Los temores a que la caza furtiva organizada se disparase en África no se han materializado, debido en parte a que las patrullas han continuado en muchos parques y reservas, tras designarse como tareas esenciales.
Por Aniruddha Ghosal Y Michel Casey
NUEVA DELHI, 23 de junio (AP).- La foto de una cámara oculta con sensor y un análisis forense del cadáver reveló por qué había muerto la tigresa: el cable de una trampa furtiva le había perforado la garganta, dejando una herida abierta que fue acabando con sus fuerzas día tras día.
Esa clase de trampas se ha vuelto cada vez más habitual en los densos bosques del sur de India durante la pandemia el coronavirus, ya que personas que perdieron el empleo recurren a la fauna salvaje para ganar dinero y alimentar a sus familias.
Las autoridades en India temen que ese repunte de la caza furtiva no sólo acabe con más tigres y leopardos amenazados, sino también con especies de las que dependen esos carnívoros para sobrevivir.
“La caza furtiva es arriesgada, pero si se ven al límite, algunos podrían pensar que son riesgos que vale la pena correr”, indicó Mayukh Chatterjee, biólogo de fauna silvestre en la organización sin fines de lucro Wildlife Trust of India.
Desde que el país anunció su cuarentena, al menos cuatro tigres y seis leopardos han muerto a manos de furtivos, según Wildlife Protection Society of India. Pero también hubo otras víctimas de la caza ilegal: gacelas en zonas de pasto, ardillas gigantes en bosques, jabalíes y aves como pavos reales y calamones.
En muchas zonas del mundo en desarrollo, las cuarentenas para combatir el coronavirus han despertado el temor a un aumento de la caza ilegal, impulsada por la escasez de comida y una presencia menor de las fuerzas de seguridad en algunas zonas protegidas. Al mismo tiempo, los cierres de fronteras y restricciones a los desplazamientos frenaron el tráfico de algunas especies muy valoradas.
Una de las más afectadas es el amenazado pangolín. Estos animales similares a osos hormigueros suelen atraparse en partes de África y Asia y enviados sobre todo a China y el sureste asiático, donde su carne se considera un manjar y las escamas se emplean en la medicina tradicional.
Wildlife Justice Commission informó en abril de que los traficantes estaban acumulando escamas de pangolín en varios países del sureste asiático, esperando a que terminara la pandemia.
También se están acumulando cuernos de rinoceronte en Mozambique, según el reporte, y los comerciantes de marfil en el sureste asiático están teniendo problemas para vender las reservas acumuladas desde que China prohibió en 2017 el comercio de productos de marfil. La pandemia agravó sus dificultades porque muchos clientes chinos no podían viajar a los mercados de marfil en Camboya, Laos y otros países.
“Están desesperados por quitárselos de encima. Nadie quiere quedarse con ese producto”, dijo Sarah Stoner, directora de inteligencia de la comisión.
El tráfico ilegal de pangolines continuó como antes dentro de África, pero el comercio internacional se ha visto afectado por los cierres de puertos, indicó Ray Jansen, presidente del African Pangolin Working Group.
“Hemos visto algo de comercio aéreo mientras las grandes rutas navieras siguen cerradas, pero esperamos una oleada de comercio cuando reabran las rutas de mercancías”, dijo Jansen.
Los temores a que la caza furtiva organizada se disparase en África no se han materializado, debido en parte a que las patrullas han continuado en muchos parques y reservas, tras designarse como tareas esenciales.
Sin embargo, la caza para consumo propio parece haber aumentado, especialmente en zonas del sur de África. “La población rural está teniendo problemas para alimentarse ellos y a sus familias”, señaló Jansen.
En algunas zonas de Asia también hay indicios de un aumento de la caza furtiva.
El 9 de mayo se mató a un rinoceronte de un cuerno en el Parque Nacional de Kaziranga, en India, el primer caso en más de un año. El 1 de junio fueron detenidas tres personas, sospechosas de pertenecer a una trama internacional de furtivos, con rifles automáticos y munición, indicó Uttam Saikia, responsable de fauna silvestre.
Como en otras partes del mundo, los furtivos en Kaziranga pagan cifras irrisorias a las familias pobres para que les ayuden. Después de que muchos perdieran su trabajo durante la cuarentena, “definitivamente se aprovecharán de esto”, advirtió Saikia.
En la vecina Nepal, donde el virus ha mermado los importantes ingresos de los migrantes y turistas, hubo más delitos relacionados con el bosque, como caza furtiva y tala ilegal, en el primer mes de confinamiento que en los 11 meses previos, según un análisis del gobierno y el Fondo Mundial de la Naturaleza, o WWF.
Para muchos migrantes que regresan a sus aldeas tras perder su empleo, los bosques eran la “fuente más sencilla” de sustento, indicó Shiv Raj Bhatta, director de programas en WWF Nepal.
Alentados por el cierre mercados de fauna silvestre en China por las sospechas de que haya relación entre ese comercio y el coronavirus, varios grupos de conservación pidieron que los gobiernos tomen medidas para evitar futuras pandemias. Una de sus propuestas es una prohibición global a la venta comercial de mamíferos y aves salvajes destinadas a consumo humano.
Otros indicaron que un tratado internacional conocido como CITES, que regula el comercio de plantas y animales en peligro, debe ampliarse para incluir criterios de salud pública. Algunas especies que se venden de forma habitual, como los murciélagos de herradura, suelen portar virus pero ahora su venta no está restringida por el CITES.