La xenofobia y racismo que inundó las redes de internet en las primeras horas que la Caravana Migrante ingresó a México fueron derrotados. Miles de migrantes que caminaron de Ciudad Hidalgo a Tapachula y luego a Huixtla fueron acompañados por la solidaridad de las comunidades que cruzaron. Y como es costumbre, el gran ausente fue el Gobierno mexicano. La ayuda oficial no llegó, como si las autoridades esperasen cansar a los miles de incansables que huyen del sur.
Pese a advertencias en radios locales sobre cadenas de mensajes que alentaban al odio hacia los migrantes, la mayoría de participantes en este masivo movimiento dan las gracias a los mexicanos. Como un atenuante a las inclemencias, a su camino reciben el confort y el aliento de centenares que distribuyen desde medicamentos a comida o ropa; o los invitan a subir a camiones y furgonetas para facilitarles un viaje que, en el mejor de los casos, los llevará a la frontera con Estados Unidos, a más de 2 mil kilómetros de distancia.
Con información de Rodrigo Soberanes y Ángeles Mariscal, de Chiapas Paralelo; y Martí Quintana, de Efe
Huixtla/Tapachula, Chiapas, 23 de octubre (Chiapas Paralelo/EFE/SinEmbargo).- “¡Viva México!”, se escucha a lo largo de la caravana migrante que busca llegar a Estados Unidos cada vez que centenares de mexicanos reparten, de forma altruista desde vehículos o a pie, comida, agua, medicamentos o ropa.
“Me duele el corazón de ver a los niños y ahí sentimos nosotros la humanidad de ellos, y cómo el Gobierno no hace nada”, cuenta a Efe emocionada Reina Lucía Ochoa, una habitante del suroriental estado de Chiapas que a pie de carretera repartía tortas.
Bajo un sol abrasador, miles de migrantes avanzan en una dura travesía por este estado de México, uno de los más pobres del país latinoamericano, con población predominantemente indígena.
LA AYUDA EN HUIXTLA
Como un atenuante a las inclemencias, a su camino reciben el confort y el aliento de centenares de mexicanos, que distribuyen desde medicamentos a comida o ropa. O los invitan a subir a camiones y furgonetas para facilitarles un viaje que, en el mejor de los casos, los llevará a la frontera con Estados Unidos, a más de 2 mil kilómetros de distancia.
La lluvia los recibió a su llegada a la localidad de Huixtla, pero también el cobijo de sus habitantes; de las autoridades municipales, que les ofrecieron dos centros deportivos parcialmente cubiertos, y de organizaciones como la Cruz Roja -que no ha dejado de repartir litros y litros de agua durante la caminata-, hasta las congregaciones religiosas.
En la única iglesia católica del pueblo, varios centenares de migrantes, la mayoría hondureños pero también nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, se protegen de la lluvia mientras reciben agua y, sobre todo, atención médica proporcionada por monjas.
“Todos llegan deshidratados, traen dolor muscular y es lógico. Y son lo que más tienen junto a la micosis (infección en la piel) en pies, ingles o axilas” por rozaduras, explicó sor Beatriz Salinas de la Cruz.
La monja y enfermera ofrecía a quienes lo necesitaban breves consejos y medicinas aportadas por la congregación.
Los migrantes, acurrucados en la iglesia o en un espacio aledaño, decidieron permanecer hoy en Huixtla para recuperarse de su caminata de más de 35 kilómetros emprendida la víspera, antes de reanudar la marcha que los ha de acercar a Arriaga, donde deberían subirse al tren de carga que atraviesa el país y se conoce como la Bestia.
Pese a advertencias en radios locales sobre cadenas de mensajes que alentaban al odio hacia los migrantes, la mayoría de participantes en este masivo movimiento, que ya califican de éxodo sin precedentes, dan las gracias a los mexicanos.
“Excelente, me han ayudado con comida, agua y algunos aventones (viajes) en carro (automóvil)”, dice a Efe Sergio Cáceres, un hondureño que va en silla de ruedas.
“Se están portando bien. Nos ayudan bastante, en alimentación, en aventones y en comida”, agrega Norma Montalván, que con 23 años viaja con su esposo y dos hijos.
Con estos gestos, como el de un joven en bicicleta que tras hablar con un hombre de unos 60 años le da unas monedas, esta ola de migrantes que anhelan el sueño americano recobra el espíritu en una travesía llena de peligros.
Este lunes, al menos un joven murió al caer del camión que lo transportaba y decenas de ellos lo recordaron con un minuto de silencio, calificándolo de “guerrero”.
Ello en el centro deportivo donde pasaron la noche y en medio de fuertes rumores sobre si, al tratarse de un espacio municipal, de noche llegaría el Instituto Nacional de Migración (INM).
Pero uno de los líderes ocasionales de este movimiento, que se gestó aparentemente por redes sociales y por el boca a boca y convocó a los ahí presentes, pidió calma y serenidad. Y todos se encomendaron a Dios.
SU PASO POR TAPACHULA
La Caravana Migrante desapareció. Lo que se escuchaba ahora en el parque de Ciudad Hidalgo eran las escobas de las recolectoras de basura y no el estruendo de más de 6 mil voces de personas de todas las edades que se están jugando la vida en esta histórica travesía.
Eran las 6:40 de la mañana de ayer y no quedaba rastro del éxodo migrante que recién había logrado reunirse el sábado ahí del lado mexicano tras romper cercos policiales, saltar rejas, caminar cientos de kilómetros, dormir sin techo, comer lo que fuera cuando se pudiera y zambullirse en el agua para cruzar un río fronterizo.
No hubo pausa, a pesar que todavía en la noche cientos de personas seguían cruzando el río Suchiate aferrados a balsas construidas con llantas y madera, y una delgada cuerda que ayudaba a sortear la corriente.
La Caravana Migrante marchó por primera vez en carreteras mexicanas con un nuevo aspecto: el doble de personas que llegaron desde Honduras a Guatemala. Durante el día y medio en que los 3 mil que entraron al puente fueron retenidos mientras entraban por goteo a garita migratoria, el contingente se duplicó.
La línea de miles de personas que caminaban por la Carretera Panamericana que comunica Ciudad Hidalgo con Tapachula medía aproximadamente cinco kilómetros al principio, cuando la Caravana aún estaba compacta. Pero eso fue cambiando mientras pasaban los kilómetros y aumentaban el calor y la humedad.
Familias con menores de edad se iban rezagando por su paso lento y porque se orillaban a descansar. La sombra de los plantíos de plátano era la que más frescura daba, y lo que más reconfortaba era la solidaridad de pobladores de zonas rurales que salían a su paso para regalarles agua y comida.
Pequeñas estampidas hacia las puertas de las casas se formaban con frecuencia y gritos de agradecimiento. Sentían que recibían ayuda de México, no de alguien en específico. “¡Gracias, México!”. Era la cara del país la que iban conociendo paso a paso en su primera marcha.
Las ayudas provenían principalmente de familias campesinas. Lo que les ofrecían, jarras de agua, tamales, tacos, sándwiches, y bolsas con bebidas, duraba 30 segundos al paso de los viajeros, después no quedaba nada más que gritos de agradecimiento hacia el país en coro. Algunos portaban ya banderas mexicanas.
La comida que se iba recogiendo en el camino terminaba en la boca de las niñas, niños y bebés, que hacían un esfuerzo silencioso por aguantar la marcha en carriolas o en hombros de sus padres que se debatían entre cubrirlos del sol o taparlos pero que se acaloraran. Eran pequeñas importantes decisiones.
Pasaron las horas y llegó otro México: el que se había manifestado por su ausencia, el de las autoridades que no llegaron a prestar ayuda humanitaria sino hasta después de tres horas de caminata de miles de personas vulnerables, con una camioneta del Grupo Beta que repartió botellones de agua.
La Caravana se alargó cerca de 10 kilómetros con imágenes de niñas y niños fatigados, con sus madres intentando refrescarlos y consolarlos.
Tras 20 kilómetros de marcha, la Caravana se desarticuló porque el cansancio obligó a buscar ayuda de los automovilistas. Tráileres, camiones, camionetas y autos fueron abordados de manera masiva, en la última muestra de solidaridad del México ciudadano que los ayudó a sortear su primer obstáculo.
Transcurridas ocho horas desde la salida de Ciudad Hidalgo, el parque central de Tapachula comenzó a llenarse rápidamente. Todos al suelo a descansar ahí y en otros albergues de organizaciones no gubernamentales. El domo del parque olía a guardería porque las mamás estaban aseando a sus exhaustos bebés.
Entonces sí, llegaron elementos de la Cruz Roja y observadores de derechos humanos de diversas organizaciones.