Maruan Soto Antaki
22/08/2014 - 12:01 am
Adiós Damasco
Con Siria no conocía el silencio. Prendí un cigarro sin darme cuenta que en el cenicero ya descansaba uno encendido, alterné con un trago de ginebra, respiré con ese extraño reflejo que permite exhalar sin antes inhalar y acaricié las orejas de Micaela. Sentada en el piso, lamió mi mano con esa empatía de cuatro […]
Con Siria no conocía el silencio. Prendí un cigarro sin darme cuenta que en el cenicero ya descansaba uno encendido, alterné con un trago de ginebra, respiré con ese extraño reflejo que permite exhalar sin antes inhalar y acaricié las orejas de Micaela. Sentada en el piso, lamió mi mano con esa empatía de cuatro patas. Parecía saber cuanto uno evita confesar, volví la vista a la pantalla deseando no confirmar la frase que estaba escrita en inglés, con las limitaciones de un lenguaje que deja mucho a la interpretación: your niece has been hit by a missile attack.
A mi sobrina le había caído un misil encima.
Emigrada a Beirut con sus padres, regresaban cada tanto a Damasco. Era una ciudad fantástica, mientras tenga un muro de pie no es fácil decirle adiós.
Ciertas noticias cuesta recibirlas en texto, los segundos son lentos. Minutos que no avanzan en lo que tú contraparte responde. De haber sido una llamada me habría anticipado alzando la voz, evitando la espera de las siguientes palabras que se tradujeron en el egoísmo del peor alivio. Ella está bien, una semana en el hospital y afuera pero su amigo de catorce años, cayó en el momento. Caminaban juntos sosteniéndose la mano. Sería falso no reconocer algo de alegría cuando descubres que el muerto es de otro. Eso pasa con los humanos en la guerra, saca lo mejor y lo peor de nosotros.
He visto desaparecer Siria a la distancia y hoy, dos semanas después de aquella noticia, la gente de Damasco me dice que todo esto ha servido para nada. La vorágine, el caos de un movimiento pacífico que se transformó en una revolución falta de orden y cabeza.
Sin embargo, en la esperanza se guarda la última moneda de una apuesta lejana, por lo pronto, la ambigüedad del discurso obliga a contraer el estómago cuando escucho lo ridículo, “el régimen es ahora el bueno”. Quien me lo dice es honesto, pero a manos de ellos ha perdido amigos, casas, calles, lugares de memorias alegres y rutinas que lejos de extraordinarias resultan entrañables. El Estado Islámico que de Estado no tiene nada, junto con al-Nusra a quien llamaré solo Nusra, han hecho que antagónicos del régimen combatan a su lado. La violencia de estos dos primeros es inaudita, entramos a lo inefable que creíamos conocido, eso solo describible para el morbo que en lo vulgar encuentra escándalo.
En la misma semana recibo otro mensaje, también escrito sin prisa, el tiempo se ha detenido en días que poco cambian. Es un viejo amigo, antiguo espía del gobierno.
–Queremos refugio, es inaguantable. No quiero que maten a mis hijos–. Ha visto morir de cerca, sabe de que son capaces los más capaces que él.
Hasta hace unos meses todos pensaban que al miedo lo tenían dominado. Amaestrado en salidas indispensables, observando lo alto de edificios para alejarse de francotiradores, zonas seguras y barrios de ruinas donde ya no hay sobre quien soltar bombas. Contra el sonido de un proyectil en el aire cortándose antes de caerle a un niño, los temores recobran fuerza. Ni el IS ni Nusra tienen aliados en las calles, masacran por igual con la mayor crueldad, se matan entre ellos.
–Solo los apoya quien se enriquece con la guerra–, dice el espía que además es pelirrojo y también añora cuando en tiempos de paz lo veían raro y reían a sus espaldas.
–Ya nadie me pone apodos–. Escribe en un arab-english mal conjugado.
Otro cigarro, otro trago de ginebra; corrijo, el discurso no es ambiguo. Dos conversaciones dicen lo mismo.
–Solo queremos vivir, queremos que esto acabe.
Eso no quiere decir que ahora estén con el régimen, jamás lo harían. Han llorado sangre por su culpa. Es mera supervivencia, de eso se trata el campo de batalla. El miedo es del régimen con la Cuarta Brigada y el ejército regular, con el Mukhabarat, con sus milicias. Es de IS y Nusra, es de una serie interminable de conjunciones. Tememos a tal y a tal, a… y a… y a…
Entiendo sus frases, todo esto les ha servido para nada porque al acercarse al cuarto año de guerra, el régimen sigue ocupando el palacio infranqueable mientras el mundo combate a sus enemigos. Por momentos pareciera que éste era su juego y todos cayeron en él.
–La mirada puede ser de corto alcance–. Trato de decirle al espía, tecleando en una especie de consuelo.
Los ataques de Estados Unidos en Irak repliegan al IS hacia Siria, ahí se hacen las peores atrocidades. Es improbable en este momento una intervención similar en territorio sirio pero a nadie le conviene que estos fundamentalistas se queden con Damasco. Aquí Obama no ha marcado línea roja pero existe. Si el IS llega más lejos, el absurdo de tener a los Assad, a la población, a norteamericanos, rusos e iraníes contra el mismo bando llegará a términos literarios. A ese momento le falta, las opciones obligarían a un acuerdo que si lo hace, llegará muy tarde. Washington no puede defender a Assad pero tiene que eliminar a su principal contraparte porque la comparten, el combate al terrorismo es su única política de Estado y los yihadistas entran en su división de intolerables. Teherán hace entonces lo imposible junto con Moscú para sostener su zona de influencia y en pos de acabar con la amenaza, se abre la puerta para aquel gobierno de transición o relevo del que ya nadie se acuerda. De esa última moneda hablaba.
El antes espía me lee atento mientras propongo este futuro extremo. Escribe dos veces que me sigue, tratando de confirmar que la conexión no se ha cortado. Ahora es él quien guarda el silencio que perteneció a mi sobrina. Los segundos volvieron a ser largos, afortunadamente escribe algo.
–Eso jamás pasará mientras los Demócratas estén en la Casa Blanca–. Siento que reclama.
Pero los Demócratas posiblemente sin quererlo se están distanciando en este tema. Los Republicanos llegarán a las elecciones de 2016 con la agenda clara pero están quebrados y su población rechaza las intervenciones. No es argumento de campaña.
La guerra ya fue demasiado larga y su desenlace no está en las trincheras. Se acabará algún día y la cosa continúa. La esperanza es política aunque ella, ni siquiera se ha asomado. Nadie permitirá que al final del camino se mantenga un Estado controlado por el IS, que puede volver a cambiar de nombre como lo hizo en estas semanas y sea lo que sea en que se transforme, no tiene el apoyo social básico que requiere dentro y fuera de las fronteras. Qatar y otros que los financian no son suficientes. Acabarán con cuantos puedan, dejarán cadáveres por todas partes, poblaciones enteras arrasadas como bárbaros de la Edad Media y el día que no haya más niños intentado decir: adiós Damasco, su existencia habrá quedado como los salvajes que permitió el mundo. Su permanencia en el registro político es inviable, asesinos sin lugar en el futuro gobierno de un país del que poco quedaba y terminaron por destruir. Sus víctimas, como los miles que huyen caminando en el desierto y el periodista decapitado esta semana, serán parte de ese: todo esto para nada.
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