Un mexicano que haya estado fuera del país en los últimos diez años y apenas regrese, no va a entender nada. Le resultará absolutamente extraño el clima político actual. “Ni en los años más difíciles de la transición vivimos una situación como ésta”, se dirá.
Pensemos que este paisano se fue en plena ola de esperanza y optimismo, en el arranque del primer gobierno de la alternancia; pero a su regreso encontró un clima político completamente deteriorado y una tensa convivencia social.
Seamos realistas, en estos años hemos entrado en una dinámica completamente disparatada e irracional.
Desde 2005, vivimos un clima de polarización inédito en el país. La conflictividad política se ha convertido –o algunos interesados la han convertido– en conflictividad social. Se ha dividido a los mexicanos de una manera absolutamente irresponsable. Hay quien claramente ha querido imponer sus intereses personales o partidistas a cualquier precio y sin pensar en las consecuencias.
Vivimos en lo que el ex presidente español Felipe González, ha llamado la explosión de las descalificaciones y de las desconfianzas. Un sector importante está alimentando un enfrentamiento político y social sin fundamento real.
Como muestra de nuestro infantilismo político, surgen cada vez más personas que creen en la necesidad de una refundación completa de la República, que nada de lo anterior sirve; que pretenden reconstruir al país de acuerdo a sus normas y prejuicios, en una lucha en contra de los “malos mexicanos”, olvidando los problemas reales e imaginando conflictos inexistentes.
Uno de nuestros principales problemas es la falta de voluntad de algunos líderes políticos para hablar y entenderse. En los últimos años el enfrentamiento y el no-diálogo han resultado sumamente redituables. Para que pueda haber interlocución, tiene que haber una base común de conocimiento y de confianza, la cual algunos afanosamente se han encargado de dinamitar.
Se envolvieron en un halo de superioridad que impide cualquier tipo de debate o de negociación. Se ven a sí mismos como los depositarios de la verdad: los buenos mexicanos que hacen frente a los “enemigos del pueblo”. Son el vivo ejemplo de lo dicho por el escritor israelí, Amos Oz: “la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”.
Insisto: se ha roto la confianza y el diálogo entre parte de nuestra clase política, y se está contagiando de forma preocupante hacia la sociedad. Ello no anuncia nada bueno y es la puerta de entrada hacia quebraderos mayores. Parece que se nos olvida todo lo que significó la transición y los esfuerzos que tuvieron que hacer varias generaciones de mexicanos para alcanzar la democracia.
Deberíamos preguntarnos cómo salir de este encono en lugar de reproducirlo. Acabar con el insulto y la descalificación, y sentarnos a dialogar. Hablarnos unos a otros y empezar –nuevamente– a entendernos.
Reanudar la conversación democrática es la única manera para lograr el entendimiento y reconstruir la confianza. Sin sentarnos alrededor de la mesa para hablar, no hay futuro para este país. O al menos no uno democrático.
Twitter: @jose_carbonell
http://josecarbonell.wordpress.com