Dolia Estévez
23/02/2021 - 12:05 am
Insultos lastiman, pero no intimidan
Los epítetos personificados contra mujeres que se oponen a que el presunto violador de una menor gobierne Guerrero, en realidad van dirigidos a todas las mujeres que luchan por la equidad de genero y de garantías individuales. Son añejas calumnias recicladas contra activistas, autoras, periodistas, columnistas, legisladoras, profesionales, etcétera por hombres enojados. Lastiman y frustran, pero no intimidan.
Washington, D.C.—Los epítetos personificados contra mujeres que se oponen a que el presunto violador de una menor gobierne Guerrero, en realidad van dirigidos a todas las mujeres que luchan por la equidad de genero y de garantías individuales. Son añejas calumnias recicladas contra activistas, autoras, periodistas, columnistas, legisladoras, profesionales, etcétera por hombres enojados. Lastiman y frustran, pero no intimidan.
A las denostaciones de “puta”, “pendeja”, “vendida”, “loca de mierda” que comentó Alma Delia Murillo en su “Yo, puta, vendida y tonta” (blog, 19 de febrero 2021), habría que sumar una de las más socorridas: “feminazis”.
Propagandeado por Rush Limbaugh, el misógino ultraderechista que hizo de la radio una maquinaria de ataques personales y de odio a las mujeres, el concepto “feminazi” pretende fusionar malignamente el ideal de los derechos humanos de la mujer con el nazismo, la filosofía política más perversa del siglo 20.
El insulto de “feminazi” es particularmente insidioso porque pretende equiparar la igualdad de género con los genocidas que buscaron eliminar a la humanidad. Limbaugh murió la semana pasada, pero su “feminazi” sigue vivo en las redes sociales. Los enojados misóginos consustanciales como él, son los nuevos guardianes de su legado.
La violación sexual es un delito penal grave en la mayoría de los países. Tan es el caso que en 30 estados de Estados Unidos el delito no prescribe. Es decir, no hay límite de fecha para que las víctimas denuncien penalmente al agresor. El estupro o violación tipificada (relaciones sexuales con menores de edad), es aun más grave. Es castigado con 10 a 20 años de cárcel si el violador tiene más de 21 años.
Conocido como “statutory rape” (violación tipificada), ha sido condenado por el movimiento #MeToo. No hace mucho, acaparó titulares en torno al escándalo del millonario Jeffrey Epstein quien fue acusado de dirigir una extensa red clandestina de sexo con menores. Epstein se suicidó en prisión.
El movimiento por la igualdad de género también acabó con Keith Raniere, fundador de NXIVM, infame secta sexual criminal con tentáculos en México. En 2019, Raniere fue hallado culpable de tráfico sexual de menores, pornografía infantil, secuestro de identidad, lavado de dinero y esclavitud sexual de mujeres miembros de una subsecta secreta conocida como DOS, por sus iniciales.
Entre 2018 y 2019, vieron enterradas o disminuidas sus carreras, más de 250 hombres ricos y poderosos en la industria del entretenimiento, los medio y la política en Estados Unidos, incluidos legisladores, un juez y varios funcionarios, tras haber sido señalados de acoso sexual por un desfile de mujeres famosas y no tan famosas.
El acusado más célebre: Donald Trump. Veinte y seis mujeres detallaron como las forzó a tener sexo y manoseó contra su voluntad a lo lago de los años. Si Trump las hubiera violada en México, esas acusaciones ya hubieran prescrito. El hoy expresidente negó las imputaciones que atribuyó a sus “enemigos políticos” y a los medios de comunicación. Ya chole.
Los defensores de Félix Salgado Macedonio alegan que es “cacería de brujas” porque la víctima, que tenía 17 años cuando dice que fue violada, no denunció en su momento. De hecho, sí presentó una denuncia contra el candidato de Morena en Acapulco, pero le dijeron que su presunto agresor era un hombre muy poderoso y que mejor se fuera a su casa, “calladita te ves más bonita”. No insistió por temor a que la mataran. Pese a que el delito ya prescribió, pide justicia. La marca que dejó en su vida no ha prescrito (El País México, audio, 29 enero 2021).
No es fácil denunciar a un violador. Más aun para una menor. En los países con estadísticas sobre violación, menos de 10 por ciento denuncia ante autoridades judiciales. Menos de 40 por ciento de las mujeres violadas busca ayuda. Se estima que 35 por ciento de la población femenina mundial ha tenido experiencia de algún tipo de acoso sexual.
Los apologistas de Félix Salgado Macedonio también argumentan que es inocente en tanto no sea hallado culpable. Otra falacia. El pueblo merece que sus gobernantes estén por encima de toda sospecha moral. Cinco acusaciones por acoso y violación, incluido estupro, bastan para inhabilitarlo.
El año pasado, la Embajada de Estados Unidos en México destituyó y repatrió a un diplomático acusado de violar y acosar a más de 20 mujeres entre 2018 y 2020. Brian Jeffrey Raymond fue detenido en California (El “depredador sexual” de la Embajada de EEUU en México, es acusado de abusar de 22 mujeres, DW, 30 de octubre 2020).
Curiosamente, en México nadie defendió la presunción de inocencia del diplomático “depredador”.
No es la primera vez que la 4T intenta ungir a un acusado de estupro. En 2019, Marcelo Ebrard se vio obligado a revocar el nombramiento para cónsul en Las Vegas del morenista Víctor Barreras Castro, tras conocerse que había violado a una alumna de 14 años en Sonora (De agresor sexual a Cónsul, Sin Embargo, 29 octubre 2019).
La ausencia de una sentencia que acredite que Félix Salgado Macedonio cometió un delito, no es justificación para aferrarse a la candidatura de un hombre que ya fue juzgado por el tribunal de la opinión pública. Más aun en un país con alto índice de impunidad y donde la justicia no está exenta de politización.
Tener a las mujeres como adversarias no es algo aconsejable para los políticos. El voto femenino gana fuerza en el mundo. Ha mostrado que puede inclinar el fiel de la balanza electoral. Trump perdió la reelección en parte porque más mujeres votaron en su contra que en 2016. Hartas de misoginia e impunidad, las mujeres–no sólo en los suburbios ricos y blancos sino de todas las edades, razas y nivel educativo—le negaron cuatro años más. La afluencia de votantes mujeres alcanzó niveles históricos.
Desestimar las protestas como “ataques” típicos de tiempos electorales es echarle sal a la herida abierta del feminicidio y el acoso sexual en México. Es ignorar el viraje social y generacional que transformó el paradigma de genero en la política en buena parte del mundo. Desdeñar el reclamo femenino es arriesgar un suicidio político en un reñido año electoral.
Twitter: @DoliaEstevez
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