Hace siete años, en agosto de 2010, fueron secuestrados y asesinados 72 migrantes centroamericanos en un rancho de San Fernando, Tamaulipas. Familiares de Glenda (El Salvador), y de Nancy, Richard y su padre Efraín (Guatemala) viajaron a México para reunirse con la PGR y exigirles que les muestren la investigación. A la fecha ninguno de los deudos de las dos familias tiene la certeza plena de que los restos que les fueron entregados sean los de sus familiares.
En entrevista con SinEmbargo, la familia Medrano Solórzano contó cómo les ha afectado la ausencia de su hija Glenda. Mirna, la madre, se ha enfermado de diabetes e hipertensión. Miguel Ángel, el padre, siente culpa al comer frente a las fotos de ella.
Ciudad de México, agosto (SinEmbargo).– La familia Medrano Solórzano, procedentes de La Libertad, El Salvador, perdió a una integrante hace siete años. En agosto de 2010, Glenda decidió migrar rumbo a Estados Unidos, pero junto con 71 migrantes centroamericanos fue masacrada en San Fernando, Tamaulipas. «Mami, estoy en México. Cuídense y saludos a todos», fueron las últimas palabras que viven recordando sus padres porque días después «seguimos esperando que ella volviera a llamar, pero ya no volvió a llamar», dijo su madre Mirna del Carmen.
Su padre Miguel Ángel también está afectado. «En la sala donde nosotros ponemos la mesa para comer hay muchas fotos de ella y hay momentos en que yo no puedo comer. Cuando veo la foto no puedo comer. Me acuerdo mucho de ella. Yo voy a comer y ¿mi hija? No estamos seguros de que sea ella [el cuerpo que les entregaron y enterraron]. ¿Estará comiendo, estará aguantando frío, estará aguantando hambre? Todo esto afecta de gran manera. Nos afecta demasiado la ausencia de ella», aseguró en entrevista.
Entre el 22 y 23 de agosto de 2010, luego de ser secuestrados, fueron asesinados 58 hombres y 14 mujeres provenientes de El Salvador, Guatemala, Honduras, Ecuador y Brasil. El 24 la Secretaría de Marina informó sobre su hallazgo en el rancho «Huizachal» al norte del país. Hasta la fecha 10 restos no han sido identificados y, aunque a esta familia salvadoreña se les entregó un cuerpo en un ataúd, siguen dudando que sea quien partió el 10 de agosto de 2010 «buscando un futuro mejor», como recordó Mirna.
Familiares de dos víctimas, una de El Salvador y otra de Guatemala, viajaron hasta México con apoyo de organizaciones para reunirse este miércoles con la Procuraduría General de Justicia (PGR) y exigirles el acceso a la información sobre de las investigaciones. Cargan rostros tristes y fotos de sus ausentes.
El 26 de agosto de hace siete años, la Cancillería le informó a Mirna Solórzano que habían encontrado la credencial de su hija Glenda, pero que aún no podían asegurarle que fuera ella una de las víctimas. «Fue un impacto muy duro y doloroso», evocó. Luego de las pruebas de ADN, escuchó: «Señora, lo siento pero es su hija». Aunque no le entregaron una constancia.
El cinco de septiembre de 2010 fue repatriado «el cadáver número 46». Mirna vio adentro del ataúd, pero no pudo reconocer a su hija en el cadáver. No le entregaron su ropa. Con el paso del tiempo pidieron la exhumación en El Salvador para dejar de vivir con esa incertidumbre.
«Ya teniendo las tres pruebas al menos estaría sabiendo la verdad y seguiría con la vida», dijo Mirna este miércoles en México.
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En entrevista con SinEmbargo, Mirna afirmó que desde 2010 su vida ha sido muy dura y se ha enfermado. Antes se sentía «una persona muy saludable, pero a raíz del problema que hemos vivido soy diabética, hipertensa y hemos pasado muchas dificultades tanto mis hijos, mi esposo y yo. No hemos recibido ayuda de nadie para poder con lo de la salud. Hemos vivido como hemos podido».
Trasladarse a México para el proceso de investigación también ha sido difícil. Aunque la Fundación para la Justicia los apoyó para obtener una visa y viajar al país, tuvieroncomplicaciones con las autoridades migratorias. Ante ello, reflexionó sobre cómo los migrantes que viajan sin papeles «los tratan como animalitos» porque no reconocen sus derechos.
«A mis otros dos hijos que están en casa les ha afectado mucho, a mi esposo y a toda la familia. Nos ha afectado mucho no saber la verdad de lo que ha pasado y no saber si es ella. Pero seguimos adelante… luchando», aseguró Mirna.
Su esposo Miguel Ángel Medrano contó en charla con este diario digital que la vida de todas las familias que pierden seres queridos, como la suya, cambia, «pero no queda de otra». Su esposa, resaltó, no padecía de tantas enfermedades como ahora y sus hijos «están muy afectados moralmente; se ponen histéricos».
El más pequeño era cuidado por su hija Glenda y ahora culpa a su esposa Mirna de que no esté. El mayor, de 25 años, viaja a Guatemala con traileros «y dice que espera localizarla».
A diferencia de su esposa, Miguel no ha querido recibir terapia psicológica aunque le «afecta de gran manera». Afirmó que les pediría a las autoridades mexicanas encargadas de velar por la salud de estas familias de Centroamérica y de México «que se pongan la mano en la conciencia y que traten de reparar el daño que han hecho».
«TE ENCARGO A MI MAMI. REGRESO EN UN AÑO»
En representación de Guatemala, habló «sobre esta pesadilla» Glenda García, quien perdió a su papá Efraín y a dos hermanos, Nancy y Richard, en aquella masacre de hace siete años luego de que intentaron migrar de Sipacate a Estados Unidos pasando por México, donde «lamentablemente, sus sueños fueron cortados».
«Solo le pido a Dios que el dolor no le sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte», citó una canción con la voz entrecortada, «este dolor es un monstruo que me está pisando fuerte y al Estado no le conmueve nada».
En el 2010 encontraron a su padre entre los asesinados en San Fernando, Tamaulipas. «Mi papá es mi héroe, por quien estoy acá ahora».
Sobre su hermano Richard, contó que era futbolista, muy trabajador, y sus trofeos siguen en la casa a manera de recuerdo. «Es la persona que hoy me da la fuerza para defender su derecho porque él lo merece. Sus derechos fueron violados por [buscar] un futuro mejor [en Estados Unidos]», afirmó.
–Te encargo a mi mami. Dentro de un año, posiblemente, yo tengo lo que quiero y regreso dentro de un año –dijo Richard en agosto de 2010 al salir de Sipacate, Guatemala.
Su cuerpo fue repatriado el dos de noviembre de 2010 junto con su padre. No se hicieron las pruebas de ADN para asegurar su identidad.
Nancy, su otra hermana, dejó a sus dos hijos. Justo por ellos buscó migrar a Estados Unidos. Quería que tuvieran educación, recibieran atención médica y contaran con un techo para ellos. Ella fue repatriada el 21 de marzo de 2011.
«Cuando entregan sus ataúd yo quería abrirlos. No me dejaron. Quería confirmar que mi hermano estaba ahí. No lo permitieron. No pude ver a mi papá. Tengo en mi mente una foto que me enseñaron por ahí y me dijeron ‘él es su papá’. Me enseñaron una bolsa de pedacitos», aseguró Glenda.
En 2016 también vino de Guatemala a México. Tenía esperanza de recibir respuestas de las autoridades, pero lo único que les dijeron –durante una reunión de siete minutos– es información que «hasta en internet se encuentra».
«Seguimos esperando justicia y verdad. Pedimos al Estado la exhumación», exigió. «Queremos que las autoridades se pongan en nuestro lugar, nos comprendan y agilicen los trámites. Que toque su corazón».
Sin embargo, de ninguno de los dos gobiernos, el mexicano y el guatemalteco, han recibido apoyo.
Ante las dudas, la madre y viuda Ángela Lacán se encuentra enferma al imaginar que su hija podría estar pasando «quién sabe qué cosas». Su madre, dice Glenda, perdió todo: su casa, su salud, a sus hijos, a su esposo y hasta la fecha sigue sin verdad, ni justicia.