Peniley Ramírez Fernández
23/03/2016 - 12:04 am
Ese tal “asere” Obama
La frase que da título a la canción de Habana Abierta resume el saludo más común que sucede cotidianamente entre cubanos: asere, ¿qué bolá?, que dicho en México significaría: “¿Qué onda cuate?” Este mismo saludo alejado de los protocolos diplomáticos fue elegido por los asesores de Barack Obama para marcar en Twitter su primer intercambio verbal con Cuba, a la llegada del avión presidencial al suelo de la isla.
Los timbales sonaban duro en el salón rosado de la Tropical, un recinto emblemático de baile en La Habana. Desde el escenario Boris Larramendi bramaba hacia un coro de diez mil voces sudoroso y feliz, ante el silencio atento de un ejército de agentes de la seguridad del Estado, vestidos de civil.
El calendario tachaba el 12 de enero de 2003, regreso con gastos pagados del grupo de músicos cubanos Habana Abierta desde Madrid, donde vivían y trabajaban.
La visita de Habana Abierta a La Habana marcó el inicio de un nuevo tipo de intercambio de artistas entre el extranjero y Cuba. Los que eran bien vistos por el régimen ahora podrían tocar en lugares incómodos, como Miami, y los que no lo eran, como Habana Abierta, podrían hacerlo en capital cubana.
“A mí me duele el alma y quisiera regresar a guarachear en La Habana/ con los de aquí y los de allá, formar un carnaval para olvidar los disfraces/ perdonarnos la mierda y que no corra la sangre”, escribió al año siguiente Larramendi en su canción “Asere qué bolá”, después de que el mismo régimen que los había invitado apresó a 75 activistas de derechos humanos y periodistas independientes en la llamada “Primavera Negra”.
Entrevisté a Larramendi cuatro años después del concierto, en el backstage de un teatro de Miami. Confesó que “mucho de ese sentimiento de exilio y desarraigo está en nuestras canciones, sin tristeza, rabia ni rencor”.
Ese mismo sentimiento inunda hoy a mi generación, una diáspora de profesionales menores de 30 años, que hemos vivido el deshielo de la relación con Washington desde un exilio desapegado, en el que Cuba aparece como una postal caribeña llena de folclor, que no duele como a otros cubanos cinco décadas atrás, pero tampoco nos llena de alguna esperanza real.
Aquellos cubanos dejaron la isla con la ferviente convicción de que el régimen de los Castro les arrancaba un proyecto de vida. Nosotros, en cambio, crecimos con la certeza de que salir de allí era el único plan sensato para el futuro.
La frase que da título a la canción de Habana Abierta resume el saludo más común que sucede cotidianamente entre cubanos: asere, ¿qué bolá?, que dicho en México significaría: “¿Qué onda cuate?” Este mismo saludo alejado de los protocolos diplomáticos fue elegido por los asesores de Barack Obama para marcar en Twitter su primer intercambio verbal con Cuba, a la llegada del avión presidencial al suelo de la isla.
Asumo que este cálculo no incluía realmente a quienes habitan la mayor de las Antillas, un país donde solo pueden postearse tuits desde un sistema de envío de mensajes de texto y cada uno cuesta 17 pesos mexicanos, según datos de medios afines al régimen.
En el juego de la diplomacia la verdad perece ante la importancia de los símbolos, así que tampoco fue extraño que el año pasado, cuando la bandera cubana se izó en Washington, el grupo los Van Van declarara en Miami que “el exilio es un mal necesario” y Silvio Rodríguez repitiera la frase “Cuba sí, yanquis también”, una expresión que 45 años antes le costó al poeta chileno Nicanor Parra ser expulsado de la izquierda por decisión de la Sociedad de Escritores de Chile.
La visita de Obama estuvo cargada de ese frágil equilibrio de símbolos, donde lo histórico se sobrepone a los cambios de fondo que toquen a los cubanos que aún radican en Cuba o, mejor dicho, que aún no han logrado salir.
El deshielo inicial tuvo de un lado el tuit que no llegaría a quien estaba dirigido y del otro un recibimiento más que cauteloso, sin alfombra roja y con paraguas negros. La polémica suscitada en Miami por la ausencia de Raúl Castro en el recibimiento formal a Obama en el aeropuerto y por la agenda que incluyó el primer encuentro con el presidente cubano al segundo día de la visita, tuvo una respuesta igual de sutil.
Los Obama no cenaron esa noche en un establecimiento tradicional controlado por el gobierno cubano, como La Bodeguita de El Medio o El Floridita, sino tres kilómetros más adentro, en el corazón del barrio de Cayo Hueso, uno de los más pobres de la Habana, en la paladar San Cristóbal, considerada por los usuarios de Tripadvisor como el mejor restaurante de La Habana.
Obama declaró que los cubanos fueron a su país “para buscar la libertad”. Castro retó al reportero cubanoamericano Jim Acosta, de CNN, para que le diera la lista “ahora mismo de los presos políticos para soltarlos”. La agenda estuvo marcada por esta enumeración de “momentos históricos”, que no movieron un ápice de la rutina de Ragmarys en Bolivia, Wendolyn en New Jersey, Lioman en Barcelona, Lily en Miami, Jaquelin en Roma, Jorge en Estocolmo, Manolo en Ontario, Handel en Verona, ni de tantos otros chicos con los que crecí.
Ningún deshielo formal nos regresará la posibilidad de desarrollarnos, de reproducirnos, de triunfar como seres humanos y como profesionales en el país donde nacimos.
Para quienes crecimos en la doctrina de que a los imperialistas “no les tenemos absolutamente ningún miedo” ver a Obama en la televisión cubana no cambia las entrañas de una Nación donde el robo socialmente aceptado convive con la tasa de escolarización más alta de América Latina y una de mortalidad infantil más baja que la de Estados Unidos.
Ese tal “asere” Obama podrá sacarnos de nuestra cotidianidad en el extranjero y hacernos mirar al Caribe, pero nadie podrá regresar a Cuba las generaciones que ha perdido.
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