Hace más de dos décadas que a José Chiapa le detectaron diabetes mellitus tipo 2. Hoy vive encerrado en su casa: la enfermedad no transmisible le trajo ceguera y requiere apoyo para realizar actividades cotidianas.
La historia de José es la tercera entrega de una serie de siete testimonios sobre la diabetes y las complicaciones físicas, emocionales, económicas y sociales que acarrea, publicada semanalmente por SinEmbargo. Las entrevistas fueron recogidas por la organización El Poder del Consumidor (EPC) para el proyecto “Voces de la diabetes: el drama de una epidemia nacional”.
Ciudad de México, 22 de septiembre (SinEmbargo).- “A causa de la diabetes [mellitus] tipo 2 perdí la vista […] Me dijeron que tenía principios de insuficiencia renal“, narra José Refugio Chiapa Vázquez de 54 años de edad y quien en su juventud llegó a pesar más de 100 kilogramos.
José Refugio padece retinopatía diabética que, de acuerdo con la Asociación Americana de la Diabetes, es la tercera causa de ceguera irreversible en el mundo y la primera en personas en edad productiva en países en vías de desarrollo. También sufre insuficiencia renal crónica (IRC), como 140 mil mexicanos. De ellos, sólo la mitad recibe atención en el sector salud, según la Fundación Mexicana del Riñón.
Cuando tenía 32 años fue diagnosticado con diabetes mellitus tipo 2 –enfermedad no transmisible por la que el Gobierno de México decretó una alerta epidemiológica en 2016–. Antes era mecánico automotriz y chofer. Hoy está desempleado y requiere asistencia, por lo que Gabriela Olguín Pedraza, su esposa, también abandonó su empleo para cuidar de él. Ambos dependen económicamente de sus hijos.
Durante los primeros años de la enfermedad se atendió en el Instituto Mexicano de Seguro Social (IMSS) que cuenta con 43.4 millones de afiliados, al perderlo se acercó al Seguro Popular –que brinda servicio a quienes no se encuentran inscritos en alguna institución– y atiende a 55.6 millones de pacientes.
Sin embargo, existe una amplia brecha de desigualdad en los servicios de salud: quienes están afiliados al Seguro Popular –que depende del presupuesto de la Secretaría de Salud– tienen acceso a un catálogo de mil 603 intervenciones médicas entre las que se cuentan diagnósticos, vacunas, cirugías y tratamientos, pero no cuentan, por ejemplo, con el tratamiento para la insuficiencia renal –padecimiento que sufre José–, mientras instituciones como el IMSS, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y los hospitales de Petróleos Mexicanos (Pemex) sí brindan ese servicio.
“A mí cuando me dio diabetes, yo tenía Seguro Social. El doctor que estaba ahí, creo que nunca me vio a la cara […] Me mandó a hacer análisis y me dijo: ‘es usted diabético, va a ir al auditorio a que le den una plática’. Me dio medicamento y ya”, cuenta.
En el Seguro Popular la atención tampoco ha sido la mejor: hay escasez de medicamentos, por lo que continuamente se ve en la necesidad de comprarlos por su cuenta. El país está situado en el segundo peldaño entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con el mayor porcentaje de gasto de bolsillo dirigido al rubro: 41 por ciento; mientras el promedio se encuentra en 21 por ciento.
“Las medicinas hacen falta. Me dice el doctor: ‘pues no hay medicina […] tiene que comprarla porque aquí no hay’. ¿Y ora para comprarla? Y no está tan barata, cuesta 300 ó 400 pesos”, destaca.
En un lapso de aproximadamente 10 ó 15 años, el hombre perdió todos los dientes, su vista comenzó a deteriorarse y bajó más de 30 kilogramos en sólo un par de meses. Él supone que su alimentación a base de refresco –especialmente Coca Cola– y productos ultraprocesados detonaron la diabetes mellitus tipo 2 que afecta actualmente al 9.4 por ciento de la población mexicana: unas 12 millones de personas.
“Yo ya sentía, tenía la vista dañada, ya me costaba enfocar bien y para manejar ya me empezó a resultar difícil, nada más que yo no aceptaba, hasta que de plano ya se dieron cuenta que yo no veía porque estuve a punto de chocar varias veces y ya me dijeron que tenía retinopatía diabética y que no había cura”, rememora.
La alta disponibilidad y el exceso de publicidad de alimentos y bebidas “chatarra” han sido los principales causantes de la epidemia de obesidad, sobrepeso y diabetes en que hoy se encuentra inmerso el país. Lo han denunciado una y otra vez organizaciones no gubernamentales como El Poder del Consumidor, no obstante, las autoridades mexicanas han abierto la puerta de par en par a las empresas.
Una prueba de ello es el etiquetado con que cuentan los productos es engañoso y difícil de comprender: fue diseñado entre las autoridades y la industria. Mientras tanto, los consumidores son privados de contar con una herramienta que les permita tomar decisiones informadas y saludables.
“Las empresas refresqueras son de las empresas más poderosas. Si uno deja de consumir refresco, pues les repercute y el Gobierno tiene la obligación [de velar por la salud de la población]”, dice José, por ello, hace un llamado al Gobierno: “Le pediría que asuma su responsabilidad porque dejó entrar a todos los empresarios y nunca dijeron nada, nunca pusieron un alto o un aviso porque, si no, seguimos comiendo lo mismo y nadie nos dice que hace daño”.
Recientemente, durante la presentación del estudio “Publicidad dirigida a niños: Una infancia enganchada a la obesidad”, realizado por la Alianza por la Salud Alimentaria, el doctor Simón Barquera Cervera, director del Área de Investigación en Políticas y Programas de Nutrición del Centro de Investigación en Nutrición y Salud, que pertenece al Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), apuntaló:
“La publicidad de comida chatarra es una de las grandes barreras para lograr una adecuada prevención de la obesidad en México. Es aún más preocupante que no haya regulaciones efectivas que permitan controlarla cuando se dirige de manera especial a la infancia, el grupo poblacional al que más tendríamos que estar protegiendo de ambientes poco saludables”.
José lo vivió desde niño, después como adolescente y la factura llegó cara cuando se convirtió en adulto. Hoy la paga a diario: su vida transcurre en su casa, donde escucha la televisión y hace ejercicio en una bicicleta fija.
“[Las empresas] bombardeaban la televisión con anuncios. Yo me acuerdo que desde que yo iba en la secundaria lo que se vendía en la cooperativa eran las donas Bimbo bien llenas de azúcar. Desde ahí ya empieza uno a hacerse adicto a la azúcar y no saben la bronquísima que es a la larga si no se cuida uno. Por eso se debe de prevenir”, aconseja.
La enfermedad ha envuelto a su familia: “Tiene diabetes mi hermana, tiene diabetes mi hermano, una hija de mi hermana, tengo varios primos que también… y están amputados”.