Jorge Alberto Gudiño Hernández
22/10/2023 - 12:01 am
Una historia de fairplay
A veces, sobre todo en esas etapas incipientes de la competencia, se nos olvida que lo importante es el juego.
Desde que entró al equipo hace un año, B, nuestro hijo mayor, siempre ha sido portero. No hablaré ahora de las angustias que significa ser padre de un cancerbero, ni de la tranquilidad que da que L sea jugador de campo. Lo cierto es que la portería merece todo el respeto.
Como suele suceder, sobre todo a principio de la temporada, a veces no se completan los equipos. Así que, contra todo pronóstico, el entrenador alineó a B como delantero en el primer partido de la liga. Digo que, contra todo pronóstico porque, quizá, donde peor se desempeña nuestro hijo es en el juego de pies. En el último año creció alrededor de 20 centímetros. Si eso es bueno para un portero por temas de alcance, no lo es tanto a la hora de coordinar las nuevas dimensiones de un cuerpo que no siempre obedece como se le pide.
Saltó, pues, a la cancha. Iba con una sonrisa sincera. Tal vez sabedor de que nadie lo culparía por una falla menor, como en el caso de un descuido en la portería. Así que jugó relajado.
Nuestro equipo fue mejor y lo hizo saber pronto. Íbamos ganando por una diferencia considerable cuando, desde la atrás, le filtraron un pase a B. Corrió rápido y se emparejó con el defensa. Después de éste, ya sólo quedaba el portero. Se iban cargando uno al otro, sin faltas. Cabe aclarar que las condiciones del campo no eran las ideales, aunque permitía que se jugara bien.
El caso es que el otro chico tropezó. Es importante recalcarlo porque no hubo falta. Tropezó, dejando a B con varios metros por delante antes de enfrentar al portero. Tropezó, insisto, así que ya no iba forcejeando al lado de mi hijo. Tropezó, de nuevo, cayendo al pasto en una jugada como tantas. Tropezó, una vez más, dándole a B una oportunidad como no la había tenido antes…
Tropezó, pues, y B se detuvo a preguntarle si estaba bien.
Sobra decir que no fue gol ni mucho menos. Tampoco le sucedió nada al chico y el árbitro ni siquiera marcó falta. El portero rival se limitó a ir por la pelota y siguió el partido.
or cierto, B sí metió un gol y la tribuna lo festejó como si fuera el del campeonato.
Al terminar el juego, su entrenador lo regañó: a la próxima, debía terminar la jugada y luego regresar a preguntar qué había pasado. Cuando se lo conté a familiares y amigos, coincidieron. Es más, uno dijo que él habría metido gol y se hubiera regresado para burlarse del caído.
La verdad es que no sé qué hubiera hecho yo en esa situación. Y, pese a los pequeños reclamos (porque el juego se ganó con holgura), pese a las opiniones ajenas, pese a que la malicia se irá infiltrando en B, yo estoy muy contento por cómo respondió. A veces, sobre todo en esas etapas incipientes de la competencia, se nos olvida que lo importante es el juego.
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