Jesús Robles Maloof
23/10/2013 - 6:30 pm
Defensoras
El 19 de octubre de 2001, la defensora de derechos humanos Digna Ochoa y Plácido fue encontrada sin vida. El mismo 19 de octubre, pero 12 años después, Rocío Mesino Mesino fue asesinada por su labor de defensa de derechos humanos. Desde que las luchas por la justicia se articulan bajo el discurso de los […]
El 19 de octubre de 2001, la defensora de derechos humanos Digna Ochoa y Plácido fue encontrada sin vida. El mismo 19 de octubre, pero 12 años después, Rocío Mesino Mesino fue asesinada por su labor de defensa de derechos humanos.
Desde que las luchas por la justicia se articulan bajo el discurso de los derechos humanos, las mujeres han estado en primera línea de defensa. Debemos reconocer que son, incluso, las pioneras entre las personas que defienden los derechos humanos en México. Por lo menos desde 1973, las madres y familiares de personas desaparecidas han reivindicado el derecho a defender los derechos, la mayoría de quienes aún lo continúan haciendo. De manera icónica, doña Rosario Ibarra de Piedra ejemplifica el papel de las mujeres en la democracia mexicana.
En 2009 Tita Radilla, después de 35 años de la desaparición de su padre Rosendo Radilla, se preguntaba: “Me decían ‘y tú, ¿por qué no perdonas?'”, dice Tita Radilla Martínez, hija de Rosendo. “Por lo mismo que aquél no me dice qué hizo con mi padre. ¿Está vivo o está muerto? ¡No sé! Cuando uno piensa, él era muy friolento. Y cuando lo acababan de detener yo pensaba en eso. ¿Tendrá frío? ¿Tendrá hambre? ¿Tendrá sed? ¿Le dolerá algo? ¿Qué pasa con él? Y eso no es un momento, sino que toda la vida. Como dicen ‘ya no hay que reabrir la herida’. ¿Cuál reabrir? La herida está abierta. Jamás ha sido cerrada”.
Así, Tita fijaba con su lucha de décadas un altísimo estándar ético en la lucha por los derechos humanos. Se necesita que el Estado reconozca su culpa, se requiere la reparación del daño, pero no mientras no exista castigo a los culpables y mientras se encuentren desparecidos, la lucha seguirá como desde primer día.
Las especificidades que las mujeres han aportado a la lucha de los derechos humanos van desde la incorporación de nuevos derechos y enfoques diversos a los ya conocidos. También han reconstruido aproximaciones novedosas y formas de solidaridad desconocidas donde los hombres predominan.
En San Juan Jaltepec, Oaxaca, las mujeres no tenían voz ni voto, hasta que Silvia Pérez Yescas se levantó: “Teníamos que organizarnos para tener nuestro propios recursos. Había que buscar ayuda para un proyecto productivo. Reuní a 20 mujeres. El Padre nos consiguió un recurso para una granja de pollos. Algunos señores ayudaron, fueron por la madera y pusimos la granja. Empecé a tomar cursos sobre la ley agraria y talleres sobre el derecho al agua. Desde mi casa empecé a hablar de derechos de las mujeres. Y ahí fue donde no le gustó a mi marido. Empecé a pelear mis derechos con mi pareja. Tienes que tener mucho valor para imponerte. Tú no vas y yo le decía pues yo sí voy”.
De Silvia he aprendido la necesidad de incorporar integralmente la defensa de los derechos humanos en las luchas concretas. Silvia se dio cuenta de que en la lucha por el derecho a la tierra las mujeres peleaban en primera línea, pero a la hora de las asambleas, los hombres de la comunidad relegaban a las mujeres detrás de una barda. Así, empezó a hablar de los derechos humanos de las mujeres y a luchar contra la violencia. Su trabajo de años comunidad por comunidad, le ha valido serias agresiones y amenazas de muerte. Lo más doloroso, me dice, es que extraña “mi casa, mis árboles, un cuarto entero para mi cocina oaxaqueña… en la ciudad ustedes viven en palomares”.
Desde siempre, las mujeres han encabezado causas y agendas amplias y han aportado sus capacidades. En muchas ocasiones esto tiene un efecto democratizador ya que su participación cuestiona los sistemas simbólicos de dominación social que incluso pueden ser reproducidos en organizaciones de derechos humanos formadas por varones o donde ellos han establecido el control de las decisiones y de las acciones.
Es posible que la violencia contra las personas que defienden los derechos humanos sea compartida con los hombres y comunidades, pero las mujeres adquieren riesgos adicionales dado que su papel en el espacio público cuestiona los estereotipos asignados a los roles femeninos en sociedades tradicionales como la nuestra. De por sí quien defiende los derechos humanos es por definición una persona que cuestiona el abuso del poder, tratándose de mujeres su sola presencia irrumpe en lo público, derruyendo las viejas estructuras y por lo mismo, colocándolas en alto riesgo.
Tal y como lo dice la defensora chihuahuense Lucha Castro: “Mis hijos, que viven fuera, me dicen: ‘Mamá, ¿por qué no te vienes con nosotros?’ o ‘fíjate que soñé que te pasaba algo’”. ‘Miren’, les digo, ‘a los bomberos les gusta su profesión y, cuando hay fuego, hay que combatirlo’”. Lo mismo los médicos cuando hay una epidemia, les explica. A riesgo de contagiarse, enfrentan los problemas. “En mi estado hay una epidemia de violación de derechos humanos y de agresión contra las mujeres. Por eso estoy ahí”.
Cientos, quizá miles de mujeres, dan la batalla diariamente por la justicia abarcando todos los frentes posibles. En Chiapas, Nicté Nandayapa y Edith López promueven los derechos de niñas y niños; en Quintana Roo, Alejandra Serrano pelea por el medio ambiente contra los hambrientos intereses corporativos; en Veracruz, Anais Palacios acompaña a las víctimas de la creciente violencia con una paciencia entrañable.
En Chihuahua, Linda Flor visibiliza la trata de personas incidiendo en el cambio de las políticas públicas; Beatriz Lozoya consolida proyectos de educación a jóvenes en situación de calle en Ciudad Juárez. En Ixtapa Zihuatanejo, Hercilia Castro defiende los intereses de los pescadores frente al gobierno y Muriel Salinas impulsa en Guerrero los derechos a la participación política de las mujeres. Casi todas ellas han recibido amenazas a su labor en algún momento de los últimos dos años.
Soy necesariamente injusto al no incorporar en estas líneas a muchas mujeres defensoras de derechos humanos que han transformado las condiciones de injusticia de sus comunidades y de su país. Lo cierto es que visibilizarlas es una tarea permanente. Estar a su lado resulta un compromiso ético y democrático. Organizaciones como Fondo Semillas, Propuesta Cívica y la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, entre otras, están trabajando día a día en esta tarea, en acompañar, en dar protección y seguridad a las defensoras.
Recuerdo que el asesinato de Digna conmovió a la comunidad de derechos humanos al grado de hacer un compromiso con la protección de nuestra labor. Justo 12 años después hemos perdido la vida de Rocío, cuando ella misma había solicitado medidas de protección tan sólo unos meses atrás. Cada asesinato de una defensora representa una fracaso para las organizaciones de sociedad civil organizada, para los gobiernos estatales, para el Mecanismo para la Protección de Personas Defensoras y para el Estado mexicano, en niveles de responsabilidad que deben ser aclarados puntualmente, sobre todo de quienes tienen la responsabilidad de brindar seguridad y combatir la impunidad.
Ahora que México rinde apresuradas cuentas en el Examen Periódico Universal de Naciones Unidas, en la lista de prioridades de nuestro trabajo debe estar la protección de las defensoras de derechos humanos. Son ellas las más expuestas a los riesgos de la defensa de derechos humanos y quienes representan las perspectivas más integrales de transformación. Sin esa claridad, sus luchas serán mermadas y sus victorias olvidadas. Si no les protegemos no hay futuro posible para los derechos humanos en este país.
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