Ernesto Hernández Norzagaray
23/05/2020 - 12:02 am
Política y nueva normalidad
Entonces, si la nueva normalidad está asociada indiscutiblemente a la seguridad personal, ¿qué va a pasar en adelante con todas aquellas actividades masivas que siempre fueron pensadas en clave de convocatoria pública?
Sentirnos seguros es la base de cualquier acepción de la nueva normalidad. Esto significa que las actividades que veníamos realizando rutinariamente antes de la pandemia tendrán -o mejor ya tuvieron ajustes- para garantizar la seguridad de quienes intervienen en ellas.
El llamado al confinamiento, entonces, es el ejemplo más contundente de esta nueva rutina que nos aísla, nos aleja de los demás. A la gente se le recomienda quedarse y la mayoría que tiene resuelto el día a día acepta quedarse en casa porque ahí se siente más seguro que estar en la calle o en lugares donde interactúa con otras personas.
Y si sale a la compra de alimentos o mejor va a su trabajo busca ir lo más seguro posible. Con barbijo, careta, gel sanitizante o manteniendo su-sana-distancia. Para así elevar las posibilidades de volver sano y salvo a casa. A lo seguro, al entorno privado.
Entonces, si la nueva normalidad está asociada indiscutiblemente a la seguridad personal, ¿qué va a pasar en adelante con todas aquellas actividades masivas que siempre fueron pensadas en clave de convocatoria pública?
Una primera cuestión que habría que aclarar es que el devenir depende de la existencia o no de una vacuna, de la habituación de sentirnos nuevamente protegidos y eso llevará tiempo, mientras cargaremos con nuestros propios temores. Pienso desde la simple asistencia a la misa dominical, el partido de futbol o béisbol y, sobre todo, lo que interesa en este artículo: la política.
Esta evidentemente no va a desaparecer sino por el contrario reclama ya mucha imaginación y creatividad, ante una realidad en extremo compleja y con una mayor demanda social. Ya lo estamos viendo en la demanda de bienes y servicios en salud pública pero también de alimentos básicos para millones de familias en condiciones de precariedad. Con gobiernos con presupuestos etiquetados y disminuidos que revelan la otra cara dramática de la pandemia.
Pero, hay otra dimensión de la política más de la calle, más de contacto entre la gente, más de riesgo. La acción política obligaba antes de la pandemia a estar en contacto directo con las personas, convocar a la militancia a un congreso nacional, llamar a los simpatizantes a los mítines, sumarse a campañas con banderolas de identidad, tocar la puerta de cada casa en un distrito electoral, movilizar a los ciudadanos el día de la jornada electoral o celebrar un triunfo electoral en un zócalo o una plazuela y eso hoy está en entredicho.
Ahora, todo mundo busca su seguridad y evita estar con el extraño. ¿Cómo se va a atrever a ir a ese mitin, hacer campaña por un candidato, tocar puertas o festejar un triunfo de su partido sin reconocer que aumenta las posibilidades de contagio para sí y su familia? o ¿cuándo tendrá que estar atento de las nuevas condiciones para hacer la labor de proselitismo? De conquista de votantes.
Ya en el ejercicio del Gobierno tendrá que resolver como reunir al gabinete en condiciones de seguridad. ¿Se podrá seguir haciendo de la misma manera bajo la nueva normalidad? Claro que no. Ya lo estamos viendo, cabildos con poca asistencia de regidores y legislativos relativamente paralizados. “Con mucha chamba desde casa”, me confiaba un Diputado federal, que no sabía cuándo volverían reunirse con el resto de los 500 diputados.
Y es que por un momento imaginemos la intensidad de intercambios que había todos los días en la anterior normalidad y proyectémoslo en San Lázaro durante un periodo ordinario de sesiones. No está fácil, más si agregamos a todo el personal de acompañamiento que concurre un día normal de sesiones. El diseño de la Cámara de Diputados y de Senadores estuvo pensada en clave de que los representantes populares pudieran parlamentar, intercambiar opiniones constantemente y ahora, la incertidumbre del virus, llama a la cautela, a la sana distancia y a la economía de los tiempos.
Está a la vuelta el inicio del proceso electoral federal 2020-2021 y con él la renovación de 14 gubernaturas, un total 3 mil 200 cargos de representación política, sí, 3 mil 200 campañas políticas, lo que significan “las elecciones más grandes en la historia del país”.
¿Cuáles serán las medidas que tomará el INE y los institutos estatales para garantizar la seguridad sanitaria de los candidatos y los ciudadanos? ¿Qué novedades nos ofrecerán los partidos políticos para tener campañas eficientes y proteger a sus candidatos y simpatizantes? ¿Cuál será el comportamiento de los ciudadanos ante el llamado a las urnas en unas elecciones donde Morena buscará refrendar la hegemonía alcanzada en 2018 y la oposición política y social dejar sin mayoría parlamentaria al Presidente y dar vuelta al “peor Gobierno en la historia de México?
Creo, son preguntas pertinentes, en 2021 los mexicanos tendremos unas elecciones sui generis por la pandemia, el rediseño del modelo de elecciones y la participación de los ciudadanos en condiciones de temor.
Habrá que esperar la experiencia en las elecciones que ocurrirán este año, especialmente las estadounidenses, para ver qué novedades nos ofrecen y desde ahí aprender conforme a nuestra propia realidad que frente a la pandemia no es muy distinta a las de otros países.
Por lo pronto, tenemos que los comicios previstos en Francia, España, Reino Unido, Argentina, Bolivia y Chile fueron aplazados hasta que la curva de la pandemia se aplane mientras, sorprendentemente, en el estado federado alemán de Baviera se celebraron las elecciones municipales en “2 mil ciudades bávaras en más de 4 mil elecciones, en las que fueron elegidos 40 mil puestos para alcaldes, concejales, consejos de distrito y comarcales”; mientras en los Estados Unidos de norteamérica las campañas presidenciales continúan su curso aunque algunas elecciones primarias han sido suspendidas por la amenaza del contagio.
En definitiva, la búsqueda de la seguridad es la pauta que marca las rutinas colectivas, sea porque se busca alcanzarla como también garantizarla en un mundo errático donde la desesperación por reordenarse toma medidas que para algunos resultan temerarias, y para otros son indispensables para continuar con sus vidas.
Es el drama de nuestro tiempo donde nos falta mucho por ver el desempeño de sus instituciones que fueron diseñadas para una normalidad que difícilmente volverá y habrá que acostumbrarse a lo nuevo.
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