Los cuentos son un género cada vez más leído. Ya no existe la grieta entre la narrativa y los relatos y los cuentistas hoy se hacen un espacio entre los mejores contadores de historias, teniendo como siempre a sus enormes precursores. De Edgar Allan Poe a Juan Carlos Onetti, de Jorge Luis Borges a Juan José Arreola (en el 2018 se cumple su centenario), estos son los mejores libros de cuentos mexicanos. Para leer y leer.
Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- Este año no hay mucho que adivinar entre los libros de cuentos a cargo de honrosos narradores de historias, esa gente que cree que la literatura no obedece a géneros y, es más, ya hace mucho tiempo que la actitud genérica ha dejado de tener efecto entre los libros más exitosos.
Allí está Margo Glantz, con su escritura fragmentaria: “Desde que empecé a escribir he privilegiado el fragmento en la escritura. Cuando comencé a escribir, el fragmento no era considerado una forma lógica en la literatura”, dijo la autora a propósito de Por breve herida (Sexto Piso).
Está Mario Bellatin, con su libro de crónica que bien podría ser un sueño en Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara). Es muy claro al decir: “me tocó me ver esos bordes que encuentras en la realidad y que se convierta en el extremo de lo fantástico”.
Verónica Gerber, con un libro Mudanza que contiene poesía, narrativa, autobiografía.
Son muchos los narradores que van más allá del género y proponen una nueva mirada hacia todo lo escrito. Esa vista revolucionaria ha hecho ganar más espacio a los libros de cuentos, que hoy son absorbidos como algo más de la literatura, dejando un poco de espacio a esas novelas largas que son las preferidas por las editoriales.
La superficie más honda, de Emiliano Monge (Literatura Random House)
“Un cuento es un choque de dos historias, una que lees cuando se te presenta una historia y otra que se te aparece cuando chocan, que es la que importa. Son como dos vectores que se cruzan y absorbe a lo que estabas viendo”, dice Emiliano Monge al describir sus 11 cuentos terminales, que escribió como un bestiario del hombre, lobo de sí mismo.
Las enemigas, de Claudina Domingo (Sexto Piso)
“Son madres ausentes o son madres belicosas o son madrastas como Jeanette, de algo peculiar. El primer relato es muy realista y el último es muy onírico, cargado de inconsciencia”, dice Claudina Domingo. Las enemigas es potente porque tiene unos muy buenos cuentos relacionados con la mujer, con la maternidad, con su tener o no tener hijos, pero además es propositivo en la materia que da, es decir, la literatura como eje donde se asientan las dudas y los temores, ese tomar la profesión como un faro a través del cual morigerar las intenciones.
La vaga ambición, de Antonio Ortuño (Páginas de Espuma)
Es un libro de cuentos “novelado”, cada uno de los cuales tiene relación con el anterior, en una muestra de descreimiento de los géneros hace tanto tiempo antigua y sin sentido. “Son cuentos en el medio, entre la novela y el cuento”, dice Antonio Ortuño, quien se ganara con este libro el premio Ribera del Duero.
Tráiganme la cabeza de Quentin Tarantino, de Julián Herbert (Literatura Random House)
Es un libro de cuentos de Julián, luego de su exitosa Canción de Tumba y un libro un tanto inclasificable (aunque él lo mostró como crónica), La casa del dolor ajeno, crónica de un pequeño genocidio en la laguna.
“Para mí el tema está en los personajes. Este salto entre los dos libros está en los personajes. En La casa del dolor ajeno…es una crónica histórica y no podía inventar. Eran personajes que venían tan fuertes por sí solos que había que había que tratar de rastrearlos y completarlos”, dice Julián, al describir su libro en donde la viscelaridad y el horror de los días, los personajes tratan de preservar la cordura.
La efeba salvaje, de Carlos Velázquez (Sexto Piso)
Vuelve Velázquez con La efeba salvaje, donde intenta rescatar el humor negro que cultivó en La marrana negra de la literatura rosa y donde intenta tomar para sí lo que es más él: no tratar de ser más hombre para realizar una novela, sino ir a su paso y preocuparse “con la muerte, mi obsesión por la obesidad y el miedo a la paternidad”.
“Este libro lo quería escribir desde hace tiempo. No este libro en particular, sino que tenía la idea de hacer algunos homenajes a esos escritores que me han dado patria y que de alguna manera me influyeron muchísimo”, dice Carlos.
Talud, de Yuri Herrera (Literal)
Aunque escritos entre 1987 y 2015, los doce cuentos de Talud, el nuevo libro del escritor hidalguense Yuri Herrera publicado en la colección (Dis)locados de Literal Publishing, se encuentran unidos por un tema en común: la identidad. Y es que, si bien los relatos de Herrera están poblados de sucesos extraños y fantásticos de por sí, la sensación de extrañeza en el lector es generada, antes que por cualquier otra cosa, por los problemas de identidad (y de ser identificados) de los personajes. (Alonso Núñez Utrilla en Punto de partida.
Mil monos muertos, de Franco Félix (Fomento Editorial BUAP en la Colección Extra(e)ditados)
En su nuevo libro de relatos el autor ratifica sus obsesiones constantes y notorias. Al libro lo conforman los siguientes cuentos: “La inutilidad de volar”, “Chicas suicidas”, “Anotaciones de un salto al vacío”, “Muertes falsas”, “Esto es, innegablemente, una pipa”, “49 flatulencias”, “Este pueblo es propiedad de Irán Castillo” y “Objeto A goza la muerte”. Los títulos revelan tramas en las que algunos de sus personajes son conducidos a situaciones límite: un hombre que recibe el don de volar, una artista-fotógrafa conceptual que convierte su propia muerte en un espectáculo, una joven hermosa con un extraño tatuaje que un día decide suicidarse, un fraguador de notas falsas cuyos escritos rompen los límites entre lo real y lo imaginario, un diálogo que sucede en un intervalo de tiempo cuántico, una situación estilo “efecto mariposa” en la que un mosquito define la vida y la muerte de los personajes. (Noé Vázquez)
Las moradas, de Nicolás Cabral (Periférica)
Hay relatos en estas páginas que van de lo real a lo irreal, de lo aparentemente terrenal a lo fantástico. Pero por encima de los temas -y de la maestría para abordar las distintas maneras de escribir un cuento- hay algo que raramente encontramos en la mayoría de escritores del presente: la huida de lo consabido, el desdén por los lugares comunes.
“Es un libro de relatos o prosas narrativas, como prefiero llamarles. Son nueve relatos que giran alrededor del lenguaje como espacio. Fueron escritos a lo largo de, aproximadamente, una década. Decidí llamar al libro como el primer cuento, “Las moradas”, porque son lugares habitados no necesariamente de manera cómoda por los personajes y porque permitía un juego con los epígrafes que incluí de Santa Teresa de Jesús y Jacques Lacan, que hablan sobre lo que podría ser una morada de palabras. Es un punto de entrada para el lector a partir de un tema de lo que es habitable”, declaró Nicolás Cabral a máspormás.