Carlos A. Pérez Ricart
23/05/2024 - 12:04 am
Un voto razonado por la izquierda
«Este dos de junio voy a votar por Claudia Sheinbaum. Lo haré consciente de las fortalezas y debilidades de su proyecto político».
Más importante que responder a la pregunta “quién gobierna” es contestar a la interrogante “para quién se gobierna”. En eso se resume la historia del mundo.
Durante décadas, en México se gobernó para una clase minoritaria. El Estado sirvió como herramienta para la reproducción de privilegios, no como instrumento de nivelación. El año 2018 marcó un punto y aparte. El proyecto de López Obrador — acertado en el diagnóstico, limitado en su ejecución— tuvo la virtud de imponer un nuevo equilibrio entre trabajo y capital que reconfiguró la relación de fuerzas entre los que menos tienen y los que siempre tuvieron. Al hacerlo, abrió la posibilidad de un nuevo régimen político para México. ¿Logrará afianzarse ese proyecto? Eso está en juego en esta elección presidencial.[1]
Este dos de junio voy a votar por Claudia Sheinbaum. Lo haré consciente de las fortalezas y debilidades de su proyecto político. El mío no es un cheque en blanco, ni un salto al vacío. Es un voto razonado por la izquierda.
Considero que Sheinbaum fue una buena jefa de gobierno. Administró la CDMX con carácter y autonomía. Fue transparente y racional en la toma de decisiones. No fue frívola ni demagógica. Tomó decisiones en favor de la mayoría. Hoy, la Ciudad de México es un mejor lugar para vivir que hace seis años y eso, en gran parte, es gracias a su gestión.
Del gobierno de Claudia Sheinbaum en la CDMX hay mucho que reconocer.[2] Rescato un elemento: se trató de un gobierno honesto y austero. Como es de conocimiento público, en el último año del ejercicio presupuestal, según la valoración de la propia Auditoría Superior de la Federación, el gobierno de la CDMX no tuvo un solo centavo por aclarar. Ninguna otra entidad federativa puede presumir de ello. En su gobierno aumentó la recaudación local, se cumplió cabalmente con las obligaciones de transparencia y, más importante, se gastó bien.
No hace falta sino leer sus discursos y revisar sus acciones para saber que Claudia Sheinbaum entiende que el Estado está para algo más que corregir distorsiones de mercado y dispersar recursos. Para ella, el poder estatal es la llave para la “prosperidad compartida”. En su visión, el Estado debe asumir riesgos, facilitar inversiones, moldear mercados. Entiende la función estatal no solo para incentivar inversiones empresariales, sino para dinamizarlas. Prueba de ello es que, durante la administración de Sheinbaum en la CDMX, a pesar de la crisis de COVID, la inversión pública fue 20% mayor que durante el gobierno de Miguel Ángel Mancera. Es decir, en un contexto más complejo y con menos recursos disponibles se invirtió más y mejor. Su programa presidencial va en esa dirección.
Tengo para mí que con Claudia Sheinbaum al frente del gobierno de México habrá una buena administración de los recursos públicos, el dinero de todos. Pero eso, siendo importante, es insuficiente. Hay algo más. Ese algo más es lo que determina mi voto.
Claudia Sheinbaum es parte de un movimiento que reivindicó la política de masas, la política dirigida hacia las mayorías para beneficio no sólo de éstas sino de la sociedad en su conjunto. Solo así se explican los incrementos salariales sostenidos entre los deciles más pobres, los otrora inexistentes repartos de utilidades entre trabajadores, los aumentos al salario mínimo y el fin del outsourcing como modelo favorito de contratación entre los más ricos a costa de los derechos de los más pobres. No tengo duda que Sheinbaum hará suya la máxima más importante del México contemporáneo: “por el bien de todos, primero los pobres”. Ese paradigma ha venido a cambiar el tamaño de las posibilidades de la política.
No menos relevante, Sheinbaum promete seguir mirando al sureste de México, la región más olvidada. Y continuar una política industrial que ha permitido que México no solo sea menos desigual entre personas y clases sociales, sino también entre regiones. Al sureste, donde los gobiernos anteriores no habían mirado, Sheinbaum promete seguir apuntando la brújula.
El voto por Sheinbaum no es —decía al principio— un cheque en blanco. No comparto sus posiciones frente a la prisión preventiva oficiosa ni puedo admitir en buena conciencia la idea de transferir por completo la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional.
Un ejercicio de realismo mínimo me ha llevado a comprender la decisión de mantener a miles de soldados en las calles, pero no puedo compartir la decisión de renunciar a la posibilidad de construir una institución civil dedicada a la prevención e investigación de delitos federales. Una decisión de ese calibre implica una renuncia histórica del Estado mexicano cuyos costos se han ponderado solamente con ligereza.
El empoderamiento militar es una carga colosal que heredará Sheinbaum, el legado más doloroso de esta administración. Quizás Sheinbaum no pueda llevar a cabo una reforma profunda a ese enclave autoritario que es el Ejército, pero sí tendrá la posibilidad de impugnar y revertir los espacios ganados por los militares en los últimos años. Será una batalla que costará mucho tiempo y que no estoy seguro que esté dispuesta a asumir. Ya lo veremos.
Espero de Sheinbaum y su equipo un compromiso mayor al hasta ahora enunciado en torno a la crisis forense, así como con la agenda de Memoria, Verdad y Justicia, en gran parte traicionada por este gobierno. Espero, también, un mayor y mejor entendimiento y diálogo con las organizaciones de la sociedad civil, en particular aquellas dedicadas a la defensa de los derechos humanos. Los adversarios están en otro lado. La Izquierda no es monopolio de nadie, ni siquiera de quien presume tener las intenciones más justas.
Por último, confío en que Claudia sea Claudia. El mandato popular que recibirá el 2 de junio será masivo, quizás inédito en la historia de México. Ello le abrirá espacios de autonomía y le permitirá ser tan libre como sea posible de todo factor de interés a su alrededor, incluida la sombra de su predecesor. Todos los días, durante seis años, se enfrentará a dilemas imposibles, rompecabezas inacabables. Que sea ella quien los responda; que sea ella quien encuentre la última pieza del puzzle debajo de la mesa. Nadie más. La figura presidencial es demasiado grande para compartirla. Está preparada.
A doscientos años de fundada nuestra República llegará una mujer a la silla presidencial. Y será una mujer honesta, científica y de izquierda. Como no podía ser de otra manera, mi voto es para ella. Es un voto razonado por la izquierda.
[1] Para una reflexión más amplia: Carlos A. Pérez, Ricart, “Lo que está en juego”, Sin Embargo, 15 de mayo de 2024. Disponible en: https://www.sinembargo.mx/16-05-2024/4501331
[2] Aquí escribí algunos aspectos: Carlos A. Pérez Ricart, “Una buena jefa de gobierno”, Sin Embargo, 22 de junio de 2023. Disponible en: https://www.sinembargo.mx/22-06-2023/4375855
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