Germán Venegas (La Magdalena Tlatlauquitepec, Puebla, 1959) estudió en La Esmeralda (Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado). Poco antes de su preparación formal como artista plástico, se desarrolló como artesano tallador. Después de un amplio período dedicado a la escultura, Venegas regresó al quehacer pictórico. La búsqueda de un nuevo punto de partida lo condujo al universo filosófico-religioso del budismo, donde encontró un vínculo entre su existencia y su arte, enriqueciendo su obra con una nueva percepción de la vida y de la muerte, y representando en sus pinturas y dibujos deidades e iconos orientales y occidentales.
Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- El artista Germán Venegas, como ese artista que protagoniza la reciente novela de Haruki Murakami (La muerte del comendador) vivió un tiempo a solas en su casa de Xochimilco y decidió cambiar totalmente su obra.
Vive arriba de un cerro, donde no es tan fácil llegar y de pronto se vio sin galerías, sin ningún museo interesado en su obra, ya había tenido éxito durante la juventud, pero ahora estaba como olvidado.
Fue cuando descubrió el budismo zen y no sólo sus pinturas, sus dibujos, sus esculturas, cobraron forma, sino que él también se convirtió en un ciudadano universal, un ser que descubrió cómo vivir y cómo estar en este mundo tremendo.
Germán Venegas primero fue artesano. No sabe si esa condición es buena para el arte, porque sabe también que hay muchos artistas que se han destacado sin ser artesanos a la primera. Pero está dispuesto a recorrer esa línea débil que separa al arte de la artesanía, a sabiendas también que toda su obra se interrelaciona, desde el dibujo a la pintura desde ésta a la escultura. La sensibilidad, la intuición, el estado de ánimo, construyen y dignifican su obra.
Hoy tiene una gran muestra en el Museo Tamayo titulada Todo lo otro. Se trata de 350 piezas, entre dibujos, talla en madera, esculturas, temples y óleos, desde 1995 hasta la fecha.
Instalada en 1,220 m2, Todo lo otro transita por las dualidades entre lo terrenal y lo religioso y lo humano y la deidad, que reflejan la influencia que el budismo y la cultura mexica han tenido en su obra.
“Un Buda policromado de más de 5 metros de altura atraviesa verticalmente el Museo Tamayo, generando una línea visual entre dos de sus salas principales, como si se tratara de unir lo terrenal con lo espiritual. La forma es vacío, el vacío es sólo forma (2000-02) es una pieza tallada en madera, que sirve como eje de la exposición Todo lo otro del artista Germán Venegas”, dice el boletín de prensa. La muestra está hasta marzo y realmente vale la pena tomarse una tarde para ver la obra de este artista importantísimo para el arte nacional.
Germán Venegas (La Magdalena Tlatlauquitepec, Puebla, 1959) estudió en La Esmeralda (Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado). Poco antes de su preparación formal como artista plástico, se desarrolló como artesano tallador. Después de un amplio período dedicado a la escultura, Venegas regresó al quehacer pictórico. La búsqueda de un nuevo punto de partida lo condujo al universo filosófico-religioso del budismo, donde encontró un vínculo entre su existencia y su arte, enriqueciendo su obra con una nueva percepción de la vida y de la muerte, y representando en sus pinturas y dibujos deidades e iconos orientales y occidentales.
Su obra se ha presentado en museos de Alemania, Australia Brasil, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, Guatemala, Italia, Francia y Japón, y forma parte de las colecciones del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Met Museum de Nueva York y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de España.
–Es una muestra de 350 piezas, toda una vida allí.
–Es muy grande la exposición, abarca aproximadamente más de 20 años de trabajo. La invitación me vino el año pasado y estuvo perfecto, cayó en el momento que estaba terminando algunos trabajos.
–Quiere decir que en esta muestra habrá obras inéditas.
–Sí, por supuesto. Casi la mitad de la muestra.
–Cuénteme un poquito de usted.
–Soy mexicano, pero nacido en provincia, nací en Puebla. Soy de la Magdalena Tlatlauquitepec y siempre hubo una conexión muy fuerte con el pueblo, por medio de los familiares. Soy de allí, pero he trabajado en la ciudad casi toda la vida. Salí de La Esmeralda y a partir de la escuela es que empiezo a producir realmente la obra. Yo fui artesano en el algún momento y de alguna manera lo sigo siendo. Hice una especie de híbrido con el conocimiento de la escuela.
–Decía Antonio López que empezó a ser artesano con el tema de la escultura. Usted fue artesano antes.
–Yo creo que la creatividad también se da entre los artesanos. Es muy abierto, todo este panorama o esta supuesta frontera entre artesanía y arte no tiene mucho sentido. Defiendo a ambos, a artesano y a artista, pues el arte es ilimitado, está en todas partes y lo podemos ver en los niños, quienes hacen cosas maravillosas.
–Ahora cuesta mucho entrar a La Esmeralda. ¿En su época era así?
–No, no era así. Incluso entré sólo con la escuela secundaria y a duras penas porque era muy malo en la escuela. Tuve suerte y lo que sí veía en ese tiempo había profesionales que empezaban la carrera de pintores. A esas alturas, era muy difícil. A mí me hubiera parecido amable empezar más joven. Esas son cosas que suceden así. Les costaba más trabajo asimilar, de repente empezar con estas cosas de lo creativo es soltar muchas cosas que habían logrado.
–Hay gente que está en la escuela actualmente y que está en contra del arte contemporáneo. ¿Existe ese dilema?
–Existe el dilema si uno cree en él. Es una cuestión bastante personal, porque las fronteras entre artesano y artista es muy difícil decir dónde están. Lo que he visto en estos años, sobre todo cuando yo estaba en la escuela, es que había un enfrentamiento entre los que hacían arte figurativo y los que hacían arte abstracto. Eso se terminó. Luego fue esto, el del arte conceptual y el arte tradicional. Hay que aprender a verlos a los dos, no se trata de técnica ni de puro intelecto tampoco, el arte tiene esa capacidad de abarcarlo todo.
–Hay artistas como Gabriel Orozco que son importantes en el arte contemporáneo. ¿Los conoce usted?
–Sí, los conozco un poco, conozco la obra y ha sido un proceso lento de poder aprender de ellos también. Todo esto es un aprendizaje, como la vida misma. En este círculo de lo creativo, donde se supone que buscamos la libertad, es una manera de llegar a esa libertad.
–En el medio entró el mercado, ¿verdad?
–Sí, es cierto, pero el mercado está donde está. En una época no se vendía pintura, había gente que vendía bien, tiene que ver con las galerías, con su capacidad personal de saberse vender. A veces con el arte conceptual pasa lo mismo. Todos intentamos las cosas como podemos. Vemos a un artista muy famoso y cuando vemos su obra nos decepcionamos un poco. Así es eso.
–¿Con quién se lleva bien usted?
–Trato de llevarme bien con todos, aunque no es tan sencillo para mí, porque estoy un poco aislado. Trabajo en mi casa, en las montañas de Xochimilco. Eso me ha permitido hacer un trabajo de introspección, de concentración y de producción. Pero también por otro lado me ha aislado bastante. Con el tiempo no veo a casi nadie. Roberto Turnbull es mi amigo desde la juventud, un artista extraordinario. Respeto mucho su trabajo, como persona no lo sé…no, es broma, es un buen amigo. Tengo mis maestros, Javier Anzúres y Javier Arévalo, quien fue mi primer maestro en la Escuela Esmeralda. Nos hicimos muy buenos amigos. Nos quedábamos todo el día en la escuela. Después nos fuimos con Javier Anzúrez en la tarde y se completaba el día de trabajo.
–¿Cómo es su obra?
–Tiene mucho dibujo, hay pinturas y esculturas. Hay dos tendencias, una que lo desprecia y otra que lo cree necesario. Hay un fenómeno con el dibujo. Yo prefiero el dibujo.
–¿Qué ha descubierto con el dibujo?
–Lo que he descubierto es que el dibujo sostiene toda la estructura, cuando uno hace las tres disciplinas uno entra en una dinámica que todo se retroalimenta. Durante la pintura, de repente tengo ganas de ir a dibujar o a veces cuando voy a hacer escultura, me atoro con la pieza y me pongo a dibujar.
–¿Puede ser entonces que la pieza tenga la misma manifestación en el dibujo, en la escultura y en la pintura?
–Sí, pasa a menudo. El dibujo a su vez tiene su nivel de pintura, de escultura. Hay un dibujo extraordinario ahí en cada pieza. Yo pongo un énfasis en el proceso de crear con medios hábiles.
–¿Qué esculpe?
–Con madera, principalmente. También hice bronce y me muero por hacer piedra.
–¿Qué se lo impide?
–Por un lado es el tiempo y por otro lado es el dinero. Tuve un momento de fama y mi obra era muy cara, después se vino abajo el mercado mundial y abrimos un espacio con amigos pintores, estuvimos manteniéndolo durante tres años. Se llamaba ZONA. Me di cuenta de que me había pasado tres años sin producir mucho, a partir de ahí, comencé a hacer obra. Pero me di cuenta de que tenía limitaciones muy precisas, me sentía como atrapado, andaba más o menos en los 30 años. Esto es el principio, me decía yo. Significaba romper con todo y eso es lo que hice, todos estos años he vivido con becas del sistema. Eso no me ha permitido tallar con piedra, entre otras cosas.
–¿Esta muestra podría ser tomada también como su regreso?
–Sí, de todos modos no creas que no intenté volver con las galerías, pero me resultó imposible. Claro que regresar con una muestra así en el Museo Rufino Tamayo es increíble.
–¿A quién tendría que agradecer su regreso?
–Hay un montón de gente. Para empezar a las personas que ya no están, a Teresa del Conde, a Jorge Alberto Manrique, a Raquel Tibol, ellos me ayudaron muchísimo. He obtenido y cada vez más tengo su apoyo el de Abraham Cruz Villegas, Juan Gaitán que vio esta exposición a este nivel, a un nivel de museo. Es el curador.
–¿Qué piezas son más cercanas a su corazón?
–Es difícil lo que me preguntas. La exposición está dividida en tres pilares: el arte occidental, el arte asiático y el arte prehispánico. He sido un ecléctico en ese sentido, del arte africano, del arte mogol, del arte de Oceanía. En mi trabajo pasa un poco lo mismo, hay series de 10 piezas y de ahí siempre estoy viendo con más cariño a algunas. Si me preguntas con qué pieza me quedo para mí, no me quedaría con ninguna.
–¿Por qué el título: Todo lo otro?
–El título es de Juan Gaitán y me pareció apropiado. Toda la exposición está inspirada en la práctica del zen. Ese todo lo otro es algo que necesitamos ver un poco más allá. El hecho de apoyarme en tres mundos que parecerían opuestos significa mucho eso. En todos lados hay que estar y que ver. Es una cuestión de integrar.