Javier Solórzano
23/07/2012 - 12:03 am
El daño
Para muchos mexicanos las elecciones son, como diría uno de los que son mencionados con posibilidades de regresar a la palestra, un mito genial. Los ciudadanos participamos y vemos cómo se desarrollan los procesos cada seis años y, como si fuera una pesadilla recurrente, invariablemente nadie queda conforme, y los que pierden no aceptan el […]
Para muchos mexicanos las elecciones son, como diría uno de los que son mencionados con posibilidades de regresar a la palestra, un mito genial. Los ciudadanos participamos y vemos cómo se desarrollan los procesos cada seis años y, como si fuera una pesadilla recurrente, invariablemente nadie queda conforme, y los que pierden no aceptan el resultado y se la pasan inconformándose en los tribunales a los cuales les han dejado de creer. Eso paso hace seis años y esto está pasando ahora con escenarios parecidos y una que otra variante.
Millones de ciudadanos participamos y vemos cómo las elecciones presidenciales nunca terminan por tener la aceptación general. Los ciudadanos vamos a las urnas esperanzados por la venta que se nos hace del proceso electoral. Cumplimos con lo que nos dicen y vamos a votar, pero a la mera hora resulta que las cosas terminan en acusaciones mutuas colocándonos, además, en medio de sus farragosas y obsesivas querellas.
¿Qué puede pensar un ciudadano común que ha vivido dos procesos con la misma definición? ¿Qué puede pensar de la democracia y qué puede pensar de los políticos que se encargan de dirigirla? Se ha ido construyendo en los últimos años un daño cada vez mas grave el cual se va acentuando cada vez más; la historia se nos vuelve se repetir. ¿Quién va a creer en las siguientes elecciones después de que su experiencia como elector ha sido simple y sencillamente nefasta y en muchas ocasiones incomprensible?
No es que las razones de la inconformidades no valgan, partamos de que tienen su razón de ser e incluso imaginemos que son comprobables. De cualquier manera la herencia ya está establecida. Los ciudadanos no hemos entendido cómo después de largos procesos, de tanto dinero, de tanta publicidad y spots, de tanto afán ciudadano por ver las cosas diferentes y tener gobiernos legítimos y reconocidos por todos, simple y sencillamente estamos “otra vez donde empezamos”.
Tenemos pocas salidas y una de esas es la forma en que el tribunal resuelva el entuerto de la elección. Está obligado a dar un fallo que sea entendido por todos y que no sólo esté a la mano de la comprensión de los especialistas, pero partamos antes de cualquier cosa que con fallo claro, preciso y trasparente sin el de un hecho definitivo: el daño está hecho, las elecciones no son fiesta son conflicto.
No hay manera de echar el tiempo atrás y la desconfianza de nuevo se encuentra entre nosotros como forma de vida, y quizá tendremos que reconocer que sólo se alejó un poquito porque nunca se ha ido e invariablemente anda entre nosotros.
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