ENTREVISTA | El tamaño de nuestro miedo es enorme: Ana García Bergua

23/12/2017 - 12:04 am

El 24 de marzo de 1982 ardió la Cineteca Nacional. “Eran otros tiempos. ¿Cómo se vivía en aquella época?”, se pregunta la autora, quien en Fuego 20 (una de las novelas más celebradas del año) revive los momentos de aquella tragedia y se pregunta por sus sobrevivientes.

Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- “Su educación como escenógrafa permite que Ana sea extraordinariamente minuciosa al describir el ambiente de sus libros, algo que no es común entre los autores mexicanos. El libro se disfruta por ser melancólico, pero sin ser político. A pesar de abordar un episodio impune más en México, no denuncia nada: es romántico y fantástico”, dijo Cristopher Domínguez Michael en la presentación.

¿De qué se trata Fuego 20?: del incendio el 24 de marzo, durante 16 horas, de la Cineteca Nacional, un tema que conmueve no sólo socialmente a la autora, hija como es del crítico Emilio García Riera.

En el Distrito Federal a principios de la década de 1980, dos historias corren en paralelo. La de Saturnina, una muchacha ingenua y convencional pero que un día decide llamarse Ángela para poder meterse a curiosear en Fuego 20, una mansión del Pedregal que está en venta. Con esa travesura, Saturnina suspende sus temores y sus prejuicios y se convierte en Ángela, una joven atrevida, trepadora y falaz. En contrapunto a esta historia sorprendente y entretenidísima, vamos sabiendo de Arturo, quien ha venido de Xalapa a la capital para estudiar Medicina pero ha abandonado su carrera. Cuando lo conocemos su vida consiste en sacar sangre en un laboratorio, pero su rutina cambia y se complica cuando sospecha que su amigo Rubén puede estar entre las víctimas del incendio de la Cineteca Nacional.

Esta es la sinopsis de una historia que comprueba la calidad narrativa de Ana García Bergua.

–¿Volviste a la novela?

–Este era un libro que lo había pensado desde hacía mucho tiempo. No sabía qué iba a ser. Eran dos proyectos. Uno era un Fausto (toda mi vida he querido hacer un Fausto) y el otro era el incendio de la Cineteca. Durante mucho tiempo no sabía si iba a ser un libro de entrevistas, me tocó trabajando ahí. Empecé a hacer algunas entrevistas, luego salió lo del documental este, sentí que no era mi papel.

­–Entonces salió Fuego 20

­–Sí, así es. Hasta que no encontré la historia “fáustica” no encontré la manera de entrar al incendio. Fue una escritura tal vez un poco caótica. Con Isla de bobos en un momento hice un plan y lo seguí, tal cual fuera una “escritora profesional”, pero con esta novela fui llenando unas partes, vaciando otras, hasta que todo tenía sentido.

–Por un lado el hecho periodístico, por el otro tu circunstancia personal: en el medio la novela

–Me había pasado pero hacía estudios de época y no eran épocas que me hubieran tocado directamente. Con esto me sentía leyendo los periódicos de entonces, averiguando, leí mucha prensa amarillista porque de ahí salía el asunto de los muertos, hacia donde se los llevaban, porque la otra era más censurada. Mucha memoria de cómo hablábamos, qué hacíamos, cierto sector de la clase media.

–Un sector de la clase media dominado por el PRI, pero al mismo tiempo muy atento a lo que pasaba en el mundo

­–Lo que pasaba en Estados Unidos, sobre todo. Un sector universitario con cierta consciencia de lo que estaba pasando, pero también era algo muy nebuloso, había cosas que no se sabían, no estaban en ningún lado. Ahora que estamos tan acostumbrados a esta sobre información, tan en detalle, tan avasalladora. La Jornada decía un poco más, pero no demasiado.

–En las tragedias todo queda por igual muy misterioso. Sucedió ahora con los terremotos

­–Es cierto. Lo que pasó con Televisa se me hizo muy de la televisión en los 70. Yo me la creí, dormí pensando en que la niña aparecería, Frida Sofía, me levanté a prender el aparato…fue un acto de manipulación aterrador. Todos caemos, atrás de Frida Sofía estaba la realidad de todos los edificios que se habían caído o que estaban por caerse. Estaban las redes de ayuda, sí está el primer intento de “verdad oficial”, que aquí siempre pasó con los 43, pasa con todos estos Gobiernos.

Una novela celebrada este año. Editó Era. Foto: Especial

–¿Qué recuerdos te trajo de tu padre esta novela?

­–Pues decían que mi padre era priísta y él fue el único que se animó a pedir la renuncia de Margarita López Portillo. (En su libro Breve Historia del cine mexicano, publicado en 1998, plasmó esta severa crítica: La gestión de Margarita López Portillo resultó calamitosa. Rodeada de consejeros culturales con una inculta idea del cine, una idea atrasada y desdeñosa, y de otros motivos por voracidades inconfesables). Decían que era un crítico del sistema, pero nadie se atrevió a mencionar a Margarita López Portillo, los muy valientes. Me encontré a Fernando Macotela, una de las víctimas encarceladas por la funcionaria, y él me contó que mi padre era español, andaba con el pasaporte en el bolsillo en esos días. “En cualquier momento me aplican el 33”, decía.

–¿Hubo en esta novela algo más íntimo que en las otras?

–Hubo un poco sacarme de encima esa historia, que era para mí muy personal. Sabía que lo tenía que contar, pero lo más personal fue sacar la historia y digamos que la historia de Saturnina es inventada, fue una historia tomada de otras fuentes, pero hay algo ahí, ya lo he dicho, como un sentimiento de pérdida que tuve en esas épocas. Como un sentimiento tan grande de pérdida te puede hacer sentir que tu identidad está en cuestión. Todo se cimbra y es un poco de dónde quise partir para desarrollar lo que hace mi personaje, tratar de ser otra persona, como una de tantas posibilidades que te otorga ese sentimiento de desolación.

­–Ahora la Cineteca está, es un prodigio de la arquitectura. Es increíble como en México se reproduce los edificios, pero nada se hace con la gente ¿Qué diría de este México que se levanta en los edificios, pero se cae de la gente?

–Pues es algo siniestro. En muy pequeña escala lo vi en la tragedia de la Cineteca. De 33 muertos sólo se reconocieron tres. Mi duda siempre había sido quedan 30 y esas familias, esos deudos, ¿por qué nunca salen? Pensé que cuando saliera el documental (que está muy interesante, sobre la Cineteca), pensé que también saldría gente a decir de las víctimas. Es un silencio que es como representativo de todo lo que ha pasado después. Hay una mezcla de miedo; algo muy extraño, porque dices del tamaño de la violencia y del tamaño de la reacción tan poco eficaz, debe ser el tamaño del miedo.

–México a veces parece como un gran escenario

–Hay una sensación de inutilidad, siempre hay explicaciones sobre a partir de la violencia. Todos los jefes son comprados por el Narco, te dicen, todos nos ponemos en el lugar de ese funcionario y entregar la economía de su Estado al crimen organizado. Hay una empatía con lo que está mal.

–¿Crees que es una empatía que nace de la esencia del ser mexicano?

­–No lo sé. Yo no quiero ser como el Presidente y decir que es cultural, pero si hay algo del aguante que es muy extraño. Por un lado hay gente que se no se aguanta para ejercer una violencia desbocada y del otro lado hay un aguante para tolerarlo en todos los ámbitos.

–Ganaste la beca y hubo cierta polémica porque se le entregó a gente muy opositora al Gobierno

–Yo creo que está bien, en particular porque nunca he considerado que esas becas sean más que dinero público, fue algo que consiguió Octavio Paz para todo un gremio de artistas muy desprotegido. Dentro de todas las injusticias en nuestro país, las becas se eligen por un jurado que cambia año tras año, muy democrático, nadie tiene tiempo de hacerse muy amigo de un jurado. Hay una serie de límites y de filtros que están muy bien. Lo obtiene gente muy crítica, que hace obra muy crítica, creo que es algo hay que tener cuidado a la hora de criticar. Mucha gente que es crítica del Sistema Nacional de Creadores tiene un puesto en la academia y muchas veces en academias financiadas por el Gobierno. Hablo de la UNAM, de la UACM, hablo de académicos cuyo trabajo consiste en estudiar a los escritores. Uno puede decir, ¿por qué los que estudian a los escritores, a los pintores, a los músicos, deben ser subvencionados por el gobierno y los escritores, los pintores, los músicos, debemos estar como Baudelaire? No hablo que los artistas debamos vivir cómodamente ni ser acríticos ni nada de eso, pienso que en eso hay que tener cuidado, porque el FONCA es también el apoyo a los jóvenes creadores, para proyectos culturales, es una infraestructura cultural única, que en todo caso hay que luchar por ampliarla, porque llegue a más público, porque nuestro trabajo sea hablar con más gente, a dar más talleres y lo que me parece totalmente suicida es pensar que hay que quitar las becas.

–¿Qué vas a hacer con la beca?

–Prometí tres libros. Uno es una novela que ya tengo arrancada, sobre un personaje que se hacía llamar Carlos Balmori, un supuesto millonario que se dedicó a comprar a la gente y cuando ya la gente estaba dispuesta a sufrir humillaciones, esta persona se sacaba la máscara y se hacía ver como una señora vieja, de 50 años. Era una señora que se llamaba Concepción Jurado, que no era actriz sino una especie de estafadora. Otro libro es sobre medios de transporte, son como relatos de viaje, centrados también en un hotel. Son cuentos. El otro proyecto de ver qué puedo rescatar de mi columna, ahora que no sale más, “Y ahora paso a retirarme”, de La Jornada.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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