María Rivera
23/11/2023 - 12:01 am
Palabras
“La obligación del mundo de detener a Israel ha sido desatendida mandando el peor de los mensajes: los poderosos pueden llevar a cabo genocidios siempre que quieran y de manera impune. Es evidente que Israel no persigue “exterminar” a Hamás, sino exterminar a los palestinos, destruir por completo su ciudad como han hecho, su identidad, su sentido de pertenencia, hasta robarles su tierra usando el argumento mendaz de que es por su seguridad”.
Me pregunto, querido lector, si escribir aquí estas semanas sobre la tragedia que sucede en Gaza sirve de algo. Anoche me lo preguntaba, platicando con un poeta. Hay acontecimientos que parecen resistentes a las palabras, que por más que uno las diga con terquedad y hasta gritando, es como si no dijera nada.
Uno se asoma a las redes y allí siguen las matanzas despiadadas contra niños y mujeres. Imágenes terribles de niños muertos, de padres y madres dolientes, junto a sus cuerpos. Palestinos corriendo por calles y hospitales, bombardeos a más hospitales y escuelas, a conjuntos residenciales. Palestinos con sed, hambre y frío. ¿Qué pueden hacer las palabras frente a ese horror? Y es que las palabras encuentran su límite allí donde el poder bruto de la fuerza se impone como único discurso. ¿Sirve de algo, querido lector dedicarle todas estas columnas a un genocidio que se desarrolla frente a los ojos del mundo que permanece impasible?
A los países cómplices no les interesa nada lo que la gente pueda opinar, por lo visto. La gente, por otro lado, se cansa, o es abatida por el desaliento, la impotencia, sobre todo, la impotencia frente a la tragedia y los asesinos impunes.
Lo cierto, querido lector es que hay que dejar anotado en la historia lo que ocurre. No sólo la tragedia humana que significa que más de seis mil niños hayan sido asesinados estas semanas, también de los discursos de odio que campean entre los israelís.
Discursos que llaman al exterminio, a la limpieza étnica desvergonzadamente de toda la población de Gaza, proveniente de una facción genocida del gobierno y la población de Israel, que ve en los palestinos una amenaza a exterminar.
La sordera del poder y el peso de su fuerza es brutal para cualquiera en el mundo que vea como seres humanos a la población palestina. Ahora, que se ha anunciado una tregua por unos días, y el intercambio de rehenes israelíes por rehenes-presos palestinos por lo menos los habitantes de Gaza tendrán un respiro y los rehenes podrán volver con los suyos. Un respiro amargo, porque los genocidios no se pausan, se detienen. La obligación del mundo de detener a Israel ha sido desatendida mandando el peor de los mensajes: los poderosos pueden llevar a cabo genocidios siempre que quieran y de manera impune. Es evidente que Israel no persigue “exterminar” a Hamás, sino exterminar a los palestinos, destruir por completo su ciudad como han hecho, su identidad, su sentido de pertenencia, hasta robarles su tierra usando el argumento mendaz de que es por su seguridad. Habrase visto, querido lector. Bajo esa premisa, cualquier país podría invadir a sus vecinos de manera legítima.
El odio y la furia destructiva son verdaderamente brutales. Los ataques barbáricos de Israel al destruir la Universidad, mezquitas centenarias, escuelas, estatuas y monumentos, hospitales, panaderías, todo revela nítidamente su propósito: no sólo es un exterminio humano, sino cultural y hasta espiritual. Desde la Segunda Guerra Mundial no se había manifestado con tal furia una pulsión genocida como la de Israel que estuviera respaldada por países occidentales “civilizados”. Es un nuevo y horrible capítulo de la crueldad humana pero cometido por quienes se las dan de libres y democráticos, como los Estados Unidos y Europa.
Una mancha oscura que seguramente los perseguirá por muchos años, y que acarreará acontecimientos imprevisibles en el futuro.
El asunto, querido lector, es que mientras escribo esta columna, una más dedicada a Palestina y dudo sobre la utilidad de hacerlo, ciertamente algo abatida por el peso de una sordera que aplasta los gritos y el dolor de los palestinos de Gaza, siguen matándolos.
El cese al fuego total debe ser una exigencia que no cese, no una pausa en la matanza.
Tal vez no sirva de nada, querido lector, pero pensándolo bien, aunque las palabras no cambien la naturaleza de los acontecimientos, es importante decirlas e insistir cuanto se pueda en ellas. Quienes no tenemos ningún poder quizás solo tenemos las palabras. No usarlas frente al desaliento es lo que busca la fuerza bruta. Los valientes palestinos que sobreviven al genocidio de Netanyahu las tienen todavía, es gracias a ellas, a sus palabras e imágenes trágicas y doloridas que podemos hacerlas nuestras. La historia recordará a quienes las tuvieron, o a quienes no las tuvieron. Mejor, gritar muchas veces, cuantas veces haga falta, que detengan la matanza. Una y otra, y otra vez. Más por terquedad, si se quiere, que por fe. Más por un mero sentido de los humano, que por otra cosa. Paren ya las bombas, regresen su tierra a los palestinos, y que Israel sea juzgado en la Corte Penal Internacional.
Sí, sí sirven las palabras, querido lector. Son semillas que pueden florecer, son pequeñas gotas de agua que se pueden juntar en un mar, sobre todo, si todos decidimos decirlas, honrando la verdad.
Tal vez no detengan las bombas, pero indudablemente, mientras estén vivas, alguien las diga, son inmunes a ellas. Siempre habrá alguien que las rescate y las haga suyas.
Hoy, pienso, nos toca prestarles las nuestras a las víctimas del horror: que nadie se quede callado, que no se cometa con nuestro silencio. Liberen Palestina ya.
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