La Selección mexicana buscó, ante Jamaica, meterse a la final de la Copa Oro 2017, pero no le alcanzó.
Por Eduardo López
Ciudad de México, 23 de julio (SinEmbargo/AS México).- La Selección Mexicana de Juan Carlos Osorio ha acumulado ciudades malditas. Otro batacazo ha sucedido, ahora en su segunda casa: el Rose Bowl. Uno más, una malsana costumbre. Jamaica apeó al Tri de la Copa Oro 2017 en las semifinales, una oración dantesca, imposible e inconcebible dadas las aspiraciones (o las falsas atribuciones, los complejos de superioridad) del Tri. Después, todo quedó en ruinas, una vez más. Como en Santa Clara. En Sochi. Los cimientos del fútbol mexicano han vuelto a temblar.
A decir verdad, la eliminación se presentía. El mal agüero siempre recorre la sangre en forma de sospecha, de nervio, de una mínima vibración eléctrica. Los escalofríos que causaba el juego de la Selección eran, en realidad, un augurio. También lo fue el cabezazo franco de ‘El Cubo’ Torres, plácido en el corazón del área, abortado por Blake. Un delantero de élite lo habría impulsado a la portería aún conectado con el tabique nasal. La premonición maligna se acentuó cuando el mismo ‘Cubo’ casi corta por la mitad a Lowe. A la mente llegaron los recuerdos de Geiger y la noche de Atlanta, la infausta noche de Atlanta y Panamá. La debacle de aquella noche tardó dos años en llegar.
Jamaica se parapetó frente a Blake en la primera mitad y México se dio gusto con la pelota. Una rareza, en realidad. Los únicos minutos de sosiego. El balazo de Taylor fue el único disgusto que sufrió Corona, mientras los danzones de Pizarro, no precisamente pasos de reggae, turbaban a Lawrence. El medio de las Chivas también probó a Blake, pero la pólvora se quedó en Guadalajara. Silbatazo de Pitti. 135 minutos sin anotar a Jamaica. Y contando.
“Hallelujah Time”, cantaron los pupilos de Whitmore al emerger de los vestuarios. Con soundtrack Bob Marley, desenfadados, jubilosos, a pasodobles sitiaron al Tri. Dueñas y Molina perdieron el norte, Gutiérrez se internó en el Caribe en una balsa y fue engullido por las aguas y Orbelín, con fusil en la espalda, emulaba a un Rambo enclenque, aturdido. Solo y su alma. Entonces llegó el tiro de Morris, el testarazo de Lowe y el vuelo ‘made-in-Ochoa’ de Corona. El augurio. El calofrío. El misil de Gallardo, repelido por ‘ManosDePiedra’ Blake, fue el último reflejo antes de expirar. Y Lawrence envolvió la pelota con borde izquierdo, la pelota viajó y se recostó suavemente sobre las redes de Corona. Puntos richter. Fuego. Humo. Corona, corazón valiente, intentó las maniobras de reanimación cardiopulmar pero el enfermo había muerto. Santa Clara. Sochi. Pasadena. Ya nos hemos acostumbrado a escribir con bilis negra.