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Julieta Cardona

23/04/2016 - 12:04 am

Todo lo que importa en la vida

Las despedidas –cualquiera que fuera– no son pérdidas y esta insatisfacción crónica por hablar de lo que ya no está como si no tuviera derecho de irse, es mejor dicho una oportunidad para hacerlo bien la próxima vez.

Sentía que del cielo se había colado un pedacito de cometa, metiéndose, te juro muy dentro, para mostrarme que las despedidas –cualquiera que fuera– no son pérdidas. Y que esta insatisfacción crónica por hablar de lo que ya no está como si no tuviera derecho de irse, es mejor dicho una oportunidad para hacerlo bien la próxima vez. Imagen: "Vienen de Lyra", Shutterstock.
Sentía que del cielo se había colado un pedacito de cometa, metiéndose, te juro muy dentro, para mostrarme que las despedidas –cualquiera que fuera– no son pérdidas. Y que esta insatisfacción crónica por hablar de lo que ya no está como si no tuviera derecho de irse, es mejor dicho una oportunidad para hacerlo bien la próxima vez. Imagen: “Vienen de Lyra”, Shutterstock.

Ayer fue el punto álgido del desfile de estrellas líridas que, cósmicamente, empató con la miniluna rosada. La lluvia de estrellas son trocitos de un cometa y una cosa hermosa que ocurre cada año en estas fechas desde hace más de cuatro siglos. La miniluna se trata de entender –en serio– por qué quieres llorar todo el tiempo; que en buena parte es, creo, porque la luna alcanza su punto más lejano de la tierra en todo el año.

Cargué una manta y subí a la azotea, pero no pude ver nada. Ni siquiera la colita de algo fugaz. No fue la polución porque la lluvia lleva barriendo durante un montón de días la ciudad entera, fueron las nubes que empañaron –sin prisa– todo el cielo. Y me puse a llorar. Un poco porque tuvimos la luna llena más pequeña del año, otro poco porque no aprendo a soltar lo que solo está de paso.

Me quedé un rato más allá arriba, pensando en lo que le diría a mi madre la próxima vez que hablara con ella: “madre, me perdí el desfile de las líridas porque decidí confiar en mi suerte, ya sabes, quedarme en el centro de este valle esperando el milagro de un cielo despejado; pero sabes qué, madre, otro día como estos de un año no muy lejano estaré en un lugar distinto en donde pueda ver la comitiva de luces”. Ella me preguntaría, seguramente sin más, que de qué estoy hablando. Y yo le respondería que estoy hablándole de todo lo que importa en la vida.

Bajé tantito alborotada porque mientras repensaba el diálogo con mi madre –que aún no existía–, sentía que del cielo se había colado un pedacito de cometa, metiéndose, te juro muy dentro, para mostrarme que las despedidas –cualquiera que fuera– no son pérdidas. Y que esta insatisfacción crónica por hablar de lo que ya no está como si no tuviera derecho de irse, es mejor dicho una oportunidad para hacerlo bien la próxima vez.

@bibianafaulkner

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