Jorge Alberto Gudiño Hernández
23/07/2023 - 12:02 am
Límites de la incomprensión
“En los últimos años me he interesado por aprender cuestiones relativas a lo grande y lo pequeño”.
Leo, en una noticia, que un grupo de astrónomos australianos han descubierto un magnetar a 15,000 años luz de distancia. Más aún, que dicho magnetar se comporta de forma extraña pues lanza chorros de energía cada veintidós minutos desde hace, al menos, treinta y tres años. Hay una breve explicación sobre lo que son los magnetares, de los porqués de su rareza y algunos datos sobre el equipo de investigación.
Termino de leer la nota y me empequeñezco. Es algo que me sucede cuando me enfrento a lo incomprensible, aunque, debo aceptar, en ocasiones me expando. No puedo evitar, ahora, pensar en el descubrimiento de un objeto a 15,000 años luz de nosotros. Tan sólo pensar en la idea de la distancia me produce algo de vértigo. Y eso que sé que no es tanto si considero los miles de millones de años luz que tiene de extensión el universo. Aun así, es una distancia increíble. Más allá de mi comprensión.
Y a esa ignorancia se suman las otras. Con ellas me pasa algo diferente. No tenía idea, por ejemplo, de la existencia de esos cuerpos celestes llamados magnetares. Sin embargo, ahora que me entero de ellos me pongo de buenas. A fin de cuentas, aprender algo nuevo siempre reconforta, cuando no estimula.
Luego, de nuevo, me empequeñezco. En los últimos años me he interesado por aprender cuestiones relativas a lo grande y lo pequeño. Intento entender las nociones básicas de la física de partículas y de cómo esto hace que la comprensión de universo se modifique. Obligo a mi cerebro a dar un paso extra para que le haga sentido la superposición cuántica, pero doy con pared cuando se trata de resolver las ecuaciones en que se funda. Y así me la paso, preguntándome si no habría valido la pena, cuando aún era tiempo, dedicarme a estudiar otra cosa.
Si mi respuesta es afirmativa, pronto me topo con pared, dentro de esta fantasía de mundos paralelos. Porque, si bien podría haber cursado alguna carrera científica (con sus posgrados incluidos), la capacidad por resolver ciertos problemas matemáticos no me acercaría a la posibilidad de entender cómo se lleva a cabo la manipulación genética; haberme especializado en mecánica de materiales no me haría mejor a la hora de entender las ondas gravitacionales; o ser capaz de resolver problemas de ruta crítica no me ayudaría en la topología polidimensional.
Así que me quedo en la ignorancia. O, tal vez, en la incomprensión. Y es así donde, quizá, se genere una resistencia diferente a la del consabido “yo sólo sé que no sé nada”. Pues ahora ya no es cosa de validar el aforismo (es cierto, entre más cosas aprendemos, más conscientes somos de las que ignoramos), sino de, encima, descubrir, que no sólo hay un montón de conocimiento lejos de mi alcance, sino que, además, cuando intento aproximarme, simple y llanamente, me topo con un muro que no alcanzan a franquear mis capacidades.
Eso no implica, por supuesto, una renuncia. Al contrario, a fuerza de no comprender cosas, uno acaba aprendiendo. Y es entonces cuando el breve destello del asombro se aparece. Algo que, sin lugar a dudas, es una maravilla. Venga, pues, averigüemos qué son los magnetares.
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