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Julieta Cardona

23/12/2017 - 2:27 pm

Huelo a campo

Trabajo en este viñedo que veo si me asomo por cualquier ventana. Soy de ajustarme las botas, amarrarme un paliacate a la cabeza, montarme unos lentes de sol y correr a limpiar las filas de vides, ahora sí, sin miedo. Sudo, a veces a chorros. Huelo a árbol desplumado, a hojas caídas, a manos con tierra, a ramas secas, a pájaros, a silencio. Huelo a campo.

“Cuando vengas, te despertaré a media noche y te diré Ven, vamos afuera”. Foto: Especial

Adentro de un viñedo hermoso hay una casita amarilla con una chimenea pintoresca, muy mona. Los muebles son viejos, crujen: a uno se le sienten los resortes. En la cocina hay dos sillas de madera cubiertas de tela raída, con las patas a medio caer. En los cuartos solo hay colchones y juguetes salpicados, muñecos que tendrán siempre la misma cara.

En las paredes hay planetas: cuadros que cuelgan chuecos, rayones a plumón que son obras maestras de niños que saben cada minucia de arte conceptual, clavos, telarañas y un calendario del noventa y cuatro (una joya). En la estancia del jardín hay tremenda cosa que solo el dios de la felpa sabe cómo llegó ahí: un puerquito rosa de peluche. Y adentro de esa casa vivo yo.

Trabajo en este viñedo que veo si me asomo por cualquier ventana. Soy de ajustarme las botas, amarrarme un paliacate a la cabeza, montarme unos lentes de sol y correr a limpiar las filas de vides, ahora sí, sin miedo. Sudo, a veces a chorros. Huelo a árbol desplumado, a hojas caídas, a manos con tierra, a ramas secas, a pájaros, a silencio. Huelo a campo.

Cuando vengas, te despertaré a media noche y te diré Ven, vamos afuera. Se te quitará el sueño cuando, sumidas en la oscuridad, el brazo de nuestra galaxia te raje el aliento, cuando veas que hay estrellas que brotan como disparos de otros mundos. Cuando vengas, te contaré el secreto de los árboles y cómo los granjeros le cantan a la fruta. Cómo cada uva es un universo, una andanza, un milagro. Cómo a veces se trabaja a media madrugada con la luz de la luna. Cómo la vida se amontona en un racimo.

Trabajo en el campo. Tomo cerveza helada cuando cae la tarde. Ando todo el día metida entre cientos de miles de hojas verdes. Soy hija del sol. Y me detengo, sí, de vez en cuando: volteo para arriba y se me teje un algo infinito por dentro: me siento parte del cielo.

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