio Torri y Alfonso Reyes, escasamente leídos hasta la fecha, no consiguieron. Alí Chumacero llegó a decir que fue comentado con la misma pasión que si se tratara de una obra didáctica literaria o de desatinos políticos.

Los días enmascarados prefiguraron al autor popular que leído o no leído, estaría en boca de todos en diversos momentos. Incluso de forma gratuita. Como el resbalón del candidato a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, quien adjudicó a Enrique Krauze La silla del águila (Alfaguara, 2003), una novela de Fuentes, de tal magnitud que la BBC de Londres preguntó al autor al respecto, a lo que Fuentes respondió:

“Peña Nieto es un hombre de escasos recursos intelectuales y políticos. Tiene derecho a no leerme, lo que no tiene derecho es querer ser presidente de México a partir de la ignorancia. Eso es lo grave. Es un hombre muy ignorante, y los problemas exigen de un hombre que sepa de algunas cosas. No que sepa quién es el autor de una novela, sino en general tener un concepto del mundo, poder conversar como par con Obama, Angela Merkel o Sarkosy, y no es éste el hombre capaz de hacerlo”.

En el sexenio pasado la mecha la encendió el entonces secretario del Trabajo, Carlos Abascal (q.e.p.d.) al considerar impropio para alumnos de secundaria la lectura de la novela breve Aura. La hoy famosa profesora Georgina Rábago del Instituto Félix de Jesús Rougier, encargó la lectura a sus pupilos de tercero, entre ellos una hija del Secretario, a quien alteró uno de los pasajes eróticos de Aura.

TERRA NOSTRA

Fuentes reaccionó como el hombre formado en las lides de la diplomacia que fue. Quien esto escribe platicó la tarde de ayer con Ramón Córdoba, su editor desde hace una década: recodó que sobre todo Fuentes sonreía benévolo. Fuentes dejó para la imprenta la novela Federico en su balcón, y pendiente de aparecer Persona, lista para salir al mercado en junio. “El viernes estuvo conmigo, hablando sobre las dos novelas, estaba bien”.

Sobre el Premio Nobel de Literatura que nunca recibió, su editor dice que lo tomaba a broma, que no obtenerlo era otro premio, “Pues si cantidad de grandes escritores vivieron sin el Nobel, yo por qué no”.

Córdoba dice que nunca perderemos a Fuentes, “ahí está su obra, léanla, ninguno de sus libros ha caducado. Fuentes decía que cuando uno es capaz de recordar el inicio de una obra, es que no está destinada a ser ignorada, y eso es para mí La región más transparente”.

Para otros como Juan Goytisolo y Milán Kundera, amigos del escritor mexicano, su obra maestra es Terra Nostra. Valga un pasaje que Kundera escribió en El arte de la novela, muy propio para este momento:

Terra Nostra capta toda la gran aventura hispánica (europea y americana) mediante una increíble visión telescópica, mediante una increíble deformación onírica. Fuentes nos proporciona la clave de su método: “Son necesarias varias vidas para hacer una sola persona”. La vieja mitología de la reencarnación se materializa en una técnica novelesca que hace de Terra Nostra un inmenso y extraño sueño en el que la historia está hecha y poblada siempre por los mismos personajes continuamente reencarnados. Es al final (final de un amor, de una vida, de una época) cuando el tiempo pasado se revela de pronto como un todo y asume una forma luminosamente clara y acabada. El momento del final es para Fuentes la frontera mítica (…) Esa mancha en la pureza del tiempo, aparece ya como terminada, abandonada, solitaria y, de pronto, tan modesta, tan conmovedora como una pequeña historia individual que olvidaremos al día siguiente.

EL FINAL-FINAL

Carlos Fuentes Macías, el niño del noviembre soleado panameño,  falleció en la Ciudad de México, nunca ya transparente. Tenía 83 años de edad.

“Aquí me tocó nacer. ¡Qué remedio me queda!”, La región más transparente.

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