Artes de México

Posada, genio del grabado

23/01/2022 - 12:01 am

La obra de Posada puede suscitar interpretaciones equívocas. Por ejemplo, plantearla como una visión ilusoria de México, y apresurarnos a describirla como producto de un artesano inculto, inconsciente de su talento, olvidándonos de su formación académica, de su conocimiento de Grandville y Daumier —maestros franceses de la caricatura que tanto influyeron en la prensa satírica mexicana— y de la minuciosidad que prevaleció en sus dibujos de juventud.

Por  Laetitia Bianchi

Ciudad de México, 23 de enero (SinEmbargo).- Al contrario de muchas caricaturas y dibujos, las imágenes de José Guadalupe Posada no requieren de un título, una leyenda, o alguna explicación de su contexto. Él era capaz de convertir un dibujo periodístico en un cuadro. Por la fuerza de su trazo, resultaba tentador publicar sus imágenes sin comentarios y sin los textos para los que fueron creadas. Esto sucedió cuando fue redescubierto, en la década de 1930.

En Francia sus imágenes se han presentado fuera de contexto: grabados recortados, sin una fuente precisa, reproducciones de una calidad a veces desastrosa, que afecta la finura de los detalles, difuminando ora el sombreado, ora el punteo. Y, sin embargo, la fuerza en ellas se mantiene. Yo misma me cuento entre los lectores pasmados ante esas imágenes borrosas y misteriosas, y en las filas de quienes confunden a José Guadalupe Posada con su antecesor, Manuel Manilla.

En México, afortunadamente, la situación ha cambiado. La investigación y la bibliografía han crecido hasta culminar con la celebración del centenario de la muerte del grabador, en 2013. Pero en Francia circulan algunas imágenes —muy pocas y siempre las mismas: calaveras, cabezas de muertos sonrientes— de una obra que cuenta con ¡casi quince mil grabados! ¿Cuántas camisetas, tatuajes o vitrinas de bar reutilizan, sin saberlo, alguna de las calaveras de un tal José Guadalupe Posada?

Posada, genio del grabado. Foto: Artes de México
Posada, genio del grabado. Foto: Artes de México

Era momento de presentar, con reproducciones fieles a su extraordinario trazo, un panorama completo de su obra para admirar sus series de grabados en torno a un mismo tema e indagar en sus imágenes célebres, e incluso distinguir sus diferentes períodos de creación. Era necesario abordarlo como el genial grabador que fue, “el igual de Goya”, como lo llamó Diego Rivera.

La obra de Posada puede suscitar interpretaciones equívocas. Por ejemplo, plantearla como una visión ilusoria de México, y apresurarnos a describirla como producto de un artesano inculto, inconsciente de su talento, olvidándonos de su formación académica, de su conocimiento de Grandville y Daumier —maestros franceses de la caricatura que tanto influyeron en la prensa satírica mexicana— y de la minuciosidad que prevaleció en sus dibujos de juventud. De manera similar, también ha sido fácil vincular su obra sólo con la imaginería popular, con el ingenuo encanto de los grabados difundidos por vendedores ambulantes. A menudo, la serie de diablos y milagros se ha asociado con la imagen de un “periodicucho” francés del siglo XVIII, olvidando que Posada también dibujó tranvías, automóviles y a la alta sociedad de su época. Asimismo, es frecuente se le ubique del lado de los revolucionarios y se le convierta en un adalid del compromiso político, olvidando sus retratos de Porfirio Díaz y sus ilustraciones de textos contra Zapata. Es frecuente que estos tres lugares comunes vayan de la mano.

Y quizá esa es la imagen que quisieron darle los artistas del período de entreguerras. El contexto político explicaba en gran medida tales atajos y, en defensa de sus primeros admiradores, puede decirse que esas malas interpretaciones se deben a la complejidad de su muy prolífica obra… La palabra “prolífico” haría creer en una suerte de abigarramiento: no es el caso. El trabajo de Posada es muy coherente.

Posada, genio del grabado. Foto: Artes de México
Posada, genio del grabado. Foto: Artes de México

De su vida es muy poco lo que se conoce. Posada no dejó ningún escrito, y son escasos los testimonios de primera mano. Algunas palabras esparcidas aquí y allá. Sin embargo, conocemos lo esencial: la evolución de su arte, gracias a la cual podemos describir su orientación artística, enumerar sus publicaciones, observar sus técnicas y asombrarnos ante el florecimiento de su genio y la radical ruptura estilística a su llegada a la Cuidad de México.

Es sabido que en el taller de Posada había una copia de El juicio final, de Miguel Ángel; un detalle que tal vez nos indica el tamaño de su ambición. Además, el hecho de que firmara la mayoría de sus grabados nos dice que estaba consciente de su valor. Preguntarse si fue artista o artesano, porque trabajó toda su vida por encargo, es absolutamente intrascendente.

El giro que dio su carrera al conocer al editor Vanegas Arroyo fue extraordinario: tras un arranque de carrera virtuoso, pero que de ninguna manera anticipa su deseo de subvertir el orden establecido, las obras maestras se sucedieron. Él, que había producido litografías convencionales, se convirtió en un maestro del grabado, el inventor de un estilo nuevo y vanguardista, entre 1889 y 1891, ¡en menos de dos años! Posada se deshizo de adornos innecesarios, eliminó detalles y fiorituras, reinventó el encuadre e infundió a sus personajes una tremenda tensión interior. Algo nunca antes visto. No estamos ante un artista que buscaba inspiración frente a la hoja en blanco, sino de un dibujante que respondió con rapidez a pedidos cotidianos, creando una de las obras más espectaculares del mundo durante el cambio de siglo. ¿Cómo lo hizo? Esta pregunta no puede quedar sin respuesta: habría sido imposible que Posada se convirtiera en el genio del grabado en las publicaciones de buen gusto, pero tan conformistas como muchos de los periódicos de la época, en los que también colaboró. El papel que jugó su editor y cómplice Antonio Vanegas Arroyo fue central. Hasta hace poco, en la mayoría de los libros dedicados a Posada, el nombre de Vanegas Arroyo evocaba a la prensa popular, al papel empapado de tinta, las numerosas erratas, los versos balbuceantes, las rimas manidas, las bromas repetitivas, los lugares comunes y las notas sensacionalistas. O bien, su nombre aparecía muchas veces, pero en caracteres muy pequeños, como parte de los pies de imagen. No obstante, Vanegas Arroyo, cuyos textos son sumamente divertidos, fue quien supo trabajar con Manilla y con Posada y comprender su genialidad.

Posada, genio del grabado. Foto: Artes de México

Entreverando grabados y textos, hechos con un mismo ánimo estrambótico, inventivo y de rebelde libertad, Posada y Vanegas Arroyo diagramaron, durante noches de insomnio (evidenciadas por el número de errores tipográficos), muchos de esos periódicos de a centavo destinados a convertirse en pulpa, muchas de esas hojas volantes con canciones sin futuro escritas en menos tiempo, tal vez, del que tomaba venderlas. Y es en tales soportes, tan inapropiados, tan envejecidos, tan despreciables a los ojos de las élites, deleitadas con revistas ilustradas con litografías y fotografías, que el genio de Posada se reveló y floreció. ¡Dichosos los lectores anónimos y los oyentes analfabetos, pues los textos eran leídos en voz alta o cantados por los vendedores de periódicos, que cada mañana tenían ante sus ojos una nueva imagen de Posada!
Posada murió en el olvido y, sin embargo, sus imágenes continuaron circulando. Los niños de los barrios de clase trabajadora leían sus cuentos y, sin duda, miles de personas habían advertido su nombre escrito en las portadas de tantos pequeños libros de cocina y cancioneros. No fue el éxito, sino el reconocimiento del mundo artístico lo que llegó tarde. (…)

Este texto es un extracto del libro Posada, genio del grabado, publicado por la editorial Artes de México. El ejemplar puede comprarlo a través de la página de la editorial www.artesdemexico.com

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